Nacionales

9 febrero, 2016

Carnaval porteño: los barrios toman las calles

Si bien el carnaval en lo que hoy es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se celebra desde el 1600, cuando en las inmediaciones del Río de la Plata los esclavos festejaban junto a sus amos, no fue hasta principios del siglo XX que empezó a tomar la forma actual, con las murgas como epicentro.

Si bien el carnaval en lo que hoy es la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se celebra desde el 1600, cuando en las inmediaciones del Río de la Plata los esclavos festejaban junto a sus amos, no fue hasta principios del siglo XX que empezó a tomar la forma actual, con las murgas como epicentro.

El carnaval moderno porteño es una tradición que data al menos desde los años 20, momento en el que se suprime la modalidad de comparsas para dar paso a lo que hoy se conoce como murgas.

Hasta antes de 1915, aproximadamente, las actividades festivas de las diferentes colectividades (europeos, africanos, criollos) estaban ubicadas en focos bien diferenciados dentro de los centros urbanos. Con la expansión de las ciudades hacia sus arrabales estos límites comenzaron a desdibujarse y las practicas festivas a diversificarse.

Los barrios son el centro de acción para las distintas modalidades del carnaval. Los afro descendientes en San Telmo y Monserrat, los italianos de La Boca, los judíos de Palermo y los árabes de Once ahora celebraban juntos dentro de un nuevo paradigma de hibridación cultural. Durante las décadas de 1940 y 1950 se aprecia con más fuerza la identificación barrial que cada corso representa en los carnavales, basta con citar sus nombres: “Los viciosos de Almagro”, “Los Mocosos de Liniers”, “Alucinados de Parque Patricios”, “Calaveras de Constitución” o “Fantoches de Villa Urquiza”.

La sátira, el baile, la música, el humor, el desorden, el ruido y la burla son algunos de los elementos claves del carnaval. Todos los límites sociales son puestos en duda por unos días, las máscaras y los disfraces permiten a los pobres disfrazarse de señores y a los hombres de mujeres. Esta re significación de lo establecido generó que en muchos casos se tilde al carnaval porteño de “subversivo”, incluso prohibiéndolo más de una vez. Las murgas tienen un tono mucho más grotesco y picaresco del que las comparsas podían llegar a tener, además de estar cargadas de símbolos barriales.

El “crisol de razas” de Buenos Aires puede apreciarse en todo su esplendor durante estos días de febrero. Si bien el carnaval porteño tiene rasgos característicos relacionados a las culturas aborígenes, es una práctica muy antigua en el continente europeo, y traída por quienes conquistaron estas tierras. Como ocurrió en otros casos, este fue mestizándose por el contacto cultural con las corrientes indígenas de la región.

El primer corso oficial que se realizó en la Ciudad de Buenos Aires fue en 1869, cuando dejó de ser un evento celebrado en establecimientos o recintos privados y pasó a ser algo público. El corso integrado por comparsas de a poco fue reemplazado por murgas que cambiaron las formas de cantar, los instrumentos e incluso las vestimentas. El carnaval se estableció como feriado nacional en 1956, bajo el gobierno de facto de Pedro Eugenio Aramburu después de la autoproclamada “Revolución Libertadora”. Se mantuvieron así hasta el golpe militar encabezado por Jorge Rafael Videla en 1976, cuando fue retirado del calendario oficial y no volvió a ser feriado hasta 2004.

Este evento -y su actor principal: las murgas- cumplen una función social mucho más amplia que la mera celebración. El carnaval se recicla, incorpora géneros que le son ajenos y revitaliza las identidades barriales sin rivalizar sino integrando esas diferencias. Todos celebran distinto, pero celebran juntos. El carnaval también ha sido resistencia, plantándoles a los diversos gobiernos de turno en la cara quejas, o impostándoles su alegría en tiempos de oscuridad para el país, aunque sea clandestinamente. La murga se compromete con lo social.

En 1959 una letra murguera que decía:

“Hace muy poco en Buenos Aires ocurrió
Un gran suceso de motivo popular
Manos traidoras quisieron entregar
El frigorífico, riqueza nacional.
Pero este pueblo que justicia sabe hacer
Con valentía lo que es suyo defendió
Y ante las fuerzas luego tuvo que ceder
Cuando los tanques del gobierno lo arrolló”

Esto le decía la murga al gobierno de Arturo Frondizi cuando vendió el frigorífico Lisandro de la Torre a la Corporación Argentina de Productores de Carne.

Asimismo, las murgas barriales son un importante instrumento de integración. La participación ayuda a formar vínculos de amistad entre los más chicos y genera un sentimiento colectivo que pone en jaque a la construcción individual. Las murgas fueron clave durante los años del neoliberalismo, generando un lugar de contención para los olvidados por el sistema, función que sigue cumpliendo actualmente.

Rodolfo Bompart, reconocido cantor murguero, decía: “Cada muchacho que se pone la ropa, se transforma y es un artista. En mayor o menor grado es un artista. Porque dentro de su humildad y su intelectualidad, el murguero sale y da todo de sí en esas noches de carnaval”.

Este año van a desfilar por los barrios de Buenos Aires más de 27 corsos conformados por unas 110 murgas de todos los barrios porteños. Además del desfile porteño en los barrios periféricos a la capital también se realizan corsos autos gestionados, y las distintas provincias tienen sus propios carnavales con sus costumbres autóctonas bien marcadas.

Una vez más, los barrios porteños son testigo de una de las fiestas más multitudinarias y convocantes del país. El carnaval, una costumbre que además de invadir las calles con colores y ritmo, invade el corazón de los porteños.

La murga resiste

Las autoridades siempre intentaron controlar los carnavales. Prohibiciones en la vestimenta, en el tipo de música, o directamente del festejo en sí, son algunos de los traspiés que este sufrió, pero el carnaval nunca se detuvo. Como se mencionó, la última dictadura cívico militar decretó la nulidad de los feriados de carnaval.

Hasta 1981 se siguieron realizando corsos clandestinos, pero la situación de terror en el país hizo que estos se detuvieran. La realización de murgas era complicada, ya que tenían que condicionar las letras o los bailes para no resultar «inmorales». Era imposible e incluso peligrosa la crítica política.

Desde 1981 a 1983 no se presentó ninguna murga en la ciudad. Una vez terminada la dictadura el proceso de recuperación fue lento y en 1997 se declaró (a través de la ordenanza 52.039) patrimonio cultural a la actividad desarrollada por agrupaciones de carnaval. El gobierno se comprometía a propiciar las medidas pertinentes para que estas se puedan desarrollar.

A pesar de este reconocimiento todavía existía el problema de los acotados días de festejo. Fue así que en 2004 la Legislatura Porteña a través de la ley 1322 declaró feriados los lunes y martes de carnaval.

David Radosta – @RadostaDavid

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