3 agosto, 2015
Mal de muchos: los candidatos que no proponen nada
Pese al aparente debate sobre el modelo de país, los principales aspirantes a la presidencia se niegan a ofrecer propuestas legislativas concretas. Las conjeturas y cálculos sobre el control del Congreso que surgen detrás de la vaguedad discursiva.

“Que todos los argentinos tengan una vida más feliz”, confesó Mauricio Macri que es su razón para disputar la presidencia. Y la felicidad, al menos en la política argentina, no se diferencia por ahora mucho de la «victoria», término al que Daniel Scioli le agregó una decena de nuevas acepciones estas últimas semanas.
Los máximos aspirantes a la presidencia no dicen cómo. Dicen que quieren la felicidad, que tal cosa es la victoria, que se vote con el corazón, que el futuro reclama unidad, pero ni rastros siquiera de un programa de gobierno, de cómo se supone que implementarán las políticas que demandan.
Y si uno se pusiese a hilar fino, se sorprendería al ver que las pocas frases que se insinúan en los anuncios televisivos ni siquiera las dicen ellos: rostros y gargantas prestadas intervienen y le ponen voz a lo que los candidatos al máximo cargo institucional del país no pronuncian.
Separados apenas por un puñado de días de las elecciones primarias, no existen plataformas electorales entre los aspirantes con mayor resonancia mediática. A los lemas de campaña se les suman, tímidamente, las expresiones premeditadas que se vierten en los actos o en algún ocasional encuentro con la prensa.
Expresiones, por su parte, divorciadas de cualquier afán transformador. Desde los profundos y reales cambios que requieren una reforma constitucional hasta las simples decisiones administrativas asequibles por decreto, los principales candidatos eligen prometer lo fácil, lo cómodo, aquello que no les demande ni el más mínimo esfuerzo político.
Scioli planteó, por ejemplo, la creación de cuatro ministerios; y aunque naturalmente dejó traslucir con ello el perfil que pretende darle a su potencial gestión de gobierno, su propuesta –de ser aséptica y no estar acompañada por una legislación adecuada– implica apenas un cambio de organigrama.
Y sin embargo, el lema continuista del gobernador bonaerense no se traduce en propuestas más imprecisas que las de su adversario Mauricio Macri. En efecto, el jefe de gobierno porteño propuso, para un mandato de cuatro años, la firma de tres decretos: la eliminación de las restricciones a la compra de dólares, la elevación del mínimo eximente del impuesto a las ganancias y la modificación de las retenciones agropecuarias.
En síntesis, modificaciones de mero trámite administrativo que no requieren ni la más mínima intervención del Congreso. Ni un proyecto de ley en concreto –ni uno solo– entre las principales promesas electorales. Ya sea por miedo a que una frase desafortunada les haga perder votos o por simple falta de ideas, lo cierto es que aquellos que sean electos legisladores nacionales en octubre no sabrán muy bien para qué estarán ocupando sus bancas. O peor: sí lo saben y no lo dicen.
Los legisladores detrás del presidente
En octubre se elegirán 130 diputados y 24 senadores que impactarán en la nueva conformación de mayorías y minorías. Y pese a que Scioli sólo dice que pretende «construir sobre lo construido», Macri «evolucionar» y Massa «redefinir prioridades», lo cierto es que en el Congreso se jugarán su futuro.
Las posibilidades en Argentina de gestionar mediante decretos son amplias, pero no tanto como para prescindir de la sanción de nuevas leyes. Para crear un impuesto, modificar las escalas penales, ampliar o restringir derechos civiles o laborales, aprobar el presupuesto o celebrar un tratado internacional se necesitará forzosamente el apoyo del Poder Legislativo.
En este escenario, Scioli representa el caso más desconcertante. Si bien el oficialismo pone en juego 83 de sus 130 diputados y nueve de sus 40 senadores, es la fuerza que seguramente quedará más cerca del quórum propio, y aun así no hay vestigios de una sola propuesta de ley.
En su página de internet, por ejemplo, abundan mayoritariamente vaguedades como “optimizar el sistema educativo”, “avanzar en la construcción de políticas públicas orientadas a una mayor igualdad” y “dar paso a una economía que agregue mayor valor a partir de encadenamientos productivos”. Lejos quedó el año 2007, cuando el Frente para la Victoria presentó por última vez una plataforma electoral.
Quien sí propone una reforma concreta de la legislación penal es Sergio Massa, el candidato presidencial que deberá obtener, sólo en la cámara baja, 113 de las 130 bancas en disputa si quiere tener mayoría propia -sin mencionar su realidad en el Senado, donde no le alcanzaría ni apropiándose de todos los escaños en juego-.
Sin embargo, el tigrense también ofrece una serie de postulados huérfanos de proyectos concretos: “darle progresividad al sistema tributario”, “recuperar el autoabastecimiento energético”, “garantizar la accesibilidad al sistema de salud”.
Macri, por su parte, parece tener el camino allanado en caso de consagrarse presidente. Y ello no porque piense llegar lejos con su veintena de diputados y sus tres senadores, sino porque directamente tuvo que fagocitarse sus proyectos legislativos de restauración privatista: al menos en su discurso, renunció a reprivatizar YPF, el sistema provisional y Aerolíneas Argentinas.
Quizás sea por eso que el candidato amarillo sólo se dedicó en su página de internet a hablar de su historia personal, de sus hijas y de fútbol.
Las palabras detrás del candidato
Hay propuestas, muchas y de toda orientación ideológica; las hay más transformadoras, más creativas, más innovadoras, y las hay menos, pero las hay. Sin embargo, existe una suerte de relación inversamente proporcional entre la envergadura mediática de los candidatos y la solidez de sus propuestas.
Cuanto mejor posicionado está un candidato según las encuestas, menos propone, menos analiza, menos dice, y así el debate público se vacía de contenido; no vaya a ser que algún votante convencido, al escuchar lo que no le gusta, se arrepienta y elija a otro.
Como consecuencia, el miedo a hablar se apodera de la política argentina y abundan así los candidatos con mensajes vagos e imprecisos, candidatos que hablan sólo a través de terceros, candidatos sin proyectos.
Mantener lo realizado, por ejemplo, es el refugio que ha encontrado Mauricio Macri: cuando el mensaje político propio ahuyenta votantes, nada mejor que contradecirse y adoptar el del adversario. El lema «mantener lo que está bien y cambiar lo que está mal», repetido hasta el hartazgo por varios postulantes, constituye así el monumento nacional a la pobreza discursiva.
En esta campaña, como siempre, es posible que los candidatos con las propuestas más transformadoras sean al mismo tiempo los menos observados por el electorado y los de menor peso en el Congreso. Eso, en definitiva, habla peor de la Argentina que de sus aspirantes a presidirla.
Federico Dalponte – @fdalponte
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