11 septiembre, 2015
Víctor, Aylan, Allende
Por Mariel Martínez. La poesía, el hambre y los intereses de occidente. Un 11 de septiembre más, que recuerda la muerte de Salvador Allende y la historia de los pueblos en la búsqueda por hacer su propio destino. Las fotos y los silencios. Los poetas.
Por Mariel Martínez. A Víctor Jara, poeta chileno, lo mató la dictadura genocida pinochetista porque parece ser que, en general, los fascistas de la autoctonía que toque tienen un temor particularmente enrevesado a la poesía. Por cantar que vientos del pueblo lo llevan y que a desalambrar, a Víctor primero le quebraron los dedos, y después le cortaron la lengua. Para que no hubiera voz. Poco después, a Neruda la amargura le subrayaba un cáncer que venía anidando. A varios de los asistentes a su velorio, los desapareció en plena lágrima la dictadura chilena.
Roberto Jorge Santoro, poeta nuestro, en ocasión de la primera visita de Pinochet a la Argentina, se había ocupado de imprimir y volantear copias de la siguiente poesía: “lo digo yo / lo dice usted / qué asesino es Pinochet. / Lo dice usted / lo digo yo / la puta que lo parió”. Asesinos propios, paridos en este suelo, se ocuparon de detener su pluma el 1 de junio de 1977. No sabemos nada de su cuerpo. Sí, mucho de su poesía.
Lo cierto es que ninguno de ellos fue peligroso por contar la pobreza. Ninguno fue asesinado por narrar la miseria ni el dolor. No es del todo peligrosa la tristeza pelada, pura, adormecida. El peligro subversivo del poeta que fuera, del poema que sea, de la canción que exista, es la caricia al dolor y al doliente, pero sobre todo, es el señalamiento a sus responsables.
Hay que matar a Víctor Jara para no escucharlo más, porque “si molesto con mi canto / a alguien que no quiera oír / le aseguro que es un gringo / o un dueño de este país”. La dictadura chilena, larga noche de 17 años, barrió a poetas molestos, a obreros charlatanes y hasta a niños silenciosos. Entre otros. Entre más. Porque realmente eran barro dificultoso para los dueños de aquel país.
El problema es que no es allá lejos. No es sólo necesidad de justicia histórica. No es allá pasado. Hace unos días circuló masivamente la foto de un pibe sirio muerto. Ahogado. Aylan se llamaba y se murió tratando de escapar de la muerte que en su país la guerra y el hambre le ofrecían. La guerra y el hambre ocasionadas por los mismos intereses occidentales que hace décadas orquestaron en América Latina un plan de exterminio sistemático, que empezó a exterminar con tortura y balas, para continuar desapareciendo con hambre. Con que no hay laburo. Con que los pibes bolivianos inmigrantes como Aylan se nos mueren incendiados en talleres clandestinos. Con que pibes de etnias y culturas negadas, como la de Aylan, se nos mueren de desnutrición en Chaco. Sin foto que se viralice. Sin occidente que se conmueva.
Otro poeta intentado silenciar por otro poder asesino en otro continente, apresado por otro fascismo instaurador de otras injusticias, Gabriel Celaya, había señalado varios años antes que la poesía era un arma cargada de futuro. Redescubría a la poesía como un instrumento profético, que anuncia el mundo por venir, en la denuncia misma de este que existe.
Allende, el compañero presidente chileno que, amén de las circunstancias concretas de su muerte, los militares asesinos necesitaron silenciar, también murió denunciando “al capital foráneo, al imperialismo, que unido a la reacción, creó el clima para que las fuerzas armadas rompieran su tradición, esperando con mano ajena reconquistar el poder para poder seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios”. El compañero presidente con alma de poeta murió denunciando al poder, sin olvidarse de un poderoso anuncio: se van a abrir las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor.
Se van a abrir, porque la historia es nuestra y la hacen los pueblos. Porque allá, no más Aylan. Porque antes, Victor Jara. Porque nos lo dijo Allende. Porque lloramos nuestro dolor organizando nuestro odio. Porque acá, desde hace mucho, venimos masticando una poderosa rabia.
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