Fútbol

30 noviembre, 2015

Roberto Baggio, un jugador de otros tiempos

Roberto Baggio es el sexto goleador en la historia de la Serie A con 205 goles de todo tipo y color. Muchos de esos tiros libres que se extrañan, del ángulo que sea y con el arquero en ridículo. Impávidos ante lo inalcanzable. Enganchados en las redes por la ilusión de alcanzar lo que ya era gol.

Ha vuelto Messi. Y la orquesta está afinada. Cinco años atrás, también las cuerdas y el hombre de los platillos suenan a tiempo. En el Camp Nou, el Barcelona recibe al Arsenal. Será victoria del equipo catalán por 4 a 1. Después de arrancar perdiendo, lo dio vuelta con cuatro goles de Messi. Uno más lindo que el otro. Esa noche, no podrá ni siquiera ducharse. Messi tendrá que saciar una sed más.

Había allí alguien que quería conocerlo. En cuero, y con la timidez que lo caracteriza, saludó entre risas. El primer abrazo se lo llevó quien, dos minutos después, sería elogiado por Guardiola con un sincero “el mejor jugador con el que jugué”. Roberto Baggio lo abraza y poco le importa el sudor, palmea la espalda del jugador argentino.

Se muestra asombrado, charlan un rato y señala su cabeza como indicando que es lo más importante del jugador. Se deshace en adjetivos. Saluda efusivamente al argentino y cuando la luz se está por apagar, se acerca a la pizarra y cómplice de la mirada de Guardiola pone diez imanes azules en la puerta del área chica y al arquero sobre la línea.

Roberto Baggio es el sexto goleador en la historia de la Serie A. Desde sus comienzos en la Vicenza hasta su retiro en el Brescia convirtió 205 goles. Se ubica detrás de Silvio Piola, Giuseppe Meazza y Francesco Totti, entre otros. Convirtió goles de todo tipo y color. Muchos de esos tiros libres que se extrañan, del ángulo que sea y con el arquero en ridículo. Impávidos ante lo inalcanzable. Enganchados en las redes por la ilusión de alcanzar lo que ya era gol.

El primer gol lo convirtió frente al Napoli de Maradona. Y como signo de lo que vendría, venció a Carnevale con un tiro libre a su palo, abajo. Durante cinco temporadas se vistió la “viola”. Su elegancia, que unía el segundo demás con la velocidad, le valieron 39 goles y un pase millonario a la Juventus en la previa del Mundial 90.

En las calles de Florencia hubo disturbios por su partida. La leyenda cuenta que se negó a patear un penal contra su ex equipo cuando lo enfrentó por primera vez. Baggio dijo haberse “entrenado mucho con Mareggini” y que éste sabía dónde y cómo podía llegar a patear desde los doce pasos. También fueron cinco temporadas, entre 1990 y 1995, marcó 78 goles. Obtuvo un Scudetto y una Copa Italia.

Milan, Bologna e Inter fueron sus equipos hasta el año 2000. Con Milan logró un Scudetto y marcó 12 goles. Luego de dos temporadas pasó al Bologna, equipo en el que jugó hasta luego de finalizada la Copa del Mundo disputada en Francia en 1998. Marcó 22 goles en 30 partidos. Allí pasó al Inter, donde un vínculo conflictivo con Marcelo Lippi lo hizo cambiar de aire al cabo de dos temporadas y nueve goles.

Antes de llegar al Brescia, donde se retiraría, disputó tres mundiales con la “Azurra”. Convirtió en todos. En Italia 90, cuya canción quedará tatuada en toda memoria sonora, convirtió el gol elegido como el mejor de la copa, en fase de grupos y frente a Checoslovaquia. Amague, velocidad, control y definición. Todo junto en segundos. Todo a su tiempo. Mejor dicho, a sus tiempos. Terminó como titular, formando dupla con Salvatore Schillachi. El otro tanto se lo marcó a Inglaterra en el partido que juegan aquellos que luego de caer en semifinales solo quieren hacer las valijas y volver.

A Estados Unidos llegó como emblema de una selección que cayó en la tristemente recordada, o fácilmente olvidable, final frente a Brasil. Un magro cero a cero los llevó a los penales y allí falló el que le dio el título a los de Carlos Alberto Parreira y su ayudante Mario Zagalo. Convirtió cinco tantos: dos a Nigeria en octavos, uno a España en cuartos y dos a Bulgaria por las semis. Salir a achicarlo en carrera era someterse, los arqueros desde el suelo miraban con impotencia como la pelota se hundía en el fondo del arco ante la corrida desesperada del defensor de ocasión.

En Francia 98, convirtió dos tantos. En el empate en dos frente a Chile y luego frente a Austria, ambos en fase de grupos. Italia caería con el campeón en cuartos por penales. Esa vez convirtió pero la suerte estaba echada. Hizo nueve goles en mundiales y otros 18 en 56 partidos oficiales con la selección.

Un joven Pirlo, con pelota dominada en el círculo central, levanta la cabeza y lanza un pase a espaldas de los centrales. Roberto Baggio se filtra, y sabiendo como sabía todo un par de segundos antes, en un mismo movimiento baja la pelota con el pie derecho. Acompañándola, invitándola a acompañarlo y que el hombre de guantes pase como colectivo lleno para finalmente tocar a la red.

Allí lo abrazan sus compañeros sepultando la “10”. Hay uno que llega corriendo y queda en lo alto de la montonera. Lleva la “28” en la espalda, se llama Josep Guardiola. Él es quien ha posibilitado que se pueda volver a creer que al fútbol se puede jugar de otra manera. Él es quien invitó, en aquella noche tan lejana pero tan actual, a Roberto Baggio para que sea testigo del espectáculo que brindó Messi.

Seguramente fue él quien en alguna práctica le contó al oído que el mejor jugador con el que jugó se llama Roberto Baggio. Un goleador que bien pudo sortear, con talento y calidad, esa táctica tan común por estos días de miedo de perder, que es poner a todos atrás y a Dios de 9.

Federico Coguzza – @Ellanzallama

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