25 mayo, 2015
Juan José Castelli, un hombre que creyó en sus sueños
Por Ulises Bosia. En el imaginario de nuestro pueblo el 25 de mayo es la fecha que más se acerca a la idea de revolución, a “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Por eso, estableciendo un puente entre el presente y el pasado, vale la pena retomar la lucha bicentenaria.

Por Ulises Bosia. En el imaginario de nuestro pueblo el 25 de mayo es la fecha que más se acerca a la idea de revolución, a “cambiar todo lo que deba ser cambiado”. Por eso, estableciendo un puente entre el presente y el pasado, vale la pena retomar la lucha bicentenaria.
Si el año pasado, recuperamos la historia de Bernardo de Monteagudo, un verdadero “Forrest Gump” de la lucha por la independencia -estuvo en todas-, este año elegimos la proclama leída por Juan José Castelli en Tiahuanaco, también un 25 de mayo, pero de 1811. Hay que agregar, en rigor a la verdad, que el propio Monteagudo figura como secretario en la proclama y su firma acompaña a la de Castelli.
En una de sus notas inolvidables, hablando de ellos, Osvaldo Soriano escribió que “esos hombres tienen un ideal gigantesco: formar, de la nada, una nación moderna y solidaria, heredera a la vez de la Revolución Francesa y de la joven democracia norteamericana. Todos ellos se perderán en una tempestad de pasiones y desencuentros. En una década de guerras horrendas y proyectos inmensos, esos hombres pasarán a la historia nada más que por creerse sus sueños”.
Delegado de la Junta al Alto Perú
Tras ejecutar la orden de fusilamiento de Liniers en Córdoba por su actividad contrarrevolucionaria, Castelli fue enviado como delegado de la junta de gobieno de Buenos Aires en la expedición al Alto Perú. Desde la geografía del presente no se dimensiona correctamente la envergadura que tenía esta tarea.
En la época, el Alto Perú era el centro económico del virreinato, a partir de su producción mineral que se exportaba a través del puerto de Buenos Aires y al mismo tiempo como centro de consumo de bienes producidos en toda la región. A tal punto que su pérdida definitiva significó una desarticulación de toda la economía virreinal y el inicio de un largo proceso de reorganización económica y social, que sólo culminó cuando la oligarquía terrateniente pampeana logró unficar a nuestro país insertándolo en el mercado mundial como productor de materias primas agropecuarias, varias décadas más tarde.
Era además, la zona en la que el 25 de mayo de 1809 se había desatado la “revolución de Chuquisaca”, reprimida de manera sangrienta por orden del virrey Cisneros, así como el territorio en el que 30 años atrás José Gabriel Condorcanqui, más conocido como Túpac Amaru, había liderado una gigantesca insurrección indígena, cuyos ecos perduran hasta hoy.
Ganar ese territorio para la revolución era nada más y nada menos que la tarea encomendada a Castelli. Entre otras instrucciones para lograrlo, Moreno le ordenó intentar ganarse el favor de los pueblos indígenas.
La proclama de Tiahuanaco
Frente a las ruinas de Tiahuanaco, en un gesto de hondo peso simbólico similar al que Evo Morales llevó adelante al asumir sus mandatos presidenciales en 2006, 2010 y este año, Castelli se dirigió a los pueblos indígenas, “que por tantos años han sido mirados con abandono y negligencia, oprimidos y defraudados en sus derechos y en cierto modo excluidos de la mísera condición de hombres que no se negaba a otras clases rebajadas por la preocupación de su origen”.
Y ordenó que “siendo los indios iguales a todas las demás clases en presencia de la ley, deberán los gobernadores intendentes con sus colegas y con conocimiento de sus ayuntamientos y los subdelegados en sus respectivos distritos, del mismo modo que los caciques, alcaldes y demás empleados, dedicarse con preferencia a informar de las medidas inmediatas o provisionales que puedan adoptarse para reformar los abusos introducidos en perjuicio de los indios, aunque sean con el título de culto divino, promoviendo su beneficio en todos los ramos y con particularidad sobre repartimiento de tierras, establecimientos de escuelas en sus pueblos y excepción de cargas impositivas indebidas”.
No se quedó solamente en una declaración de buenas intenciones sino que les puso un plazo determinado a las autoridades locales porque “en el preciso término de tres meses contados desde la fecha deberán estar ya derogados todos los abusos perjudiciales a los naturales y fundados todos los establecimientos necesarios para su educación sin que a pretexto alguno se dilate, impida o embarace el cumplimiento de estas disposiciones”.
Estos planteos significaban el final de la servidumbre indígena y una dura afrenta a la mentalidad conservadora de las élites de una sociedad organizada en castas, que descansaba en la apropiación de unos pocos de grandes riquezas mediante el trabajo esclavo e instituciones como la mita y la encomienda.
Castelli declaró que “todos los indios son acreedores a cualquier destino o empleo que se consideren capaces, del mismo modo que todo racional idóneo, sea de la clase y condición que fuese, siempre que sus virtudes y talentos los hagan dignos de la consideración del gobierno”.
Y estas medidas de emancipación social fueron acompañadas también por derechos de representación política. En la proclama Castelli mandó que “en lo sucesivo todos los caciques sin exclusión de los propietarios o de sangre no sean admitidos sin el previo consentimiento de las comunidades, parcialidades o aíllos que deberán proceder a elegirlos con conocimiento de sus jueces territoriales por votación conforme a las reglas que rigen en estos casos, para que beneficiada en estos términos se proceda por el gobierno a su respectiva aprobación”.
La utopía traicionada
Por estas acciones transformadoras, aprovechando la derrota patriota en Huaqui y la caída de la Junta Grande en Buenos Aires, Juan José Castelli fue llevado a juicio por sus adversarios al interior de la revolución. No llegó a emitirse condena, porque al llamado “orador de la revolución” lo consumió un cáncer de lengua a sus 48 años. Como un síntoma de la tragedia, antes de morir, ya casi sin habla, pidió un lápiz y un papel y escribió “si ves al futuro, dile que no venga”.
Andrés Rivera en esa genial novela-poesía que es La revolución es un sueño eterno, puso en boca de Castelli una pregunta que resuena a lo largo de la historia nacional hasta hoy: “¿Qué nos faltó para que la utopía venciera a la realidad?”.
@ulibosia
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