Asia

31 julio, 2015

Muerto el Mullah, ¿viva el Califa?

Los talibán confirmaron la muerte de Omar, su líder histórico. Con disputas internas tras el nombramiento de su sucesor, y ante el crecimiento permanente del Estado Islámico, el salafismo afgano podría ser devorado por las huestes de Abu-Bakr Al-Baghdadi.

Los talibán confirmaron la muerte de Omar, su líder histórico. Con disputas internas tras el nombramiento de su sucesor, y ante el crecimiento permanente del Estado Islámico, el salafismo afgano podría ser devorado por las huestes de Abu-Bakr Al-Baghdadi.

El movimiento talibán confirmó el viernes 30 de julio la muerte del Mullah Omar, su líder histórico líder político, religioso y militar. La información había sido lanzada el día anterior por el gobierno de Afganistán, que aseguró que el jefe salafista había fallecido en Pakistán hace más de dos años; el comunicado talibán confirma el deceso del Mullah, pero no aclara la fecha ni la causa, aunque afirma que ocurrió en territorio afgano.

La muerte del líder talibán se da en el inicio de nuevas conversaciones de paz en el país del Asia Central, que lleva más de 30 años de guerra permanente. La segunda ronda de negociaciones entre el gobierno y los insurgentes debía darse el viernes 31 en Pakistán, pero fue postergada una vez conocida la noticia.

En el mismo comunicado en que se confirma el deceso, el movimiento talibán anuncia que el Mullah Akhtar Mansour, hasta ahora segundo de Omar, será el nuevo jefe. Mansour, sindicado por sus rivales internos como pro-pakistaní, es el mayor impulsor de las conversaciones de paz, y es por esta razón que deberá enfrentar una fuerte oposición en el marco de la organización. Varios líderes militares preferían el nombramiento de Yaqoob, el hijo de Omar, entre ellos el comandante militar, Abdul Qayum Zakir.

El líder sin rostro

Mohammed Omar Mujahid nació en Kandahar, en el sur de Afganistán, alrededor de 1960. Miembro de la tribu pastún, estudió religión en Pakistán, hasta que regresó a su país para unirse a los muyahidines en la lucha anti-soviético, en la que perdió un ojo en combate. Luego de la salida del Ejército Rojo del país, comandó a los talibanes desde su provincia de origen hasta la capital, Kabul, donde logró hacerse con el poder en 1996 y pasó a ocupar el cargo de Presidente del Consejo Supremo del Emirato Islámico de Afganistán, a la vez que se arrogó el título de “Líder de los fieles”.

En el gobierno impuso la más retrógrada interpretación de la sharia (ley islámica) que se haya visto en el mundo musulmán: la imposición del burka de cuerpo entero a las mujeres, y la prohibición absoluta de la libertad religiosa, que incluyó la destrucción de los famosos Budas de Bamiyan, fueron sus aristas más notorias.

Durante ese tiempo, protegió y apoyó a Osama Bin Laden, que convirtió a Afganistán en la base operativa de Al-Qaeda, aliado histórico de los talibán. Tras la invasión estadounidense que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001, abandonó el poder y se refugió en su región de origen, donde se mantuvo escondido hasta su muerte.

Desde el inicio se rodeó de misterio: existen apenas dos fotos suyas, y aun cuando ejerció de facto el poder, solamente pisó Kabul en dos oportunidades: el poder público siempre lo delegó en sus segundos al mando. Las sospechas sobre su paradero eran tales que, entre 2004 y 2011, el gobierno afgano y las Naciones Unidas anunciaron 11 veces su muerte. Esta, la decimosegunda, se diferencia en que su propio movimiento confirmó el hecho.

El futuro de los talibán

Con la desaparición física de su líder, la situación del movimiento talibán se vuelve compleja. Ya antes del anuncio las desavenencias internas eran grandes, y giraban principalmente en torno a las posibilidades de alcanzar un acuerdo de paz con el nuevo gobierno central liderado por Ashraf Ghani. La elección del Mullah Mansour como nuevo líder solo aumenta las posibilidades de una implosión de la organización.

Además, en los últimos años la unanimidad de los talibán como líderes del salafismo desapareció, con la aparición fulgurante del Estado Islámico. Diversos jefes militares ya juraron fidelidad a Abu-Bakr Al-Baghdadi, o Califa Ibrahim, que antes de la muerte de Omar lo había definido como “un señor de la guerra ignorante y analfabeto, que no merece respeto político ni espiritual”. El Mullah, por su parte, había dicho de Al-Baghdadi que era “un falso califa que quiere dominar aquello que fue conquistado por los verdaderos yihadistas”.

Con Omar fuera del mapa, y con Mansour falto de legitimidad, los talibán se encuentran en una encrucijada: retomar las conversaciones y llegar a un acuerdo con Ghani, o unirse a Al-Baghdadi, que en enero anunció la creación del Emirato de Khorasan, incluyendo el territorio del país. La pregunta es, entonces, si el nuevo líder podrá evitar la descomposición, o si serán los talibán los próximos derrotados por el Estado Islámico.

Nicolás Zyssholtz – @likasisol

Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.

Aportá a Notas