31 diciembre, 2015
Crónica de una creciente
Sobre las costas del río Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, la ciudad de Colón vive la peor inundación del último medio siglo.

Sobre las costas del río Uruguay, en la provincia de Entre Ríos, la ciudad de Colón vive la peor inundación del último medio siglo.
A tan sólo tres horas de la ciudad de Buenos Aires, este pueblo orillero se ha convertido en un importante atractivo turístico a partir del crecimiento de los destinos nacionales. Cada año, los 26 mil habitantes de Colón se preparan para recibir a más de 37 mil turistas que vienen desde todas las provincias y desde la vecina República Oriental del Uruguay. Sus playas de río claro y arena blanca lo convierten en un destino particular y casi irreemplazable en el país.
Pero este año, la terrible creciente -que ha forzado la evacuación de casi mil personas- anuncia una situación preocupante, no sólo por las aguas, sino por el fuerte descenso de las habituales ganancias turísticas. Sin embargo, Colón está habitado por muchos grupos solidarios y activos que lejos de angustiarse, se han arremangado, han caminado entre el agua sucia y las casas anegadas, rescatado gente y en ocasiones hasta sus pertenencias.
“La gente de Colón ha respondido magníficamente. Es incesante el ritmo en el que llegan cosas”, dice Roberto, coordinador del grupo de Scouts de Colón, que se han desplegado en la sede de los Bomberos Voluntarios, en el centro de la ciudad. Allí se centraliza la ayuda que ha venido llegando desde distintos puntos del país. Un galpón lleno de agua, lavandina, alimentos no perecederos, zapatos, colchones y juguetes, organizados para su pronta repartición. Por otro costado, una fila de vecinos esperan a ser vacunados. Entrar en contacto con el agua implica la exposición a enfermedades y riesgos que deben ser rápidamente prevenidos.
“Esta inundación llegó a lugares donde antes no había llegado”, agrega Roberto, con la mirada viva y el hablar tranquilo. En la sede, entran permanentemente insumos y donaciones, voluntarios y voluntarias, y algunos turistas que, aún de vacaciones, han decidido ayudar. “El 24 de diciembre en la tarde nos encontrábamos con el agua por arriba de la cintura convenciendo a la gente para que salga de sus casas porque el agua ya estaba llegando y subiendo hasta los techos, no querían salir. Una señora sola con sus hijos se lamentaba porque tuvo que dejar su colchón nuevo, tal vez su único objeto de valor”, cuenta Roberto.
“A veces la gente desconfía de los organismos del Estado, pero sí confía en nosotros y en los bomberos voluntarios, nos ven más cercanos”, agrega Marta, también de los Scouts. Por esta sede han pasado más de 150 voluntarios que trabajaron incluso durante el 24 y 25 de diciembre. “Nadie nos paga por hacer esto, pero lo hacemos con gusto. Si algún día me pasa algo a mí, me gustaría que me ayuden”, dicen, planteando una lógica simple, pero muchas veces ausente en la sociedad y en los medios de comunicación.
Junto con los organismos municipales, los scouts y los bomberos voluntarios organizan actividades recreativas y culturales para los niños y niñas, para evitar que entren en contacto con el agua. A cada rato ingresan camiones con donaciones, algunos vienen de otras provincias, viajando durante horas. “Después que baje el agua vamos a armar cuadrillas para ir a dar una mano a la gente que más necesita, a limpiar y a ordenar”, agrega Roberto.
“Esta, después del año ’59, es la inundación más grande”, cuenta Mariano, de la Asociación de Bomberos Voluntarios. “Aquí en Colón hay casi mil evacuados, mientras que en las zonas aledañas de Liebig y San José hay otros 500”, cuenta Héctor Percunte, jefe de la plana activa y quien coordina los operativos de evacuación y acompañamiento. Mientras, nos señala una grilla donde cada hora van anotando la altura del río, que en este momento oscila alrededor de los 10,40 metros, casi ocho más que lo normal.
El río ahora se presenta estable, pero es como la “calma chicha” previa a la tormenta. Mientras en Brasil siguen las lluvias, la represa de Salto Grande se encuentra en más de 38 metros de altura, al máximo de su volumen, con las esclusas abiertas y sin capacidad de regular este caudal de agua. Todos los pronósticos son inciertos, la realidad es que no hay garantías de que el río baje en los próximos días. “De acá al 10 de enero va a bajar, pero luego va a volver a subir porque se esperan más lluvias”, agregan los bomberos.
La deforestación, la ausencia de tres millones de árboles que fueron talados en la selva paranaense, es uno de los factores de estos desastres que, aunque involucran a la naturaleza, son principalmente responsabilidad humana. El modelo extractivista ha tornado en un desierto sin árboles a una de las regiones fluviales con mayor capacidad de recarga de agua dulce. “Las imágenes satelitales lo demuestran: donde antes veíamos selva, ahora hay enormes franjas de tierra colorada”, explica Mariano.
Además, hay que considerar los cambios en el régimen de lluvias. “En esta zona habitualmente no se superan los 300 milímetros anuales, pero han llegado a duplicarse en los últimos años, incluso han caído más de 200 milímetros en un día”, agrega Alfredo Crosa, presidente de la Federación de Asociaciones de Bomberos Voluntarios de Entre Ríos, mientras convida un mate. El hombre cuenta que viene de Concordia, donde los evacuados superan los diez mil.
“Esto recién empieza”, dice Héctor, cuando le preguntamos cómo se sigue. Lo mismo responde Roberto, con la incertidumbre de lo que viene. Y no sólo por la bajante, y las tareas de limpieza y reconstrucción a encarar, sino para acostumbrarse a vivir crecientes cada vez más grandes y violentas.
Micaela Ryan – @LaMicaRyan
Producción: Fernando Vicente Prieto – @FVicentePrieto
Foto: Charlie Adamson
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