Cultura

3 septiembre, 2015

Stanislaw Lem, el que entendió todo antes que nadie

La siempre interesante editorial argentina InterZona acaba de editar, como parte de su colección Línea C, una nueva traducción de una de las obras maestras del gigante polaco de la ciencia ficción Stanislaw Lem. En El congreso de futurología, Lem da rienda suelta a toda su lúcida y feroz mordacidad.

La siempre interesante editorial argentina InterZona acaba de editar, como parte de su colección Línea C, una nueva traducción de una de las obras maestras del gigante polaco de la ciencia ficción Stanislaw Lem: El congreso de futurología. En esta novela corta el autor de clásicos imprescindibles como Solaris, Memorias encontradas en una bañera o El invencible da rienda suelta a toda su lúcida y feroz mordacidad.

La novela está estructurada como una suerte de diario de uno de los personajes recurrentes en la literatura más humorística de Lem, el cosmonauta Ijon Tichy, protagonista, entre otros, de los relatos de Ciberíada. La historia comienza con su arribo a la república de Costarricana (con evidentes referencias como para identificarla como una nación caribeña) para participar del Octavo Congreso Mundial de Futurología.

La apertura del encuentro se ve levemente empañada cuando los guardaespaldas del embajador de los Estados Unidos balean al delegado de la India por llevar la mano al bolsillo para buscar un pañuelo. Pero con un nuevo tipo de balas, se aclara, que evita daños colaterales. La balística humanitaria es un nuevo campo científico estadounidense.

La ironía de Lem también está disparada y de la mano de su héroe aprovechará para despotricar contra los norteamericanos, los hoteles, los congresos y jornadas académicas, los hospitales, la psiquiatría, los medios de comunicación, la farmacología, la semiótica y otra infinidad de plagas del mundo moderno.

El octavo congreso de futurología, abocado a tratar el tema de la superpoblación, preveía abordar un primer punto sobre la catástrofe urbanística mundial, un segundo sobre la catástrofe ecológica, un tercero sobre la catástrofe atmosférica, un cuarto sobre la catástrofe energética y un quinto sobre la crisis alimenticia. La segunda jornada abordaría las catástrofes a nivel tecnológico, militar y político.

Los hoteles, cuenta Tichy, están siempre ocupados en un 95% por congresos y eventos. En esta ocasión los futurólogos comparten alojamiento en el lujoso Hilton caribeño con una conferencia de jóvenes contestatarios de la agrupación Tigres, con el Encuentro de Editores de Literatura Liberada y con el de la Sociedad Filuménica. Justo cuando está arrancando el congreso de futurología la inestable situación política costarricana desemboca en un estallido social que obliga a todos a evacuar las instalaciones.

El gobierno costarricano, previendo la explosión social, había tomado la precaución de verter en las redes de agua corriente diversos psicotrópicos contra todo tipo de disturbios y manifestaciones violentas. Pero las dosis de benefactorina y euforiasol no son suficientes y debe bombardearse a los insurrectos con bampas (Bombas de Amor al Prójimo), con lo que la situación acaba de salirse de control. Presas de una inmanejable confusión emocional y víctimas de una sobredosis de alucinógenos, los futurólogos escapan de la turba amotinada y de los policías que intentan confraternizar con ellos por las alcantarillas.

Luego la novela explota literalmente, llegando a perderse la noción de realidad, yendo y viniendo de una sucesión de alucinaciones como cajas chinas. Así acompañaremos a nuestro héroe en viajes con mochilas voladoras, un transplante del cerebro al cuerpo de una jovencita negra y hasta una criogénesis que lo dejará -muy confundido y aún con una saludable desconfianza acerca del status real de la realidad debida a los alucinógenos- en el año 2039.

Allí la civilización humana ya ha cambiando substancialmente. El riesgo de la superpoblación parece haberse conjurado definitivamente y reinan la paz y la abundancia gracias a una civilización basada en la química: una psivilización o psiquímica. Ya no hay libros (uno puede tomarse una pastilla que contenga la obra que se desee) ni estados de ánimo negativos. Todo se soluciona químicamente. Sin embargo, el delito no ha desaparecido completamente, ya que aún persisten el mindnapping (rapto o secuestro mental) y el asalto a los bancos de esperma.

Pero también todo puede ser una alucinación. Las percepciones de la realidad pueden ser meramente inducciones químicas, cuyos efectos pueden removerse gracias a determinados antídotos que permiten acceder a una nueva visión de lo real más desoladora. O mucho más desoladora, dependiendo de la intensidad del químico develador ingerido. Puede haber tantos niveles de realidad como gradaciones químicas puedan imaginarse.

Si esto suena a Matrix es porque en esta novelita de apenas 128 páginas se pueden encontrar los gérmenes no sólo de la única película más o menos mirable de los Wachowski sino también del Vengador del futuro, Neuromante y muchos otros clásicos de la ciencia ficción. Lem, como su colega norteamericano Phillip Dick, es una fuente inagotable de ideas geniales.

Es de destacar también que la nueva e inteligente traducción de Bárbara Gill nos ofrece no sólo la posibilidad de librarnos de las gallegadas que solían plagar las ediciones clásicas de Bruguera sino que además sortea con éxito la difícil tarea de dar legibilidad a los múltiples neologismos que inventa Lem para su visión distópica del futuro.

Y también resulta muy impresionante constatar que el libro fue escrito hace 35 años, en un momento en el que las tendencias que el autor se ocupa de llevar hasta el absurdo en su alucinada proyección de la evolución humana apenas comenzaban a esbozarse. Su delirante y divertidísima pintura de una civilización psíquimica no parece tan descabellada en este mundo del siglo XXI en el que un niño inquieto (sobre todo si vive en los Estados Unidos) puede ser diagnosticado con Trastorno de Déficit de Atención y medicado de por vida con un antidepresivo tricíclico.

Pedro Perucca – @PedroP71

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