9 noviembre, 2015
Derechización de la política y movilización popular
Por Andrés Scharager. El ballotage entre Scioli y Macri deja entrever un corrimiento a la derecha del sistema político. En el marco de una economía en recesión y la ausencia de un clima de desmovilización, se abren dilemas para las izquierdas.
Por Andrés Scharager. El ballotage entre Scioli y Macri deja entrever un corrimiento a la derecha del sistema político. En el marco de una economía en recesión y la ausencia de un clima de desmovilización, se abren dilemas para las izquierdas.
Cuando el domingo 25 por la noche se anunciaron los resultados de las elecciones presidenciales, todo pareció cambiar en el panorama político nacional. Los primeros números desmoronaron todas las previsiones y erigieron como probable el escenario impensable: Mauricio Macri se convertía en el centro de palpables expectativas y temores, tras 12 inéditos años de un mismo ciclo político.
Los análisis, que han tendido a estar centrados en los pormenores de las campañas, precisan trascender la contingencia de la coyuntura y otorgarle nuevos sentidos al ascenso de una nueva derecha en la Argentina. De lo contrario, ¿cómo se explica el sostenido crecimiento del PRO a lo largo de la última década? ¿Qué agua corrió bajo el puente entre el triunfo del kirchnerismo en 2011 y el ballotage de 2015?
Nuevos aires económicos
Lejos de las “tasas chinas” y los “superávit gemelos”, los últimos años atestiguaron la cíclica reaparición de la restricción externa. Titubeante, el Gobierno implementó una devaluación pero lanzó Precios Cuidados; recompuso relaciones con el FMI pero confrontó con los Fondos Buitre. Intentó pilotear una recesión de más de tres años con fuertes incentivos al consumo, pero no vislumbra una salida hasta el día de hoy.
La emergencia de este panorama económico tuvo un correlato en el esquema de alianzas: la CTA y la CGT, antes plenamente alineadas, se dividieron; los industriales, ante el estancamiento y las dificultades para doblegar al Gobierno, se alejaron. La muerte de Néstor, que reverdeció la militancia y la identidad política del kirchnerismo, paradójicamente sentó las condiciones para que el Partido Justicialista se hiciese del primer lugar en la fila por la sucesión.
Así, mientras mantuvo soterrada la disputa por la conformación de un nuevo liderazgo, el Gobierno se alejó de las épocas de “profundizar el cambio”, evitó dar los necesarios debates de fondo sobre la (in)viabilidad de un “capitalismo serio”, desestimó convocar a la movilización popular contra los “grupos económicos” acusados de desestabilizar y eludió la adopción de medidas de transformación estructural ante las limitaciones económicas recurrentes.
Ante este escenario, las organizaciones populares alineadas con el kirchnerismo tendieron a escudarse detrás de la idea de que no estuvo dada la “correlación de fuerzas”. Pero, ¿cómo explican entonces que el Gobierno haya tomado las medidas más confrontativas (Ley de Medios, estatización de las AFJP, entre otras) en sus momentos de mayor debilidad?
Aquella audacia, que materializó algunas de las mayores conquistas sociales de la década, no fue correspondida por una nueva estrategia de acumulación política que escapase al justicialismo. Así, la recomposición de la derecha se dio no sólo puertas afuera (Macri, Massa) sino también adentro (Scioli). Y fue una cuestión de tiempo que, en un marco de recesión e iniciativa defensiva, los tradicionales ejes de interpelación de los sectores conservadores –inflación, inseguridad, corrupción, narcotráfico– comenzaran a encontrar creciente afinidad con demandas insatisfechas de amplias capas de la población allende la Avenida General Paz. Y traducirse al plano electoral.
Auténtica respuesta por derecha a la crisis de 2001, el PRO tejió alianzas con destreza, subordinando a fuerzas históricas como la UCR y haciéndose de un amplio despliegue territorial. Tomó decisiones temerarias, postulando a María Eugenia Vidal en la provincia de Buenos Aires, armando una disputada interna en la Ciudad y desestimando un acuerdo nacional con Massa. Rescató los principios del peronismo afirmando que la mejor manera de llevarlos adelante es “solucionándole los problemas a la gente”, asegurando que quien promovió el neoliberalismo en el país fue, justamente, el mal peronismo.
En este marco, el ascenso de Macri no debe leerse necesariamente como producto de una derechización de la sociedad. Sus promesas de no deshacer las estatizaciones y de garantizar los nuevos derechos y conquistas populares son muestra de la persistencia de un sentido común acerca de lo políticamente valorable que no se ha revertido completamente.
Sin embargo, el Gobierno no consiguió capitalizar este sentir general en una propuesta electoral. Por el contrario, apostó a que un candidato de perfil conservador sería la mejor manera de hacer frente al giro a la derecha del sistema político. No obstante, llegó a una polarización con el PRO moralmente alicaído, lejos de cualquier confrontación épica en pos del difuso “vamos por todo”.
Derechas e izquierdas
Si es objeto de discusión que la sociedad haya girado a la derecha, es incontrovertible que en términos institucionales el país ya lo ha hecho. El kirchnerismo se alejó de la mayoría en la Cámara de Diputados, el PRO se hizo de la provincia más importante del país y Massa quedó en una posición de arbitraje de cara al ballotage. El propio candidato oficialista, por su parte, viró en los últimos días hacia un discurso más conservador, anunciando la eliminación de retenciones, anticipando la toma de deuda y admitiendo que realizará una devaluación.
Sería necio, sin embargo, suponer que un gobierno del Frente para la Victoria, incluso en su variante más regresiva, tendría las mismas implicancias para los destinos del pueblo que la llegada del PRO.
La prescindencia significaría ignorar la compleja y contradictoria base social de la candidatura de Daniel Scioli, y a su vez desconocer el sintomático estado de exultación de los sectores dominantes ante la posibilidad de un triunfo de Macri. Éstos aguardan expectantes la posibilidad de un aumento de su tasa de ganancia a partir de un mayor disciplinamiento de los sectores populares. Pero el desalentador ballotage no llega, paradójicamente, en un estado de desmovilización ni desarticulación social. Allí, en esa dislocación, yace la necesidad y potencialidad del reagrupamiento en pos de una izquierda popular.
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