Batalla de Ideas

3 febrero, 2016

Amazonas entre ríos: una despedida a Claudina Marek (1947-2016)

Por Noelia Figueroa. Antes de leerlo, yo sólo conocía a Claudina de nombre, no sabía nada de ella. Por eso, cuando llegó la mitad del relato que correspondía a su historia, confieso que arranqué con desconfianza. Y después ya no pude parar, me tragué su presentación con voracidad infantil.

Por Noelia Figueroa. Cuando me llegó a las manos “Amor de mujeres. El lesbianismo en la Argentina hoy” (Planeta, 1994), hacía rato que habíamos elegido con mi amiga desde los 15 (devenida tardíamente -como yo- bisexual -también como yo- pero hoy a miles de kilómetros de aquí) que ese libro de Ilse Fuskova iba a formar parte de nuestra biblioteca común. Nuestra biblioteca común es un reciente proyecto itinerante que consiste en comprar libros a medias -en cuentas pésimamente hechas, ya que las dos somos un desastre para contar- y después elegir con cuál se queda cada una durante el rato en que navegamos por ríos diferentes. Confieso que suelo ganar en la división y quedarme con la mayoría.

Esta vez, ella me pidió llevarse ese libro. Por eso, lo tuve que devorar en un día, el único lapso de tiempo que tenía, a orillas del Delta en Tigre, el primer día del año. Fui a conocer ese río hermoso del que me enamoré, a pasar la resaca del primero de enero -con otras amigas- desafiando todos los augurios de que el 2016 arrancaba de la peor manera: gobernadas por una derecha que, sin disimulo, cada día toma una medida para despojarnos de todo lo que fuimos caminando.

amor de mujeresLa primera parte del libro consiste en una entrevista muy larga hecha por Silvia Schmid a Ilse Fuskova. Una entrevista cuyo contenido es política y teóricamente incuestionable. No casualmente la vida de Ilse, incluso hoy a sus 86 años es una referencia para muchas lesbianas, bisexuales, trans, activistas feministas de la disidencia en el país. Es que cuando Ilse salió del armario y asumió públicamente su identidad sexual, lo hizo a gran escala: además de participar en coordinadoras, marchas, actividades a nivel nacional e internacional, en 1991 integró como invitada la mesa de Mirtha Legrand, en un almuerzo donde se trató la temática de la homosexualidad. Allí Ilse se presentó como lesbiana, diciendo lo que muchxs no quieren escuchar: somos muchas, estamos en todas partes, no sirve que nos oculten. Ilse habló en tanto lesbiana y dejó sus datos al aire para recibir consultas y comentarios.

Claro que de la valentía grandiosa de Ilse, no sorprende que hayan nacido muchas otras. Las valentías no suelen ser individuales: puede que un primer acto lo sea, puede que haya guerreras amazonas que cumplan tareas de adelantadas, pero esos gritos que dicen “soy esto y estoy acá” no son aislados, son colectivos, históricos. Angustiada, otra mujer recogió el guante, desde su encierro le escribió una carta a Ilse, fue a verla y la enamoró durante 20 años: una entrerriana llamada Claudina Marek, cuya trayectoria relata en primera persona la segunda parte del libro.

Antes de leerlo, yo sólo conocía a Claudina de nombre. No sabía nada de ella. Por eso, cuando llegó la mitad del relato que correspondía a su historia, confieso que arranqué con desconfianza. Y después ya no pude parar, me tragué su presentación con voracidad infantil.

Es que cualquier desviada del interior de este país, cualquier litoraleña disidente sexual, puede vestirse con las ropas de Claudina: aunque mi pueblo no haya sido tan pueblo como Diamante (Entre Ríos), aunque mi abuela no haya sido tan genial como la suya -reconoce, polémicamente, que fue la primer mujer a la que amó-, aunque mis monjas no hayan sido tan tortas ni tan piolas. Sí sentía que compartíamos: la atmósfera,  los reproches y las limitaciones, el desconocimiento, la humedad constante del paisaje hídrico, el espíritu de aventuras y los escondites, la simpleza de lo que se nos regala sin mucha sofisticación.

