Cultura

22 julio, 2015

Debates sobre debates: La culpa del cine argentino (I)

Apenas comenzada la semana, el crítico y cineasta Nicolás Prividera encendió la polémica al responder la recomendación que el director Juan Villegas hizo sobre el film Réimon en la página del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Nuevo Cine Argentino, marxismo y la eterna culpa social de los realizadores nacionales.

Apenas comenzada la semana, el crítico y cineasta Nicolás Prividera encendió la polémica al responder la recomendación que el director Juan Villegas hizo sobre el film Réimon en la página del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Nuevo Cine Argentino, marxismo y la eterna culpa social de los realizadores nacionales.

Durante la última semana del pasado junio tuvo lugar el estreno de Réimon, quinta película de Rodrigo Moreno. A pesar de su escueto estreno (tan sólo la exhibió la Sala Lugones), los breves 70 minutos de película no evitaron que se generara tras de sí unas cuantas líneas de debate.

Sucede que la película se presentó como un manifiesto en sí misma, conteniendo al comienzo de la cinta un determinante sobreimpreso que especifica que la producción fue llevada a cabo sin ningún apoyo del INCAA, siendo autogestionada y realizada con equipamiento prestado por la Fundación Universidad del Cine.

El instituto estatal encargado de la principal financiación a realizaciones audiovisuales (sobre todo independientes) de nuestro país nunca está exento de cuestionamientos y debates. Esta vez, sin embargo, la polémica se potencia por la complejización que el crítico Nicolás Prividera realiza alrededor de la trama de Réimon y, sobre todo, la mochila ideológica que su director y, además, el realizador Juan Villegas le cargan a la obra.

Más allá de que la trama ya de por sí posee una carga política que por repetida no es menos respetable (una empleada doméstica que trabaja en la casa de un grupo de progresistas lectores de Marx), Villegas, en una recomendación publicada por la sección cultural de la web del Gobierno de la Ciudad, deconstruye el film de Moreno como una elegante y sutil crítica al progresismo argentino, haciendo especial énfasis sobre la batalla cultural kirchnerista.

Sobre llovido, politizado

Que el cine argentino siempre tuvo problemas para representar la marginalidad sin estigmatizarla o, en el otro extremo, ser condescendiente con ella, no es ninguna novedad. El problema, o más bien, la problematización se agudiza en estos últimos dos meses tras el estreno, además de Réimon, de La Patota.

El segundo film de Santiago Mitre no sólo reflexiona de manera peligrosa sobre los márgenes en el interior argentino sino que construye un arquetipo del progresismo vernáculo por demás interesante, pero no por ello menos nefasto. En una sociedad que corrió los límites del debate hacia un puerto lejano años atrás, el director de El Estudiante logró estetizar la política, dotándola de guiones que refuerzan la idea de un voluntarismo progre cuanto menos hipócrita.

Como un combo que parece planeado, Réimon también tiene su versión del progre y la pobreza. Con largos planos de las villas a los costados de la autopista (que ya vimos hasta el hartazgo desde las películas de Birri, en los lejanos ’60), la película se posa sobre los pasos de la empleada doméstica con ojos pacientes. El principal argumento de Moreno acerca de la no ayuda del INCAA es que considera una hipocresía aceptar fondos de un Estado que en su película critíca por explotar a gente como la protagonista. Junto con la película, su director se encargó de organizar debates con Jorge Altamira como principal panelista.

“¿No ve Villegas la contrariedad de afirmar que su postura política, aun cuando no se explicite ni se sugiera siquiera en ninguno de los 70 minutos de duración, es clara y relevante?” se pregunta Prividera en el portal Otros Cines. Sucede que Villegas encuentra en la película de Moreno una buena y sustanciosa crítica al estado de las cosas producido por 12 años de kirchnerismo.

Según su artículo en la web del Gobierno de la Ciudad, existe una suerte de autocensura en los realizadores, temerosos que el organismo estatal encargado de financiar el cine en el país no suelte fondos al encontrar argumentos que contraríen las decisiones del poder estatal.

Se desprende de la polémica la eterna pregunta, ¿Se puede, tras 20 años de (ya no tan) Nuevo Cine Argentino, hacer cine político? Y aún más urgente es la pregunta, tras los estrenos de Mitre y Moreno ¿Qué cine político es el cine político de hoy? ¿Qué rol juega el Estado en este tipo de realizaciones?

Iván Soler – @vansoler

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