28 mayo, 2015
Venezuela: Mujeres organizadas para producir
La Parroquia Antímano se encuentra en el oeste de Caracas. En el sector denominado El Manguito, cinco mujeres hacen parte de la Panadería Comunal Negro Primero, una de las tantas experiencias productivas llevadas adelante por la organización popular en las barriadas caraqueñas. Desde Notas, fuimos a visitarlas y a conocer su experiencia productiva y comunal.

La Parroquia Antímano se encuentra en el oeste de Caracas. En el sector denominado El Manguito, cinco mujeres hacen parte de la Panadería Comunal Negro Primero, una de las tantas experiencias productivas llevadas adelante por la organización popular en las barriadas caraqueñas. Desde Notas, fuimos a visitarlas y a conocer su experiencia productiva y comunal.
La panadería es parte del Consejo Comunal Negro Primero de la Comuna José Félix Ribas. Hace seis años que en Asamblea de Ciudadanos y Ciudadanas se decidió llevar adelante este proyecto productivo comunal. Como nos cuenta Nancy Romero, trabajadora de la panadería y vocera del consejo comunal, esta iniciativa fue aprobada porque el barrio no tenía panadería y se evalúo importante satisfacer esa necesidad de la comunidad. Fue el año pasado que pudieron concretar el proyecto y abrir las puertas del local.
La Negro Primero se constituye legalmente como una Empresa de propiedad social directa comunal (EPSD), que es una unidad socioproductiva constituida en un ámbito territorial demarcado en una o varias comunidades, en una o varias comunas, destinada al beneficio de sus integrantes y de la colectividad, a través de la reinversión social de sus excedentes y donde los medios de producción son de propiedad social comunal. Es decir que cada máquina, heladera, utensilio e incluso el espacio, no pertenece a los trabajadores y trabajadoras de la empresa, ni a los voceros y voceras del consejo comunal, ni al Estado, sino que son propiedad de la comunidad, de todos y todas los que hacen parte de ella.
En una empresa convencional, el excedente queda a disposición del dueño del capital. Es decir, que las ganancias quedan en manos de los dueños privados de la empresa. En cambio, en la Empresa de Propiedad Social Comunal se busca garantizar que la producción sea suficiente para garantizar el mantenimiento de la organización y condiciones de vida favorables para sus trabajadores y trabajadoras; y una vez que la empresa puede alcanzar condiciones de rentabilidad, es decir, que es capaz de sostenerse al satisfacer sus gastos y necesidades gracias a su esfuerzo productivo, puede comenzar a redistribuir sus ingresos excedentes en la comunidad. Esto contempla poner dinero en otros proyectos comunales, pero también el beneficio pasa por garantizar productos a mejores precios y de mayor calidad.
Nancy explica: “Nosotros y nosotras vendemos nuestros productos directamente al pueblo, a precios más económicos, para que no los revendan los intermediarios, que son los que encarecen el precio. Directo del productor al consumidor”.
Acostumbrarse a no “mandar” ni ser “mandado”
En la mayoría de los casos estamos acostumbrados a dos formas de relacionarnos en cuanto al trabajo: o somos trabajadores y trabajadoras, y salimos a vender nuestra fuerza de trabajo; o vivimos del trabajo de otro/a, es decir que somos empleadores, los dueños o dueñas de la empresa. En el mejor de los casos, buscamos ser nuestros “propios jefes” como manera de no tener que ser empleados por otra persona. Y así nos acostumbramos o a tener un jefe o ser jefe de alguien más.
A la gran mayoría de la población le toca estar del lado de los empleados y así también nos hemos acostumbrado a que otro nos diga que es lo que tenemos que hacer. Cumplimos órdenes, porque se supone que los que tienen la capacidad de pensar son esos pocos dueños y el resto sólo ejecutamos lo que “dicen los que saben”.
Una de las mayores tensiones que se presentan a la hora de constituir una empresa comunal es la de transformar la forma de relacionarse en el trabajo: poder romper con la separación que en una empresa tradicional se hace del trabajo intelectual y el trabajo manual.
Al respecto, Nancy señala: “Aunque suene ridículo, uno está acostumbrado a que lo dirijan. A veces uno se acostumbra a que si no te mandan, tú no haces las cosas. Aquí no, aquí todas tenemos responsabilidades y si yo sé hacer el pan, yo tengo que enseñarte a ti y al revés, y si tú administras, yo también quiero y tengo que administrar”.
También cuenta que a veces discuten, que cuesta ponerse de acuerdo en las decisiones, orientaciones y en el trabajo cotidiano, pero que con paciencia y esfuerzo han logrado superar diferencias y avanzar. A fuerza de sentarse, hablar, debatir, leer las leyes del poder popular -que reglamentan estos espacios-, ponerse normas de funcionamiento propias, llevar adelante procesos formativos, mejorar la comunicación, y sobre todo, reflexionar sobre las propias prácticas, han logrado que el proceso sea más llevadero y funcione mejor. Y así han ido dando pequeños pasos, pero firmes, a una forma de trabajo que no consista en la explotación de unas sobre las otras.
“Yo quiero que mis hijos sepan que luché por esta revolución”
Estas mujeres no solo son trabajadoras de la Panadería, sino que participan en la comunidad como referentes, llevando adelante diferentes proyectos: desde la construcción de viviendas hasta el impulso de otros espacios productivos del consejo comunal, en este caso una ferretería y una herrería.
Ellas cuentan cómo les costó -y les sigue costando- que sus respectivas familias asuman y acepten su participación en la comunidad y su nueva organización del tiempo. Y fue por la convocatoria de Hugo Chávez que salieron a organizar el consejo comunal, a patear el barrio y consolidar la organización popular. Y así mismo lo expresa Nancy: “Antes era la casa, mi hija, yo siempre ahí pendiente de todo, pero ahora estoy pendiente de si le hicieron la casa a la vecina, que si salieron a pintar el callejón, entre otras cosas”. Y agrega que antes su marido no participaba del consejo comunal, pero que ahora sí, que empezó a hacerlo luego de verla a ella asumiendo la organización en el barrio.
A su vez Maribel nos cuenta que ella nunca había votado hasta la llegada de Chávez y hoy, muy por el contrario, es la vocera por el consejo comunal en la Comuna y reconoce que eso muchas veces implica no estar con sus hijos, siendo que es madre y padre a la vez, pero con firmeza y sin titubeos afirma: “Yo quiero que mis hijos sepan que luché por esta revolución”.
Y así van ellas, rompiendo esquemas, haciendo revolución en cada una de las pequeñas acciones, como lo hacen las miles de mujeres que sostienen estos procesos. Porque Chávez depositó su confianza en ellas, y ellas no miraron para otro lado: asumieron la tarea de la construcción de poder popular, sabiendo que el camino no iba a ser fácil, pero que ellas estaban a la altura de las circunstancias.
Natacha Milazzo, desde Caracas – @Chachi_Milazzo
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.