Batalla de Ideas

8 enero, 2016

Presidente Macri: las ventajas de ser el nuevo

Por Federico Dalponte. Mientras los oficialistas se deleitan con el estilo presidencial y la seguidilla de anuncios políticos, los opositores esperan que pronto se disipe la bruma. Como ahora, desde Alfonsín hasta Kirchner, todos los mandatarios se beneficiaron alguna vez de ser la novedad.

Por Federico Dalponte. Mientras los oficialistas se deleitan con el estilo presidencial y la seguidilla de anuncios políticos, los opositores esperan que pronto se disipe la bruma. Como ahora, desde Alfonsín hasta Kirchner, todos los mandatarios se beneficiaron alguna vez de ser la novedad.

Los finales suelen ser más grises que los principios. Los principios tienen anuncios grandilocuentes, gestos de evolución, aires nuevos, mientras que los finales conllevan el lastre acumulado de los desaciertos e incumplimientos.

Siempre es más fácil empezar que terminar: es harto más sencillo demostrar pequeños cambios al asumir, sentándose en la vereda opuesta del antecesor, que mantener viva la expectativa durante largos años, cuando ya las caras se conocen demasiado, cuando los estilos abruman y los errores se amontonan.

Eso lo entendió Mauricio Macri. Criticó hasta el hartazgo ese viejo truco del kirchnerismo de comparar su gestión con el desastre económico, político y social del 2001, pero ahora toma el mismo atajo.

Su inicio de gestión fue un distanciamiento denodado del estilo de Cristina Fernández. “¿Encontraron la sala de prensa o se habían olvidado dónde quedaba?”, le dijo Macri, jocoso, a un grupo de periodistas el día de la reunión con los gobernadores, en clara alusión al ríspido vínculo de su antecesora con la prensa opositora.

Esa tarde, tan pronto como terminó su primera conferencia de prensa, Macri supo que había conseguido una victoria. Al día siguiente, los principales medios se deshicieron en guiños personales. “Macri se mostró distendido (…), tanto que se animó con un par de bromas”, publicó La Nación.

Diálogo con los gobernadores, reuniones con la oposición, conferencias de prensa. Macri galopa sobre los primeros días de su gobierno aferrado al estilo que lo llevó a la victoria. El fondo de las decisiones políticas parece, por lo pronto, secundario.

Los globos ganan, la alegría, el entusiasmo, la esperanza. “Dennos tiempo y critiquen después sobre lo que hacemos, téngannos confianza”, pidió la semana pasada Germán Garavano, ministro de Justicia.

Dar tiempo, criticar después, tener confianza: el gobierno saca por ahora provecho del encandilamiento de una sociedad que –como todas– naturalmente compara la refulgente irrupción del nuevo mandatario con la desgastada imagen del antecesor derrotado. Y en esa comparación, por supuesto, el nuevo parece un estadista.

La imagen del principio

Si bien con sus matices, a veces los comienzos no son tan distintos. “Siempre voy a tratar de tener un contacto como el que tenemos hoy”, había prometido en conferencia de prensa Néstor Kirchner en 2003. Lo mismo –palabras más, palabras menos– dijo Macri el día de su asunción: “Como presidente quiero ser un ciudadano que se pueda comunicar con todos los argentinos”.

Esa cercanía tan propia del mandatario nuevo, sin uso, a estrenar, genera siempre una buena recepción y no parece ser un artilugio para despreciar. En igual sentido, misma demostración de firmeza evidencian, por supuesto, los cambios de nombres.

A dos días de asumir, Kirchner relevó al jefe del ejército, Ricardo Brinzoni, sospechado por su rol durante la dictadura. Macri, por su parte, pretendió dar esa misma imagen de autoridad al desplazar mediante un decreto de dudosa legalidad a Martín Sabbatella, dirigente del frente vencido.

