Batalla de Ideas

24 noviembre, 2015

La Nación: una inclaudicable línea de conducta reaccionaria

Pocas horas después del triunfo del candidato de Cambiemos, la tribuna nacional del conservadurismo publicó un repudiado editorial titulado «No más venganza». Allí La Nación vuelve a insistir con la nefasta teoría de los dos demonios y pide la libertad de los criminales juzgados y condenados por delitos de lesa humanidad. El diario de los Mitre demuestra una vez más su coherencia histórica.

El matutino fundado en 1870 por Bartolomé Mitre, la famosa “tribuna de doctrina” del periodismo argentino, históricamente ha jugado a marcar la agenda nacional. Luego del ajustadísimo triunfo de Mauricio Macri en las elecciones de este domingo, La Nación no perdió ni un minuto para plantearle al presidente electo un orden de prioridades claras: “Terminar con las mentiras sobre los años 70 y las actuales violaciones de los derechos humanos”.

«No más venganza», la indignante editorial de este lunes 23, repropone groseramente la teoría de los dos demonios, equiparando responsabilidades entre la violencia de “la guerrilla” y el terrorismo estatal, para luego exigir la resolución de dos cuestiones “urgentes”: “El vergonzoso padecimiento de condenados, procesados e incluso de sospechosos de la comisión de delitos cometidos durante los años de la represión subversiva” y el fin de los “actos de persecución contra magistrados judiciales en actividad o retiro”.

La pieza reaccionaria del diario dirigido por Matilde Noble Mitre de Saguier, Bartolomé L. Mitre (tataranieto), Alberto J. Gowland Mitre, José Claudio Escribano y Luis María Saguier, comienza citando a la senadora por Córdoba Norma Morandini quien “escribió días atrás en estas páginas que la causa de los derechos humanos no se puede defender con mentiras. No se puede defender tampoco con nuevas violaciones de derechos humanos como está ocurriendo en el país”.

Luego intima a “sepultar para siempre las ansias de venganza” encarnadas por los juicios por delitos de lesa humanidad contra los asesinos y torturadores de la última dictadura militar. Por supuesto, se responsabiliza al kirchnerismo de “tamizar ideológicamente” los hechos de los setenta (caracterizados por “grupos terroristas que asesinaron aquí con armas, bombas e integración celular”) y se compara groseramente al accionar de “la guerrilla” con los atentados terroristas que recientemente conmovieron a París.

La versión La Nación de la dictadura explica que “el aberrante terrorismo de Estado sucedió al pánico social provocado por las matanzas indiscriminadas perpetradas por grupos entrenados para una guerra sucia”, justificando el terrorismo de Estado como reactivo y defensivo y reproduciendo la nefasta teoría de los dos demonios (cuyas primeras formulaciones pueden encontrarse, según algunas lecturas, en el mismísimo prólogo del Nunca Más realizado por el fallecido escritor Ernesto Sábato).

El artefacto editorial reaccionario avanza pidiendo la libertad para los más de 300 detenidos por delitos de lesa humanidad que, pobres, “se hayan en cárceles a pesar de su ancianidad”, lo que constituye una “verdadera vergüenza nacional”. Luego concluye denunciando “actos de persecución” contra magistrados activos o retirados, entre los que cita a los jueces Pedro Hooft, Néstor Montezanti y Ricardo Lona, indagados por su complicidad con diversos crímenes de la dictadura, que contó con la activa complicidad de un Poder Judicial que apenas ha comenzado a rendir cuenta por su nefasto rol.

Este replanteo de viejos reclamos de los más rancios sectores vinculados a los genocidas se realiza además reciclando incluso el lenguaje de los dictadores (que acríticamente reproducían los medios masivos de comunicación de la época, contribuyendo a ocultar las flagrantes violaciones de derechos humanos del autodenominado Proceso de Reorganización Nacional). Así reaparecen en el editorial construcciones escalofriantes tales como “grupos terroristas” o “represión subversiva”.

