Cultura

11 mayo, 2015

El Baltimore que pintó The Wire

Baltimore, además de ser esa ciudad en la que buena parte de sus habitantes afroamericanos acaban de salir a romper todo porque la policía no para de matarlos impunemente, es el escenario en el que transcurre una de las mejores serie de la historia de la televisión: The Wire.

Luego de que buena parte de la población negra de la ciudad estadounidense de Baltimore saliera a manifestarse contra la injustificable muerte bajo custodia policial del joven afroamericano Freddie Gray y de los disturbios, saqueos y enfrentamientos subsiguientes, The Wire, a siete años de la emisión de su último capítulo, se convirtió en trending topic en Twitter. No es extraño. La serie fue casi un documental de una ciudad cerca de estallar, una cámara lúcida asomada a un polvorín a punto volar, alimentado constantemente por el racismo policial y la indiferencia política de la dirigencia WASP hacia los más desfavorecidos.

No hace mucho las universidades de Harvard (EEUU) y Nanterre (Francia) decidieron tomar a The Wire como base para una serie de clases magistrales sobre diversas problemáticas sociales urbanas en los EEUU. Una gran decisión, ya que la serie se mete tanto con el tráfico de drogas y el rol de la policía como con los problemas y desigualdades sociales derivados del pervivente racismo, siempre con una lucidez que no cierra los ojos ante las miserias de la política o de la justicia, desarrollando una crítica, implícita o explítica contra todas las instituciones presuntamente intocables del orden capitalista.

Para decirlo brevemente, The wire se banca tanto la mirada académica como la del mero fanático de los buenos productos televisivos. Simplemente porque es una de las mejores series emitidas por la TV yanqui en la última década. Lo que no es poco decir en estos tiempos en que la inteligencia parece haber abandonado definitivamente Hollywood para instalarse en algunos canales de televisión.

El segundo círculo del infierno está reservado a los que saben que deben ver The Wire pero no encuentran el tiempo para hacerlo, el primero para quienes ni siquiera saben qué es. Para ellos y ellas, pobres almas condenadas, digamos que se trata de una serie emitida por HBO en cinco temporadas, entre 2002 y 2008. Ya un poco más difícil es contar de qué va la cosa. El título hace referencia a las escuchas telefónicas policiales (the wire significa, literalmente, el cable). En español le pusieron “La escucha” (y estuvo bien, porque “La pinchadura” era una pésima elección titulera). Y la primera temporada más o menos tiene que ver con eso, ya que aborda las viscisitudes de un equipo de policías de la ciudad de Baltimore que trata de construir un caso contra un capo narco de la ciudad mediante una serie de escuchas telefónicas. Con esa excusa la serie nos muestra creíblemente (increíblemente para la TV que conocemos y criticamos) el mundo del tráfico en unos monoblocs de las afueras, la particular escala de valores barrial, la corrupción y las mentiras políticas, la débil humanidad de la justicia, la brutalidad, el racismo y la burocracia policiales.

Y luego la serie explota al mundo, a los múltiples mundos que conviven y se superponen en una ciudad occidental moderna. Si en la primer temporada más o menos se ajusta al escenario típico de la serie “policial”, en las cuatro siguientes se abrirá a los mundos del puerto de la ciudad (containers, sueños proletarios, sindicalismo obrero y contrabando, promesas políticas incumplidas), de la alta política (corrupción, vínculos con el narcotráfico, roscas con la policía, promesas políticas incumplidas), de las instituciones educativas (límites de la contención de la escuela en relación con los jóvenes marginales, abnegación docente, promesas políticas incumplidas) y de los medios de comunicación (redacciones, presiones y mordazas para los periodistas, mentiras y manipulaciones al servicio del poder, promesas políticas incumplidas).

Mario Vargas Llosa, uno más del club de fans -mal que nos pese- sostiene en sendos artículos en El País y La Nación que luego de la experiencia The Wire uno sale “reconciliado con la fauna humana” y la compara sin pudor con “una de esas grandes novelas decimonónicas -las de Dickens o de Dumas-” porque “tiene la densidad, la diversidad, la ambición totalizadora y las sorpresas e imponderables que en las buenas novelas parecen reproducir la vida misma (en verdad, no es así, pues la vida que muestran es la que inventan), algo que no he visto nunca en una serie televisiva, a las que suele caracterizar la superficialidad y el esquematismo”.

Uno de los secretos detrás de la descojonante eficacia de The Wire tal vez tenga que ver con que se nota que sus autores son gente que realmente conoce el paño y sabe de lo que está hablando. David Simon, además de escritor, fue muchos años periodista en el Baltimore Sun y Ed Burns fue detective de homicidios y narcóticos en la ciudad.  Burns luego también escribió la multielogiada y multipremiada serie Generation Kill. En estas semanas, sin embargo, más allá de su crítica a la podredumbre institucional que tan bien supo retratar con la serie, eligió llamar a los manifestantes a abandonar las calles y criticar a los responsables de los disturbios desde su blog.

Otra clave es el impresionante nivel de todas las actuaciones. Por su misma estructura compleja, The Wire no es ese tipo de series donde el carisma de uno o dos actores principales puede justificar un casting más desparejo porque para poder abordar esa multiplicidad de mundos de los que hablábamos la serie necesita de muchos personajes interesantes, creíbles, centrales. Y la verosimilitud conseguida no sólo se basa en el inusualmente alto nivel actoral de todo el elenco sino también en que se apeló a actores no profesionales que pudieran darle una voz auténtica a esos sectores marginales que usualmente aparecen desfigurados y caricaturizados tanto en el cine como en la TV. Algunos de ellos hoy están presos por tráfico, de hecho.

Por último, para mencionar solamente tres de los puntos más altos de un producto lleno de puntos altos también en cuanto a guiones, fotografía y edición, además la serie alardea de un buen gusto musical enorme ya desde los títulos inciales. Todas las temporadas abren con diferentes versiones del preocupante Way down in the hole, un tema de Tom Waits del disco Frank wild years, de 1987.

Y, como si esto fuera poco y en una excepcional oferta de cambio de temporada, The Wire además nos puede servir de link con algunas otras series notables. Siguiendo la carrera de algunos de sus actores podremos encontrarnos con que Wendell Pierce y Clark Peters (Bunk y Lester Freamon, parte del equipo de detectives de la serie) siguieron con Treme (jazz de New Orleans y antibushismo radical post Katrina, con John Goodman y Melisa Leo -¿qué más se le puede pedir a la vida?-, con una primer temporada excepcional y unas continuaciones bastante más pobres) y con que Edris Elba (el mafioso elegante “Stringer” Bell) la rompe protagonizando el gran policial inglés Luther. Las dos temporadas de The Hour (2011-2012) así como la de la actual The affair se justifican, más allá de sus méritos propios, por el protagonismo de Dominic West, quien en The Wire supo componer al losser y brillante detective Jimmy McNulty, uno de los personajes más interesantes, queribles y complejos que se hayan visto en la pantalla chica.

Lamentablemente, The Wire duró apenas 60 capítulos.

Pedro Perucca – @PedroP71

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