Batalla de Ideas

22 enero, 2016

Neodesarrollismo y neoliberalismo: frontera móvil

Por Alejandro Cingolani. Los últimos decenios de nuestra historia parecen signados por una dinámica cíclica en la que el paradigma neoliberal y el desarrollista (o neodesarrollista) se alternan con graves consecuencias sobre la calidad de vida de las mayorías.

Por Alejandro Cingolani. ¿Qué distingue a una política económica neodesarrollista de una neoliberal? En una mirada en perspectiva sobre los últimos decenios de la historia argentina, la impresión es: para que las políticas neodesarrollistas puedan prosperar, el Estado, de alguna forma, debe limitar la circulación internacional de las mercancías, o más bien las importaciones industriales. De hecho, en la etapa desarrollista clásica, que comenzó su despliegue en los años cincuenta, una de sus condiciones de posibilidad fue la existencia de elevados aranceles de importación.

Los mecanismos pueden ser diversos: la elevación de las barreras arancelarias, un tipo de cambio que encarezca de manera significativa las importaciones, o el control estatal de las importaciones a través de otros mecanismos (como han sido, en los últimos años, las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación -DJAI-).

¿Deben considerarse las políticas desarrollistas, o neodesarrollistas y las neoliberales como compartimentos estancos, o sus límites pueden ser difusos e inestables? ¿Puede, en una visión de proceso, el neoliberalismo suceder al neodesarrollismo cuando un gobierno se propone acrecentar la sumisión de la clase trabajadora y el proceso de concentración de capitales?

En cierta forma, este eslabonamiento se produjo durante la última dictadura. Dicen Azpiazu, Basualdo y Khavisse, en El nuevo poder económico en la Argentina de los 80 (Siglo XXI, 2004), un clásico de la literatura económica sobre esa etapa de nuestra historia, que “el conjunto de iniciativas que en diferentes momentos integraron el programa económico de la gestión militar condujo a dos etapas distintas. Entre 1976 y 1979 el proceso económico siguió los carriles ‛industrialistas’, pero se revirtió el dinamismo de los bienes de consumo masivo impulsado por el peronismo a favor de aquellos ligados a la demanda de sectores sociales de más altos ingresos».

Y continúan: «A partir de 1980, la política económica tuvo otros efectos al converger las altas tasas de interés, el rezago cambiario y la reducción arancelaria con la redistribución regresiva del ingreso y la redefinición del aparato del Estado. Se produjo entonces una profunda crisis que alteró, ahora sí, los patrones de la industrialización sustitutiva”.

Existe una gran diferencia entre la última dictadura y el actual gobierno de derecha legitimado a través de las urnas (por más rasgos autoritarios que despunte tener). Pero en un sentido, el propósito histórico de ambas políticas tiene un elemento común: propinar a la clase trabajadora una derrota de alcance estratégico, vale decir, de efectos profundos y duraderos.

El despliegue de tal o cual estrategia (neoliberal o neodesarrollista) desemboca en escenarios muy diferentes para que la clase trabajadora materialice sus estrategias de autodefensa gremial y construcción de una alternativa política. La masificación del desempleo conduce a que los trabajadores y sus organizaciones privilegien la preservación de los puestos laborales, por sobre el incremento del salario real y otras reivindicaciones.

Respecto a esto, se plantean algunos interrogantes en relación a la política económica en curso. ¿Será suficiente con el despido masivo de empleados públicos, y el guiño gubernamental a las cesantías en el sector privado para generar un escenario de de desocupación capaz de disciplinar a los trabajadores ocupados? ¿Podrán estas iniciativas prosperar frente a la movilización de los damnificados?

Al gobierno nacional le podrían quedar un par de cartas para doblar la apuesta: reducir los obstáculos aduaneros para las importaciones (más de lo que ya lo hizo). Y aceptar la apreciación del peso para abaratar importaciones. En ese caso, marcharíamos a un escenario de librecambismo extremo. Pero en el pasado esto ha conducido a la fractura de los consensos en el mundo del capital, con el pasaje a la oposición de las fracciones menos competitivas y aún de actores industriales concentrados. La burguesía agraria y los exportadores de grano, por su parte, podrían verse disconformes con la depreciación de sus ingresos en un contexto de “atraso cambiario”. Además, estas políticas suelen provocar una profunda crisis de la balanza comercial, aunque los efectos recesivos que generan reducen las compras al exterior y producen, hasta cierto punto, su propio antídoto.

El escenario de recesión, o de crecimiento muy bajo, provocará una onda expansiva que, más temprano o más tarde, afectará a buena parte de las capas medias.

¿Qué sucederá con esas capas medias antikirchneristas, verdadero núcleo de masas de la actual derecha gobernante, cuando descubran que la política económica en gestación no tiene reservada casi ninguna caricia para sus bolsillos?

Todo esto sucede además en un contexto de enfriamiento de la economía internacional, que augura prolongarse por años, con señales de escasas posibilidades de afluencia de inversiones externas, y de dificultades para acceder al crédito internacional. Se agrega una persistente caída del precio internacional de las materias primas.

Al margen de todo lo que se ha dicho, cabe señalar que esta nueva derecha criolla no puede, en forma alguna, ser subestimada. Ha logrado el “milagro” de acceder al gobierno sin deberle casi nada a las estructuras partidarias tradicionales. Pero su horizonte asemeja a un denso laberinto nada fácil de franquear con éxito. Puede, ciertamente, utilizar la coerción a gran escala para “cerrar” la ecuación. Sin embargo, de esa forma se expondría a una licuación decisiva de su legitimidad.

 

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