Batalla de Ideas

15 julio, 2015

A cinco años del matrimonio igualitario, la Argentina de entonces ya no es la misma

Por Julia de Titto y Erica Porris. La sanción de la ley de matrimonio igualitario en 2010 marcó un antes y un después en nuestro país. Cinco reflexiones sobre las implicancias de aquel hecho histórico. Cinco sonrisas.

Por Julia de Titto y Erica Porris. La sanción de la ley de matrimonio igualitario en 2010 marcó un antes y un después en nuestro país. Cinco reflexiones sobre las implicancias de aquel hecho histórico. Cinco sonrisas.

1- Para que reinen en el pueblo el amor y la igualdad

El primer punto es simple. Como decía entonces la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT), los mismos derechos con el mismo nombre.

El Estado reconoce, a partir de esa madrugada de 2010, que sin importar nuestra orientación afectivo-sexual tenemos el derecho a casarnos, con ello a compartir obra social, adoptar legalmente como pareja, heredar sus bienes, etc.

Pero tampoco se reduce a eso.

Al sancionarse la ley 26.618 de modificación del Código Civil en lo relacionado al matrimonio se dio un paso trascendental en la construcción de una sociedad más igualitaria y una democracia más plena.

Las leyes no cambian a las sociedades pero sí. Las leyes son cristalizaciones de relaciones de fuerza, son puntos de no retorno.

2- De las calles a la legislación

La sanción de la ley de matrimonio igualitario fue un ejemplo más de aquello que decía José Martí de que los derechos no se mendigan, sino que se conquistan. El movimiento LGBT argentino no sólo dio cátedra de pedagogía social construyendo argumentos jurídicos y científicos, dando la pelea en los medios de comunicación, contando historias de vida y deseos de libertad, interpelando a legisladores y la sociedad civil de conjunto.

También se movilizó durante décadas, de forma cada vez más masiva, exigiendo igualdad de derechos. Ganó las calles.

Quienes tenemos grabada en la memoria aquel 15 de julio, recordamos también los días y semanas previas. Las movilizaciones convocadas por los líderes de la Iglesia Católica, las estampitas de “tengo derecho a mamá y papá”, la campera amarilla del funesto senador Alfredo Olmedo y los enroscados argumentos de Liliana Negre de Alonso. No nos olvidamos más de Mirtha Legrand preguntándole a Roberto Piazza si las parejas de dos varones homosexuales tenían más posibilidades de violar a sus hijos. Y no perdonamos.

Pero tampoco nos olvidamos de los abrazos y las lágrimas en los ojos de aquella madrugada. Ni de Pepito Cibrián interpretando al marica de Lorca. Ni de los cientos y miles de nosotros y nosotras que hicimos ruidazos, que fuimos a la Plaza del Congreso y discutimos con amistades, familiares y colegas ganando una a una las voces necesarias para inclinar la balanza.

3- ¿El fin de la familia?

Lo dijeron cuando se discutía el voto femenino, cuando el debate sobre la ley de divorcio y también en relación al matrimonio igualitario: “Es el fin de la familia como institución”. Claro, se referían, desde los púlpitos y algunas bancadas, a la familia de tradición y propiedad.

Pero desde una mirada laica, la familia es una institución cada vez más diversa. Se llama familia a aquello/s con los que uno crece y se educa y punto.

Puede ser una madre o padre soltero. Los abuelos. Madres y padres divorciados y con nuevos núcleos familiares que se suman al propio y lo extienden. Dos madres, dos padres o dos madres y un padre, o viceversa. Pueden ser tíos/as o hermanos/as. Pueden ser biológicos o adoptivos. Las posibilidades son múltiples, como múltiples son las condiciones de vida y desarrollo de las personas.

Desde aquel 15 de julio el Estado reconoce como legítimas y otorga derechos a formas familiares que siempre existieron pero ahora están protegidas con igualdad.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

4- ¿Alguien quiere pensar en los/as niños/as?

Si hubo algo que se debatió aquel acalorado julio, en los medios y en el Congreso, fue, con impostada preocupación, qué pasaría con los hijos e hijas de matrimonios no heterosexuales.

Lo cierto es que la ampliación de derechos no tuvo como únicos y únicas beneficiarios/as a quienes teniendo parejas del mismo sexo decidamos casarnos, ni por caso, a las diez mil parejas LGBT que dieron el sí en estos años.

La ley sancionada en 2010 otorgó derechos también a niños y niñas nacidos y/o criados en familias homoparentales, tan diversas como otras, lo que implicó una ampliación de su derecho a la identidad.

Porque de eso se trata. Del derecho a ser quienes realmente son. Del derecho a que sus documentos de identidad registren el nombre de sus dos padres o sus dos madres o incluso de tres. Del derecho a no ocultar en la escuela que tiene dos mamás o dos papás, que “la seño» -que conoce la historia familiar- no hable de ‘la tía» o «el amigo del papá», que en el cuaderno de comunicado dejen de invisibilizarnos. Que el club, migraciones, la obra social y una larga lista de etcéteras que recorre las más variadas instituciones, reconozca quiénes son, ese derecho humano trascendental, que en nuestro país tiene una larga historia y presente de búsqueda y luchas.

En 2012 un decreto presidencial de necesidad y urgencia estableció que hijos e hijas nacidos antes de la sanción de la ley también podían ser inscriptos legalmente con los vínculos familiares ya existentes.

Hace apenas tres días, Furio, el hijo de la cineasta Albertina Carri, la periodista Marta Dillon y el diseñador Alejandro Ros, pudo ser inscripto con los tres apellidos. Es el primer caso de filiación múltiple en suelo porteño y el segundo en el país.

La vida de Furio, como la de Ana, de Juan, de Pedro, es una llena de tanto amor como las de otros niños y niñas. Y eso no lo cambia una ley. Sin embargo, crecer en un país que los convierte en sujetos de ese derecho humano trascendental que es la identidad -en este caso legal- les reconoce los mismos derechos q a otros Furios, otras Anas, otros Juanes y otros Pedros.

De eso también se trata la igualdad. La de sus padres o madres para elegir casarse. La de ellos a portar DNI con sus historias.

5- La sociedad salió del closet

Éramos muchos de este lado del mundo pugnando por ese derecho tan básico que casi parece nimio si se lo piensa a distancia y sin toda su significación política y social. Y éramos muchas.

¿Cuántos fuimos esa persona en la que pensó alguien a la hora de hablar de derechos igualitarios? ¿Cuántas nos convertimos para alguien en el sujeto que bajaba a la tierra el debate que atravesaba cada esfera de la sociedad?

Fue momento además, de encontrarnos con otras personas que también habían vivido experiencias similares, sufrido discriminaciones, se habían enamorado y lo habían negado, habían deseado “lo prohibido”. Muchos y muchas nos dimos cuenta que no estábamos en soledad. Y que nuestras familias –tan diversas como nosotros y nosotras-, nuestras amistades, colegas, vecinos y vecinas, estaban a nuestro lado.

El debate sobre matrimonio igualitario cambio a la Argentina y sus instituciones. No sólo la convirtió en el primer país en América Latina en ampliar ese derecho, sino que allanó el camino para la ley de Identidad de Género (también pionera, en este caso a nivel mundial).

Pasaron cinco años. Quizás los amores sean otros que los de entonces. Pero los derechos quedan.

Y llevan el mismo nombre.

@julitadt y @EriPorris

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