Batalla de Ideas

8 diciembre, 2015

¿A qué le llaman «cerrar la grieta»?

Por Federico Dalponte. Instalada la creencia de que existe una división traumática entre los argentinos que impide el progreso, genera suspicacias, de cara al ciclo que se abre, el interés de ciertos sectores por acallar la crítica en pos de la unidad. Detrás de Macri y la alegría, la política.

Por Federico Dalponte. La grieta, la grieta, la grieta. Al recibir el premio Martín Fierro en agosto de 2013, parado sobre el escenario del Teatro Colón, el periodista Jorge Lanata utilizó por primera vez la locución «la grieta» para graficar que nunca antes había visto “tanta división en el público”.

“Yo creo que hay como una división irreconciliable en la Argentina y a esa división yo la llamo «la grieta»”, expuso aquella noche.

Esa misma expresión, curiosamente, fue utilizada la semana pasada por el futuro ministro de educación Esteban Bullrich para justificar su intención de designar al productor televisivo Juan Cruz Ávila como nuevo secretario de políticas universitarias.

“¿No hay personas con más experiencia y conocimiento en un área tan específica?”, le preguntó a Bullrich la periodista Luciana Vázquez. Y aunque naturalmente el funcionario reconoció que existían personas más idóneas para ocupar el cargo, se excusó: “Pero hay un problema que es la grieta y Juan Cruz es una figura neutral, visto por los dos lados de manera positiva”.

De igual modo, el mismo argumento agrietado utilizó hace dos semanas el diputado socialista Roy Cortina para justificar su inasistencia a la última votación en el pleno de la cámara de diputados. “Ayer se aprobó mi (proyecto de) ley de Plan de Cambio Climático”, escribió en su cuenta de twitter. Pero agregó: “No la voté para no dar quórum a una sesión escandalosa. Paradojas de la grieta”.

Asimismo, paradójico también fue que el canal Todo Noticias (TN) haya catalogado al altercado sobre el lugar en el que se realizará la asunción presidencial como “la grieta del traspaso”. Lo cual, en honor a la verdad, permite un avance en la interpretación del vocablo impuesto hace ya dos años. Si bien es cierto que las pujas contienen excesos y bemoles, también lo es el hecho de que en el fondo se discuten principios políticos y –como en este caso– incidencias jurídicas.

Cuando el artículo 93º de la Constitución Nacional dice que “al tomar posesión de su cargo, el presidente y vicepresidente prestarán juramento (…) ante el Congreso reunido en Asamblea”, pocos pueden terminar creyendo que la ceremonia puede hacerse en algún lugar distinto que no sea «ante el Congreso reunido en Asamblea».

Pero como la democracia permite el debate amplio y plural, es aceptable también que se discuta este punto. “El nuevo presidente Mauricio Macri cree que la asunción se tiene que hacer en la Casa Rosada”, manifestó Emilio Monzó (PRO). Y Macri, por supuesto, está en todo su derecho de creer lo que quiera, aunque enseñado el argumento constitucional, es posible que tenga por perdida la disputa. O no. Pero así funciona.

Esteban Bullrich tiene igualmente el derecho de designar a un funcionario “neutral” para hacerse cargo de la Secretaría de Políticas Universitarias, pero también puede elegir a un fiel representante de su ideario y nadie podría cuestionarle más que su idoneidad.

Y si no, más valdría promover el debate sobre ese ideario y cuestionarlo, criticarlo, denunciarlo, etcétera, pero sin ejercer esa violencia –discursiva o de la otra– que tan pocos resultados acarrea. En tal caso, la apelación a calificativos como «yegua» o «cipayo» hablan más de la intolerancia y del bajísimo nivel del debate público que de una grieta que genera “una división irreconciliable en la Argentina”.

Los puentes de Macri

El día que el general Juan Domingo Perón sostuvo que cuando “seamos capaces de patear todos sobre el mismo arco, habremos ganado el partido”, el socialista Alfredo Palacios le objetó que cuando eso suceda “nadie podrá ganar porque todos pertenecerán al mismo equipo; no habrá adversarios”.

Así, ese anhelo tan de moda de «cerrar la grieta» no siempre se presenta como sinónimo de promover la crítica democrática en reemplazo del agravio personal, sino –muy por el contrario– en ciertos casos parece ser el obstinado empeño de ciertos sectores por anular los cuestionamientos al presidente electo.

“Terminemos con la grieta y empecemos a construir puentes”, declaró Mauricio Macri poco después de las elecciones de octubre. Efectivo como pocos, ese discurso amistoso y cordial ganó cada vez más adeptos hasta convertirse en mayoría, quedando deshonrados por contraposición quienes osaron mantener las críticas.

En efecto, reprochar la designación de Patricia Bullrich o de Carlos Melconián se convirtió de forma tan abrupta en un ensanchamiento de la denominada grieta que terminó quedando escaso lugar para el debate real.

“No tengo demasiado conocimiento técnico en el área de medioambiente, es más sentido común”, declaró Sergio Bergman, entrante ministro –precisamente– de medioambiente. Sin embargo, tanta concordia y placidez parecen reinar desde el 22 de noviembre que los principales medios no atinaron siquiera a cuestionar a Bergman por las mismas razones que sí lo hicieron cuando el abogado laboralista Mariano Recalde fue designado presidente de Aerolíneas Argentinas.

Así, quizás por la misma razón que «yegua» y «cipayo» suelen medirse de forma diversa de acuerdo a la postura del interesado, curiosamente Cerrar la grieta es el título del reciente libro de Edi Zunino, director de la revista Noticias, medio que dedicó más de una treintena de tapas a insultar a Cristina Kirchner, concentrándose en su sexualidad, en su desnudez, en su salud mental y demás.

Una transición con sonrisas

Cuando en 2009 el Frente para la Victoria perdió su hegemonía entre los diputados, los 25 bloques opositores se unieron en eso que denominaron «Grupo A» y se quedaron con la mayoría absoluta en todas las comisiones de la cámara baja, incluso en aquellas que son fundamentales para la gestión de gobierno.

Pero como ahora es Mauricio Macri quien debe asumir la responsabilidad de gestionar con un Congreso adverso, la opción dialoguista gana terreno. «Terminemos con la grieta y empecemos a construir puentes» significa también bajar el nivel de agresividad para que el Frente para la Victoria no se convierta en un obstáculo.

Y las fotos de la transición también hablan de ello. La diferencia entre las repercusiones del cónclave Macri-Kirchner respecto a la reunión entre Florencio Randazzo y Guillermo Dietrich fue elocuente: “Una transición con sonrisas”, título por ejemplo el diario La Nación sobre esta última.

Sonrisas, por supuesto, que son posibles cuando las reuniones son de colaboración y no de discusión política. «Esta gente es mala, tiene oscuros intereses de perseguir a todos, a los científicos, a los que piensan distinto», dijo el propio Macri en el último debate presidencial, con muchas menos sonrisas que las que ahora reclama.

Pero aun así es comprensible. El debate político exige más énfasis y convicciones que sonrisas, y ése quizás sea un riesgo central para los años que vienen: con el pretexto de reducir la violencia y la intolerancia, «cerrar la grieta» puede acarrear también menos críticas, menos discusiones, menos cuestionamientos, menos política.

@fdalponte

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