5 junio, 2015
Ser feminista es un bajón
Por María Florencia Alcaraz. Ninguna mujer nace feminista. Están las que lo son desde Cemento, están las paracaidistas y en el medio hay miles. Desde el miércoles hay más. Bienvenidas, pero sepan una verdad: ser feminista es un bajón.

Por María Florencia Alcaraz*. Ninguna mujer nace feminista. Están las que lo son desde Cemento, están las paracaidistas y en el medio hay miles. Desde el miércoles hay más. Bienvenidas.
Una verdad: ser feminista es un bajón. Nadie quiere serlo. Molesta, desgarra, aprieta, duele todos los días, todo el tiempo. Es bruxar los dientes aún despierta. Ver un conflicto en cada decisión, palabra e intercambio con otro. Porque ser feminista es, precisamente, sentirte obligada a evidenciar una desigualdad. Y en ese camino todas nos sentimos solas alguna vez. No sabemos cómo sigue esto que parimos pero tenemos una única certeza: no estamos solas.
El feminismo pasa por nuestros cuerpos todos los días. Porque es saberte habitante de un cuerpo precario que puede ser maltratado, golpeado, mutilado y descartado en una bolsa en cualquier momento. Esa conciencia se hace temor y cuando se transforma en furia, moviliza. De ahí salió el acto del miércoles en el Congreso. El puerperio no será fácil. Tenemos la responsabilidad de seguir empujando el carro. Otra posta: la violencia contra la mujer no podrá salir nunca más de la agenda mediática y política después de esto.
Por estos días alguien me preguntó porque me interesaban tanto estos temas. Si había sufrido violencia física. Nadie le pregunta al que va a la Plaza el 24 de marzo si estuvo en un centro clandestino de detención, si es hijo de desaparecidos o nieto recuperado. Nosotras tenemos que dar explicaciones. Ahí van.
Cuando estaba en segundo grado, para ir al aula teníamos que subir una escalera angosta. Cada vez que sonaba el timbre que ponía pausa al elástico y la soga, con mis amigas volvíamos al salón. En el camino en ascenso, Lucas un compañerito de 8 años -como yo- me levantaba la pollera del uniforme.
Yo no quería que viera mi bombacha a lunares, con corazones o dibujos de Frutillitas. Las otras nenas decían que me tenía que poner un short abajo. Mi mamá decía que me tenía que defender. La maestra no decía nada. La secuencia se repetía todas las tardes: cuando subíamos al aula Lucas corría la tela gris del uniforme para ver mi bombacha. De este lado silencio. Atrás mío, risas. Una tarde subiendo la escalera con precisión pavloviana después del timbre, Lucas me levantó la pollera, otra vez. Me di vuelta y le pegué donde me había dicho mi madre: en las bolas. Fui a parar a la dirección.
Lucas podía levantarme la pollera las veces que quería, pero yo no podía defenderme de su agresión sin recibir una sanción disciplinaria. Más tarde entendí que la desigualdad excede la biología de los cuerpos.
A los ocho el patriarcado, para mí, estaba sintetizado en las bolas de Lucas. Ahora sé que no es un varón, que el machismo es mucho más complejo. Pienso en cada uno de los carteles que entraron por mis ojos en el acto y no se me ocurre otra palabra que insólito. El 3 de junio desnudamos al patriarcado. Los varones fueron nuestros aliados en esto que queremos deconstruir.
El machismo es circular y cotidiano. Empieza cuando te sentás en una mesa y el mozo/a le da de probar el vino al varón. Termina cuando viene con la cuenta y se la da a él también. Arranca con la amenaza, pasa por las flores para pedir disculpas y termina en el golpe.
Del acoso callejero a la camilla de un aborto clandestino: el pedido de dignidad abarca todos los lugares donde sufrimos violencia. Ojalá no tuviera que ser feminista, ojalá esas desigualdades que nos acompañan de la cuna a la tumba no existieran, ojalá nuestras vidas no fueran tan precarias. Porque ser feminista es un bajón.
@florencialcaraz
* María Florencia Alcaraz es periodista especializada en temas de género y violencia institucional. Redactora de Infojus Noticias. Integrante del colectivo organizador de la concentración del 3 de junio #NiUnaMenos
Foto: Lucía De la Torre
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