Cultura

12 marzo, 2015

Algún día me tenía que pasar

Un breve relato, que cuenta una historia real. De una realidad que habitualmente no vemos en los medios, pero que está ahí, que existe y que a todos nos puede pasar.

Estaba en la puerta de la casa de mi vieja, eran alrededor de las ocho de la mañana, de golpe paró un carro con un caballo, bajaron dos pibes con gorrita, pantalones anchos y aritos en la jeta. Me encararon de una…

Volvamos a empezar. Salía del garaje de mi vieja con la kombi, como la calle se volvió monopolio cuasi exclusivo de camiones hay unos cráteres demenciales, que los más timoratos llaman pozos, que se llenaron de barro y agua. La kombi en un acto de distracción metió una de sus patas en uno de ellos, quedándose atascada. Debo ser de los pocos imbéciles que se quedan atascados en una zona urbana en pleno siglo XXI.

Luego de tironear por minutos escuchando los bramidos del motor, viendo como camioneros, guitudos en Hilux y distraídos colectivos pasaban, miraban y seguían, dos mocosos con una sonrisa ancha y picaresca cortaron su jornada de laburo pesado, bajaron del carro lleno de cartones y me sugirieron un “subí que te empujamos”. Se sujetaron al paragolpes de “La dicha en movimiento” y en un santiamén destrabaron la situación. La kombi salió contenta y en señal de agradecimiento encendió misteriosamente un intermitente para saludar a mis salvadores.

Los tuve que convencer de que me agarraran 30 pesos que les dí y que luego me arrepentí, se merecían más. Me saludaron mientras rajaban de los bocinazos de camiones presurosos y ciegos, con ellos y en sus sonrisas se fundían para siempre los estigmas y prejuicios.

Ninguna cámara registró el hecho.

 

Diego Flores

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