Cultura

3 noviembre, 2015

Un edificio esquizofrénico y maldito

La Catedral de los negros, del escritor cubano Marcial Gala, cuenta la historia de la construcción de templo al estilo de las grandes catedrales góticas que se propone crecer “aliado del aire, dueño de los vientos” para acabar como un proyecto inconcluso que tal vez puede pensarse como metáfora de la revolución.

Una novela políticamente incorrecta. Lejos de la mirada edulcorada de la revolución, La Catedral de los negros (Premio Alejo Carpentier, 2012) se construye a partir de los testimonios de los personajes. Un coro polifónico de una barriada popular de Cienfuegos se alza sobre aquellos problemas que la sociedad cubana conoce, pero de los que no se suele hablar de manera pública: privilegios frente a las injusticias, negociados y abusos de poder, marginalización de amplios sectores, racismo, homofobia y machismo.

Catedral de los Negros 2Marcial Gala se reapropia del género testimonial, privilegiado en los años setenta, para definir un espacio cultural dominado por la presencia de negros y mulatos, una especie de microhistoria isleña. Sin embargo, se aparta del rol de la figura de intelectual de esa época que, desde afuera de los procesos, pondera o castiga en una narrativa moralizante. Gala no estigmatiza la marginalidad. No busca representar una otredad lejana y pintoresca ni tampoco una figura ejemplar.

La llegada de los Stuart desde Camagüey es el origen del chisme barrial que, con sus formas populares de habla, refranes y giros propios, irá armando el hilo narrativo de la historia. Al poco tiempo de radicarse en Punta Gotica, un barrio marginal de Cienfuegos, Arturo Stuart -un cristiano fanático- convoca a erigir un templo que, al estilo de las grandes catedrales góticas de la época del catolicismo, crecerá -“aliado del aire, dueño de los vientos”- hasta convertirse en un edificio esquizofrénico, maldito, corrupto.

La novela así como la catedral se estructuran en un pesimismo, predestinación y fracaso que impregna la vida de los personajes, como si fuera un sello esencialista de lo latinoamericano: “En realidad éramos unos inocentes, aunque ya desde entonces no teníamos futuro. El que cae en este barrio no sale (…) Uno nace negro y está embarcado”.

De este modo, en consonancia con la tradición bíblica -la torre de Babel-, la catedral nunca va a terminar de construirse. Del paso de los Stuart por Cienfuegos solo quedarán las ruinas. Imágenes de la decadencia que también fueran tematizadas por Arenas y Ponte en la literatura cubana. Para referirse a este episodio, uno de los personajes, ex delegado del Poder Popular dice: “Ese edificio que nunca se terminaba como la Central Electronuclear de Juraguá, otro fracaso”. ¿Podría leerse, en este sentido, las ruinas de la catedral como una metáfora de la revolución? ¿Otro fracaso? ¿Una revolución congelada?

Sin embargo, “un día las palomas se van a apoderar de la catedral inconclusa (…). Pensarán que un día fue el templo principal de una ciudad de seres felices y que por sus pasillos corrieron los hijos de los feligreses, y al cabo del tiempo, ¿acaso importará que no haya sido así?”.

Fabiana Montenegro

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