24 agosto, 2015
Tsipras y América Latina
Por Ulises Bosia. La reciente renuncia de Tsipras en Grecia, que muy probablemente derivará en una nueva convocatoria a elecciones, generó todo tipo de debates en nuestro país, a tal punto que hasta la propia presidenta en la última cadena nacional se refirió al tema.
Por Ulises Bosia. La reciente renuncia de Tsipras en Grecia, que muy probablemente derivará en una nueva convocatoria a elecciones, generó todo tipo de debates en nuestro país, a tal punto que hasta la propia presidenta en la última cadena nacional se refirió al tema.
Para hablar de Grecia, y en especial en el campo de las izquierdas, es importante precavernos de un viejo vicio de los argentinos, del que ya Rodolfo Puiggrós en su momento advertía al llamar la atención de que muchas veces “somos inspectores de revoluciones ajenas”, marcando con suficiencia los aciertos u errores de distintas personalidades o movimientos políticos de otros países, mientras en nuestro país cometemos errores parecidos o mucho peores. O dicho de otra manera, remarcando la distancia entre quienes observamos lo que pasa y los que protagonizan los acontecimientos.
En el caso griego, donde además no está en curso ninguna revolución, es importante reafirmar la importancia de relacionarse con los procesos políticos y sociales tal cual se dan, con una mirada humilde, identificando sus puntos de avance y sus contradicciones, y fundamentalmente intentando aprender de ellos.
Por otro lado, el ascenso de Syriza al gobierno generó un alto nivel de expectativas en todos aquellos que rechazan las políticas neoliberales y el dominio del capital financiero. Relacionarse con un proceso político tal cual se da incluye también asumir que su destino está abierto, que depende de sus protagonistas, que la política es apertura de múltiples posibilidades. O sea, apasionarse con lo que pasa, incluso a miles de kilómetros de distancia, dejarse llevar por sus posibilidades, sin perder la mirada crítica y la capacidad de análisis.
Y eso implica también, por supuesto, la posibilidad de frustrarse o desilusionarse, como ocurrió con muchos entre los que me incluyo, al momento de que el gobierno de Tsipras decidiera renunciar a su programa anti austeridad y aceptar la imposición del imperialismo alemán.
Pero incluso cuando uno desde la distancia crea que existen pocas posibilidades de victoria, cuando a uno desde su mirada le parezca que la dirección que están tomando los acontecimientos no es la más acertada, también en esos casos es preferible jugarse con un pueblo que lleva adelante una lucha que pronosticar con tranquilidad su derrota, para luego amonestar a quienes se arriesgaron.
Grecia y América Latina
En su visita a Buenos Aires en ocasión del Foro Emancipación e Igualdad, el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera sintetizó los desafíos de las dos etapas que vivieron las organizaciones políticas y los movimientos populares latinoamericanos unos años atrás. “Cuando uno está en la oposición, es lucha democrática y construcción de sentido común. Cuando uno está en el gobierno, es ampliación de espacios democráticos y construcción de una buena economía con capacidad de distribuir la riqueza y de generar más igualdad entre las personas”, sostuvo.
Se trata de una de las grandes enseñanzas del proceso que vivimos en nuestro continente en las últimas dos décadas, donde distintas experiencias nacionales y populares y de izquierda en primer lugar acertaron en apostar a la vía electoral para canalizar los procesos de resistencia al neoliberalismo, pero además lograron formular una política capaz de ganar las elecciones.
Podría decirse que Syriza, en Grecia, logró dar un paso semejante ante una gran oleada de movilizaciones contra los planes de ajuste. Esta alianza de grupos de izquierda logró mostrarse como instrumento de esperanza ante las mayorías populares, vehículo de construcción de una vida digna frente al descrédito de los partidos tradicionales griegos, que estaban sometidos a la “troika”.
Ahora bien, en América Latina, tras ese primer paso fundamental, esos movimientos políticos consiguieron llevar adelante el desafío de gobernar, traduciendo las demandas populares en acción de gobierno, logrando éxitos notables en cuanto al mejoramiento del nivel de vida de los pueblos, la recuperación de niveles significativos de soberanía política y el mayor desarrollo de la unidad latinoamericana desde que Bolívar y San Martín se abrazaron en Guayaquil.
Acá es donde Syriza evidentemente falló. Si en Bolivia Evo Morales debía convocar a una asamblea constituyente para refundar el Estado y nacionalizar los hidrocarburos, en Grecia Tsipras debía lograr hacer valer la soberanía griega y terminar con los planes de ajuste. Sin embargo, ante la voracidad y la intransigencia del poder financiero europeo y especialmente alemán, después de siete meses de negociaciones y de un referéndum popular que rechazó las políticas de austeridad, el gobierno de Syriza decidió renunciar al programa con el que había ganado las elecciones.
El propio Tsipras declaró ante el pueblo griego que debió aceptar los términos de la negociación aunque no creyera en sus resultados. Y ahora anunció “el agotamiento del programa con el que fue votado”, por lo que decidió revalidar su legitimidad en nuevas elecciones.
La experiencia latinoamericana nos enseñó que un gobierno popular no rechaza por principios las negociaciones y acuerdos en pos de garantizar su gestión, sino que busca que estos favorezcan a las mayorías populares, mal que les pese a las posiciones ultraizquierdistas hegemónicas en la militancia de izquierdas de nuestro país.
Ahora la experiencia griega nos previene contra cualquier ingenuidad en el ejercicio del gobierno. La defensa de la democracia, de los derechos de las mayorías, de la madre tierra, de una vida digna para todos, conduce a un enfrentamiento frontal contra los centros de poder neoliberal, en los que como decía el Che, no se puede confiar “ni un tantito así”.
@ulibosia
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