Para ser justos debemos reconocer que La Nación no estaba sóla en su legitimación y embellecimiento de la dictadura y en el imprescindible ocultamiento de sus crímenes. El diario Clarín fue otra de las espadas mediáticas militares y desde sus páginas, por ejemplo, la pluma de Joaquín Morales Solá pudo festejar reitaradamente sus “éxitos contra la subversión”.

Pero el centenario diario de la familia Mitre -según puntualiza el texto del sociólogo Marcelo Borreli sobre el libro de Ricardo Sidicaro La política mirada desde arriba. Las ideas del diario La Nación, 1909-1989– se ha caracterizado históricamente por algunas características: “La coincidencia con los puntos de vista de los sectores económica y socialmente predominantes, la interpelación a los gobiernos y a otros interlocutores con poder de decisión; la pertenencia a la tradición liberal – conservadora, y la valoración positiva de la institucionalidad y la defensa de las instituciones democráticas”.

Borreli concluye, contextualizando la particular vocación democrática del periódico: “Este último postulado se basa en una elaboración paradójica del matutino, ya que su respeto por la democracia incluía la aceptación de interrupciones militares en tanto pusieran fin el poder de los sectores que el propio diario calificaba como ‘no democráticos ‘ (como la ‘demagogia yrigoyenista ‘ y el ‘populismo peronista ‘)”. Desde este particular punto de vista, el golpe militar de 1976, por ejemplo, sólo vino a cubrir un “vacío de poder”, lo que permitía retomar el cauce democrático.

Este punto de vista responde claramente a una definida e histórica posición ideológica, pero sería ingenuo descartar mucho más banales motivaciones económicas, ya que, por ejemplo, su participación (junto a Clarín y La Razón) en la expropiación delictiva de Papel Prensa por la dictadura en 1977, la ubicó en una posición monopólica que generó enormes beneficios económicos.

Pero es preciso reconocerle coherencia al diario de los Mitre. El editorial de este lunes en verdad no plantea mayores novedades doctrinales, aunque tal vez lo haga con un tono algo más envalentonado por los aires de “cambio” que impuso el triunfo del macrismo. La defensa de la teoría de los dos demonios puede rastrearse en numerosos editoriales de los últimos años. Algunos de las más escandalosos, en un recorrido apresurado, fueron Encontrar la verdad para alcanzar la reconciliación, del 2 de septiembre de 2014; Lesa venganza, del 3 de agosto de 2015, o Reconciliación, indultos y amnistías, del 21 de agosto de este año.

En 1999 La Nación publicó en fascículos una Historia de Siglo XX y en el capítulo dedicado a los setentas, además de dedicar varias páginas a recopilar los diversos «atentados subversivos», se plantea: «Por años, los actos criminales de la guerrilla habían estado preparando el terreno para una represión indiscriminada, anestesiando la conciencia de una población que, hastiada de la violencia cotidiana, no se preguntó cómo se le había puesto fin». Toda una línea de conducta.

Si bien podemos constatar que la tendenciosa asociación de la justicia aplicada contra los genocidas con la idea de “venganza” es un recurso habitual del periódico, lo cierto asume nuevas resonancias a la luz del primer discurso como presidente electo de Mauricio Macri en el que planteó que “no es hora de venganzas ni revanchas”.

El escándalo desatado por el editorial obligó a que en horas de la tarde del lunes se publicara una nota en la edición online en la que, bajo el título Fuertes repercusiones por un editorial de La Nación, consigna algunos de los cuestionamientos, cita el texto de repudio de los periodistas del diario y le pide disculpas a la senadora Norma Morandini “en la medida en que sienta que el editorial no ha reflejado su sensibilidad ni opinión en el tema en cuestión”.

Por supuesto, no hay ninguna autocrítica por la retahíla de conceptos antidemocráticos vertidos allí, pero hubiera sido un exceso de ingenuidad esperarla de un medio que fue uno de los puntales comunicacionales de la dictadura más sangrienta de nuestra historia. Por eso, la mayor novedad derivada del reciente editorial del diario no tiene que buscarse en sus páginas manchadas de sangre sino en la saludable ola de repudio que cuestionó como pocas otras veces sus planteos reaccionarios.

Pedro Perucca – @PedroP71

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