Medio Oriente

4 noviembre, 2015

Erdogan consolida su continuidad en Turquía

Contra todos los pronósticos, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), conservador de inspiración islamista, logró reponerse del traspié en las pasadas elecciones de junio, pasando de obtener cerca de 40% de los votos a recibir el 49,5%. Con ello recupera para sí la mayoría de escaños que le permitirán formar gobierno por su propia cuenta.

Contra todos los pronósticos y encuestas electorales, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), conservador de inspiración islamista, logró reponerse del traspié en las pasadas elecciones de junio, pasando de obtener cerca de 40% de los votos a recibir el 49,5%. Con ello recupera para sí la mayoría de escaños (317 sobre 550) que le permitirán formar gobierno por su propia cuenta sin recurrir a acuerdos de coalición. Aún así, no alcanzó el piso de 330 representantes para dar pie al proceso de reforma constitucional que tanto ansía el presidente Recep Tayyip Erdogan.

Sorpresa en las urnas

El resultado sorprendió a simpatizantes y opositores, incluyendo a la misma dirigencia del partido de gobierno, habiendo sumado más de 23 millones y medio de votos, un diferencia de 4,5 millones más respecto de las frustradas elecciones parlamentarias de junio. El contexto nacional marcado por el incremento de la violencia política, alimentado por el quiebre del proceso de paz con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) por un lado y las acciones de redes terroristas vinculadas al grupo Estado Islámico por el otro, permitió al gobierno recuperar el apoyo perdido tras centrar su discurso fuertemente en la seguridad y los llamados a la unidad nacional.

Estos resultados dieron un sabor amargo a la percepción de los principales partidos opositores acerca de su propia actuación. El Partido Republicano Popular (CHP), de centro, se mantuvo estable, situándose como primera minoría con 25% de los votos, obteniendo para sí 134 escaños.

Pese a superar el restrictivo piso de 10% para entrar en el parlamento, tanto el Partido Democracia del Pueblo (HDP), de izquierda anti capitalista y pro kurdo, como el ultranacionalista Partido Movimiento Patriotico (MHP), vieron reducido su caudal electoral. Tras haber obtenido 13 y 16 puntos, respectivamente, en las elecciones de junio pasado, ambos partidos vieron una reducción de 3 puntos cada uno, que se trasladaron directamente al oficialismo. A estos se sumaron los votos de formaciones políticas menores que no lograron entrar al Parlamento en junio, y cuyos votantes habrían encontrado más útil y atrayente respaldar al oficialismo.

De esta manera, el gobierno de Erdogan se reencuentra con la legitimidad y la representación suficiente como para monopolizar la toma de decisiones, en un escenario donde la tendencia se sitúa en una mayor derechización.

Esta tendencia queda ilustrada en el mayor avasallamiento hacia las expresiones de disenso y oposición, en especial hacia el control de la prensa, las redes sociales y la regimentación de la protesta; acompañada también por la continuidad de la campaña de refundación moral tan pregonada por el gobierno hacia los comportamientos sociales (vestimenta, relaciones premaritales, entre otros) considerados no coincidentes con la recuperación de los tradicionales valores islámicos.

Jugando con fuego

La estrategia del gobierno de vincular a la izquierda y las organizaciones de derechos humanos con las acciones armadas de la guerrilla kurda parece haber mermado la capacidad del HDP de dirigirse a otros sectores de la sociedad fuera de base tradicional de simpatizantes. Incluso llegó a perder algunos de sus bastiones en el sur del país, habitados por poblaciones mayoritariamente kurdas. Por otro lado, esto habría reunido detrás del oficialismo a una parte del electorado afín a los nacionalistas.

Envalentonado por estos auspiciosos resultados, el gobierno autorizó al ejército a reasumir las operaciones militares contra posiciones del PKK en el sur del país y en el vecino Irak.

Desde principios de año ha habido gran inquietud entre los círculos políticos y militares turcos a raíz de la consolidación de las milicias kurdas al sur de la frontera, en el norte de Siria. Las victorias contra el Estado Islámico de las Unidades de Protección Popular, brazo armado del principal partido kurdo en el vecino país, dieron pie a la posibilidad de que estas aumenten su control sobre una vasta franja de territorio sobre la frontera sirio-turca. Esto ha alimentado especulaciones de que, al igual que como ocurrió en Irak, se constituya una entidad kurda autónoma (que ya existe en los hechos).

El presidente Erdogan ha expresado en el pasado que Turquía no tolerará la conformación de un Estado kurdo soberano al sur de su frontera, posición que contribuyó a recibir apoyos de los nacionalistas. Dentro de este escenario con múltiples actores, se considera que el Estado turco se ha mostrado pasivo ante las actividades de organizaciones extremistas como el Estado Islámico y Al Qaeda, a las cuales considera “males menores” que podrían equilibrar la balanza de fuerzas hostigando a las organizaciones kurdas. Lógica que ha contribuido al crecimiento de la actividad terrorista en la región y que ha constituido el principal argumento por el que la guerrilla kurda optó por retomar las acciones armadas, al denunciar evidencias de que los servicios de inteligencia turcos cooperaban con las redes terroristas.

Mientras tanto, el sur del país se haya completamente militarizado y en completa ebullición conforme las organizaciones kurdas, armadas civilmente, confrontan cotidianamente el hostigamiento del aparato de seguridad turco. Un juego en el que permanecen latentes múltiples riesgos en tanto la inestabilidad y la escalada de violencia pueden abrir espacio al fortalecimiento de aquellos actores que se nutren del caos, a la vez que el Estado acentúa sus facetas más autoritarias.

Julián Aguirre – @julianlomje

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