No sé cuántas horas me llevó leer ese libro, ni sé cuántas lágrimas. Ya dije que no soy buena contando. Si sé que a las amigas que me acompañaban en ese viaje les leí largos fragmentos buscando que se emocionen conmigo, con Ilse y Clau, a orillas del Delta.

Encontrarme con la historia de Claudina fue reabrir una puerta a la sensibilidad, al amor por la infancia encantada, al enojo una y mil veces renovado con el sistema que nos domestica los deseos más hermosos, los afectos más puros. ¿Cuántas novias niñas tuve, como tuvo la Claudina? ¿Cuántas cartitas, cuántas escapadas a la siesta en bicicleta, cuantas noches en desvelo a pura risa y paseos larguísimos? También lloré un poco los amores de ahorita: aquella que rema y siempre hace agua cruzando bajo el puente, la que vivió en Tigre meses y sin embargo no pierde la ciudad de los ojos, la que anda navegando más cerquita del Amazonas. Tanta corriente que pasa y hay afectos que nos marcan como el río a su cauce.

Pero Claudina también fue una amazona de vanguardia: siempre se supo lesbiana, se hizo a la idea de que amaba a otras mujeres. No eran inocentes sus amores, tan sólo porque pudo oír su cuerpo, la latencia de sus ganas. Así como una aprende a escuchar al río cuando el viento hace casa allí; haciendo el silencio que se necesita para conseguir pescar después de horas, con la paciencia de quien sabe que la naturaleza tiene sus maneras de indicarnos lo que necesitamos saber. Escuchaba a su cuerpo porque, en un artículo de 1996 Claudina lo dijo muy claro: “El cuerpo de la mujer es sagrado, no para alguna deidad lejana, sino para ella misma”.

Y sin embargo en su juventud la casaron, cazándola: fue presa de un matrimonio involuntario durante años, una esclava más de la heterosexualidad obligatoria, de la maternidad obvia. Hasta que un día Claudina, enamorada de otra y enferma de todo, decidió que ya basta y se escapó: una nueva fugitiva. Por algo la Ilse siempre le decía “la amazona del Paraná”.

Y fue estando sola y triste que Claudina intuyó que esa señora elegante que de forma tan campante declaraba en el programa de Mirtha Legrand que amaba otras mujeres, podría escucharla y entenderla. Se unió a las decenas de mujeres que en Buenos Aires participaron, allá por los 90, de los talleres de reflexión lesbiana. Comenzó a multiplicar su voz, organizarse en colectivo, a asumir un activismo. En sus palabras, otra vez: “El favor que recibí debo devolverlo. Y la mejor manera es mostrándome y diciendo: las lesbianas existimos y estamos en todas partes” (Amor de Mujeres, Buenos Aires, Planeta, 1994).

Y también, nuevamente se enamoró y construyó despacito una táctica envolvente de seducción -cualquier lesbiana sabe de lo que hablo- con paciencia, aprendió a rodear a Ilse y a instalarse en su mirada, donde permanecería veinte años. Quiso montar una relación como se monta un petiso cerquita del río, siempre cuidando que la crecida no atropelle tanto, escuchando, aprendiendo.

Claudina murió el sábado pasado en su querido Diamante, después de una larga enfermedad y muchxs la despiden llenxs de afecto. Yo estoy repatriada a mi pesar bien enfrente de Entre Ríos, con el Paraná desmedido, la tristeza de la inundación y de las enfermedades rondando, el país angustiado y sin capacidad de responder a tantos golpes, la adultez que se presenta de golpe clausurando las ganas. Y sin embargo, me siento acunada con el ruido a siesta del agua y los árboles en los bracitos del Paraná, llena del agua de tantas amazonas que como Claudina, desafiando cualquier mandato, pudieron escaparse para vivir plenamente sus ganas de amar.

@Noelia_Figueroa

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