Batalla de Ideas

10 noviembre, 2015

Detrás de Macri, el caro y sombrío retorno de la UCR

Por Federico Dalponte. Aunque desdibujado y fragmentado, el radicalismo se relame con la posibilidad de ocupar un ministerio después de 14 años. Sin embargo, subordinado a las apetencias de Mauricio Macri, el centenario partido avanza hacia su probable dilución dentro del PRO.

Por Federico Dalponte. Exultante y satisfecho, el presidente de la Unión Cívica Radical (UCR), Ernesto Sanz, informó hace dos semanas que su partido gobernará desde diciembre casi medio millar de municipios, nueve capitales provinciales y cinco provincias.

Acompañado por la mayoría de los dirigentes de su partido, el balance electoral fue la confirmación de su pronóstico. En marzo pasado, la noche en la que el radicalismo selló su alianza con Mauricio Macri, ya había vaticinado: “Desde mañana este acuerdo está arriba de los 35 puntos, con lo cual hay ballotage en la Argentina”. Y agregó con jactancia: “Hoy la palabra que veo y huelo es «volver al poder»”.

Y todo parece posible. En el 2016, cuando la UCR conmemore un siglo desde su llegada a la presidencia, es probable que esté nuevamente en el poder –aunque con la sustancial diferencia de que ya no ocupará la titularidad del Poder Ejecutivo, sino apenas un ministerio en un gobierno ajeno–.

Lo cierto es que en el 2007 el radicalismo ya había realizado una apuesta similar para enfrentar a Cristina Kirchner. En aquella elección, los radicales se encolumnaron detrás de Roberto Lavagna, quien aportó sus más de tres millones de votos a la generosa causa de darle nueva vida al centenario partido.

En rigor, desde el magro resultado obtenido por el entonces candidato Leopoldo Moreau en 2003, sumado a la modesta actuación en las elecciones legislativas de 2005, el radicalismo se mantenía como primera minoría en el Congreso pero con pronóstico reservado de cara al futuro.

Aquel año 2007, teniendo en cuenta las bancas en juego, el 17% cosechado por Lavagna arrastró a la UCR a perder seis senadores y ocho diputados nacionales. Sin embargo, a la luz de los hechos, la estructura partidaria resistió lo suficiente en aquel entonces como para poder cederla ahora, ocho años después, en favor de otro candidato con mejores chances.

Sin peso ni liderazgos

Pese a los valerosos intentos en los que trazó acuerdos con socialistas (2009 y 2013), con peronistas de la más diversa índole (2007 y 2011), con partidos de izquierda (2013) y hasta con ex radicales (2009 y 2013), la UCR nunca recuperó el peso político perdido en 2001.

Obtuvo el 2,34% de los votos en 2003 y apenas un punto más ostenta 12 años después. En ese escenario es que el radicalismo se dedicó a sobrevivir, a mantenerse como primera minoría en el Congreso, a ocupar los organismos de control, a gobernar municipios y algunas provincias con la esperanza nunca vencida de recuperar finalmente terreno.

Pero con todo, su fortaleza siguió siendo exigua: tiene actualmente apenas el 13% de los gobernadores del país, el 21% de los intendentes, el 17% de los diputados y el 15% de los senadores.

Y aunque está claro que su peso es mayor que el exhibido por el PRO, parece estar condenada por carecer de un líder nacional sólido y atractivo. En el 2011, la última vez que la UCR presentó candidato propio, su postulante terminó en tercer lugar, a 40 puntos de distancia del primero.

Sin embargo, lejos de intentar fortalecer a sus propios candidatos, el radicalismo capituló y decidió correr esta vez en la dirección contraria: le entregó su estructura al aspirante nacional que más necesitaba de ella.

Decidida a no conformar nuevamente frentes pluripartidarios, la UCR se asumió como socia minoritaria, como expresión secundaria y vilipendiada, y encadenó su historia a la suerte de Mauricio Macri.

En definitiva, lo que parecía una mera estrategia de supervivencia hasta el 2013, se transformó de repente en la posibilidad asequible y concretable de retornar al poder después de más de una década.

El precio de dos ministerios

Con sigilo y decisión, la dirigencia radical fue fertilizando el terreno que permitió este año la fusión de la UCR con el PRO. Primero, en 1999, compartió fórmula presidencial por primera vez en su historia y pareció sensato. Luego, en 2007, declinó la postulación de un candidato propio y lo justificó con creces. Y en igual sentido, en 2011 cedió con orgullo la candidatura a vicepresidente.

Pero mucho antes, cuando en 1910 el mandatario electo Roque Sáenz Peña le ofreció dos ministerios a Hipólito Yrigoyen a cambio del cese de sus reclamos reformistas, el caudillo le contestó: «La Unión Cívica Radical no busca ministerios».

Un siglo después, Ernesto Sanz parece tener otra mirada. Buscando con desesperación derrotar al Frente para la Victoria, el radicalismo no sólo decidió no presentar candidatos propios, sino que lo hizo a cambio de poco: si ganara Macri, todo indica que apenas cedería a la UCR un ministerio.

Dicho con mayor claridad: el radicalismo selló un acuerdo que, en caso de fracasar, lo arrastrará nuevamente al estigma del 2001; y si resulta exitoso en términos de gestión, nadie le reconocerá mayor mérito que el de haberle servido de trampolín a Mauricio Macri.

«No va a haber un cogobierno; el que gana la primaria gobierna y el que pierde sugiere», advirtió el candidato del PRO en marzo pasado.

Sin embargo, opositor severo en el Senado, el mendocino Sanz compartió junto al PRO las posturas más inflexibles frente a las principales leyes de la década: entre otras, se opuso a la reestatización de Aerolíneas Argentinas, al fin de las AFJP, a la ley de medios y a la movilidad jubilatoria.

Ese pulido perfil opositor que le valiera la consideración de Macri se perfeccionó con otro ingrediente: el antiperonismo, esa doctrina según la cual el peronismo es el culpable de todos los males y cuyo rechazo identifica, interpela y sirve de excusa para unirse en su contra.

“La democracia argentina necesita un gobierno que no sea conducido por el peronismo”, dijo en la recordada convención de Gualeguaychú. “La conducción peronista tiene el gen del «vamos por todo». En cambio, nosotros tenemos el gen de la democracia, del diálogo y de las instituciones”, agregó.

El antiperonismo, la democracia, el diálogo y las instituciones. A eso se redujo en 2015 la UCR. Movilizado por el anhelo de reconquistar el poder perdido, un partido político de 120 no exentos de logros –YPF, reforma universitaria, ley de medicamentos, libertad sindical, salario mínimo, juicio a las juntas militares– hoy se somete voluntariamente a la posibilidad de diluirse dentro de un frente de neto corte conservador.

En definitiva, dependerá del resultado del ballotage, pero todo indica que la UCR no sólo renunció ya a su último halo de progresismo, sino también a ese lugar de alternativa al peronismo que supo ocupar durante 70 años.

@fdalponte

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Batalla de Ideas