Mismo instrumento y misma intención fraguó el actual presidente el día que pretendió imponer dos nuevos miembros en la Corte Suprema. Macri llevaba apenas cinco días de gestión. Kirchner, a los once, puso el ojo también en el Palacio de Tribunales, aunque en la dirección contraria: pidió la renuncia de Julio Nazareno, el embajador que Carlos Menem había colocado como presidente de la Corte.

Por su parte, al día siguiente de la jura, el ministro Esteban Bullrich se reunió con los sindicatos docentes para discutir salarios en un intento por demostrar cierto orden de prioridades y ejecutividad. De igual modo, pero a dos días de asumir, similar imagen dio el entonces presidente Kirchner cuando viajó sorpresivamente a Entre Ríos para destrabar el conflicto docente que impedía reanudar las clases.

Otro de los puntos fuertes que Mauricio Macri intentó capitalizar en estas semanas fue, obviamente, la reunión con los gobernadores en Olivos. Habían pasado sólo dos días desde su asunción y el nuevo presidente recibió a las autoridades para recoger, por ejemplo, el beneplácito de los radicales Alfredo Cornejo y Gerardo Morales por el insinuado avance del federalismo.

Ciertamente, por contraste, la repartición equitativa y transparente de ingresos desde el gobierno nacional hacia las provincias fue una deuda del kirchnerismo.

En enero de 2004, sin embargo, el entonces presidente Kirchner ya había trazado puentes con las provincias para sancionar la siempre demorada ley de coparticipación federal, pero la negativa de los opositores trabó la iniciativa –entre ellos, curiosamente, la de Ángel Rozas, en aquel año titular de la UCR y hoy uno de los radicales más cercanos al gobierno–.

Un aluvión de hechos políticos

Desde 1983, los cambios de signo político en el gobierno facilitaron inicios de gestión de igual intensidad. “A puro vértigo, ya produjo un aluvión de hechos políticos”, señaló Clarín, y aunque pareciera un titular actual referido a Mauricio Macri, en realidad se trata de un artículo de 2003 sobre Néstor Kirchner.

Al asumir Raúl Alfonsín, en ese breve período desde el 10 hasta el 31 de diciembre, anunció un congelamiento de precios, la eliminación del IVA para alimentos y un aumento salarial, se reunió con Isabel Perón y con gobernadores peronistas, decretó la creación de la CONADEP y del plan alimentario nacional, promovió la derogación de la «Ley de autoamnistía» y las acusaciones formales a las juntas militares.

«Un aluvión de hechos políticos», diría Clarín. Misma iniciativa, naturalmente, mantuvo Carlos Menem al llegar a la Casa Rosada: aumentos salariales, retrotracción y acuerdos de precios, inicio del diálogo con Estados Unidos y Gran Bretaña y, por supuesto, los primeros indicios de la política de indultos militares.

Sin embargo, tras el período hiperinflacionario, el punto central residía obviamente en el control de la hacienda. Sin dudas, el rasgo distintivo a demostrar por Menem era su capacidad para controlar una economía compleja. De eso dependía el éxito de sus primeros meses.

De similar modo, Fernando De la Rúa dictó la intervención del PAMI apenas cinco días después de asumir, en un primer intento por demostrar firmeza contra la corrupción menemista. “La transparencia, la honestidad, la austeridad (…) será un presupuesto insoslayable de mi gestión”, había dicho en su discurso inaugural. El objetivo, claro, diferenciarse de su antecesor.

Por su parte, Eduardo Duhalde, frente al ahogo económico producido por el lastre la convertibilidad, promovió y promulgó su derogación a menos de una semana de asumir. La determinación y la solidez, baluartes que se contraponían a la debilidad política de De la Rúa.

Símbolos y señales, no más que eso. En todos los casos, la sociedad argentina quedó obnubilada por aquellos días de iniciativa. Ahora, lo mismo. El encandilamiento de muchos con Macri no es muy distinto al de períodos anteriores. De momento, el pronóstico es reservado.

@fdalponte

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