23 junio, 2015
Orange is the new black 3ra temporada: de madres y penares
En esta tercera temporada de una de las series con las que Netflix se ha consolidado como productora, tenemos algunas de las mejores cosas de años anteriores, pero también una vuelta de tuerca que a muchos resultará interesante y a otros tantos dejará con un gusto raro en la boca. Alerta de spoilers.

En esta tercera temporada de una de las series con las que Netflix se ha consolidado como productora, tenemos algunas de las mejores cosas de años anteriores, pero también una vuelta de tuerca que a muchos resultará interesante y a otros tantos dejará con un gusto raro en la boca. Alerta de spoilers.
Primera toma: la trama y los personajes
Seguimos viendo, como en las primeras temporadas a las mujeres presas en Litchfield. En esta ocasión, la población latina tendrá un foco especial, como también lo harán los personajes de Tiffany «Pennsatucky» Dogget, Boo y Norma.
“Ojos locos” también ocupa un lugar central, pero el giro de pasar de ser la mujer “loca” y manipulable de temporadas anteriores a escritora estrella del porno carcelario, si bien simpático, no resulta del todo convincente.
Por su parte, Alex Vause también cambia algunos aspectos que, aunque la humanizan, la vuelven no tan atrapante. Vemos una Alex susceptible, paranoica, insegura y queriendo romper con su pasado delincuente. No es uno de los puntos fuertes de la serie aunque sí necesario para explicar en parte el vuelco de su pareja Piper Chapman.
La rubia clasemediera deja de sobrevivir a la prisión y empieza a vivirla y aprovecharla para beneficio propio. Financiera y emocionalmente.
La amistad de Boo con Dogget es una de las joyitas de la temporada. La primera confiesa que no asesinó por convicciones religiosas sino por un simple impulso de odio y la segunda la comprende, desde su lesbianismo y ruptura con los estereotipos femeninos desde su adolescencia. Se acompañan y Boo intenta inculcarle respeto por ella misma y sus decisiones alentándola a vengarse después de una violación.
A la que extrañamos es a Nicky Nichols que es enviada a máxima seguridad por un episodio relacionado con la heroína. El gran personaje de Red –y el resto de la comunidad blanca- sufrirá fuertemente esta pérdida.
Un personaje que sin mucha pena ni gloria había aparecido en las temporadas anteriores es el de Norma, la amiga “muda” de Red. En esta ocasión, comprenderemos un poco más su pasado como parte de una secta y su presente como líder espiritual y curandera en la prisión. Resulta desesperantemente divertido ver cómo las adictas a la heroína encuentran una tostada con una quemadura que “es Norma” y le construyen un altar.
Segunda toma: la maternidad
Ya el primer episodio marca un cambio con las temporadas anteriores. El Día de la Madre en la cárcel abrirá una serie de historias que tienen a las latinas como protagonistas.
En primer lugar Dayanara, su embarazo y dudas sobre dar al hijo en adopción o no y, también, el vínculo con su madre Aleida con quien comparte la vida en Litchfield. Las presiones y las expectativas, el cuestionamiento sobre qué significa elegir ser madre y qué se hace cuando no es del todo una elección están en el centro de la escena.
En segundo lugar, Gloria Mendoza, la “madre” de todas las latinas, sucesora de Red al frente de la cocina, también sufre por el vínculo con sus hijos (afuera de la prisión) y su futuro. Gloria es un personaje al que todavía le queda mucha tela para cortar, uno de los más equilibrados y razonables de Litchfield. Su tensión por el lugar que ocupa adentro de la prisión y sus preocupaciones por el afuera están representados de una forma muy precisa y fina (el desempeño como actriz de Selenis Leyva ayuda considerablemente a la credibilidad del personaje).
Fuera de la comunidad latina está Sophia Burset, interpretada magistralmente por Laverne Cox. Transexual y madre, no sólo vemos en esta temporada su lucha por intervenir en forma positiva en la vida de su adolescente hijo, sino que sufrimos junto a ella un ataque transfóbico y su pelea por justicia en el penal. El cuestionamiento a la discriminación interpela y conmueve.
Tercera toma: el sistema carcelario
Litchfield está al borde de la quiebra y el flamante director, Joe Caputo, se ve obligado a ponerla bajo el gerenciamiento de una empresa privada. Lo poco de humanidad que quedaba a la gestión de la cárcel se va reduciendo capítulo a capítulo y vemos la difícil batalla de un bienintencionado Caputo por mediar entre los intereses por maximizar ganancias y sostener un funcionamiento en que ni las reclusas ni el personal pierdan su dignidad.
Mientras tanto, los guardias de la prisión buscan en la sindicalización una respuesta a los ajustes presupuestarios y vemos una fuerte crítica al modo de concebir las prisiones, con lógica cortoplacista y sin pensar en la reinserción social de las mujeres allí detenidas.
La burla a la empresa y su desprecio por las vidas humanas denota también una crítica al sistema empresarial de conjunto. Mucho cargo con nombre simpático y poca eficiencia, poco interés por el producto y mucho por la balanza de pagos, todo eso ridiculizado en plena pantalla chica, vuelve a mostrar el potencial crítico que pueden tener las series sobre el mundo que habitamos.
¡Corten!
En Estados Unidos está de moda un concepto, reforzado por las opciones de TV on demand como Netflix, que describe la modalidad de consumo de series actual: binge watching. En castellano se puede pensar como una “maratón” o más bien “panzada” medio compulsiva en la que se ve un capítulo tras otro sin parar. Orange is the new black es una de esas series en las que el final de cada episodio deja con la intriga suficiente para ver al instante el siguiente. Punto para la dirección.
Orange… vuelve a lograrlo. Interpela y construye personajes divertidos y dramáticos, cuenta historias donde prima la complejidad del “ser mujer” y no justifica los delitos sino que los enmarca y contextualiza. Son mujeres reales, con conflictos reales y decisiones difíciles que tomar todos los días.
Los capítulos estrenados a principios de junio son menos crudos que los anteriores pero más sensibles. Abordan algunos temas -como la ya mencionada maternidad y la soledad- con una profundidad inhabitual.
Como mirada general sobre esta temporada, hay que agradecer que ya esté confirmada la cuarta. El final nos deja con una Piper ya no sólo intentando sobrevivir a la prisión, sino haciendo de ella su lugar. Con poder y sin demasiada piedad ni tolerancia por las traiciones.
Nos muestra también un anticipo de lo que será el cuarto año de emisión, sosteniendo el espíritu crítico a la cárcel como institución y, sobre todo, a los negociados que se juegan por detrás. La superpoblación y la disminución de recursos económicos para sostener el día a día y mejorar las capacidades de reinserción en la sociedad de las reclusas, sin duda marcarán la próxima temporada.
Conflicto no va a faltar. Emociones, si los realizadores no pierden concentración, tampoco.
Julia de Titto – @julitadt
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