Cultura

17 febrero, 2015

Febrero sigue siendo carnaval

Por Mariel Martínez. Hace poco tiempo, un puñadito de años, recuperamos otra de las tantas cosas que la última dictadura nos había arrancado: los feriados de carnaval. Seguramente el ilegítimo gobierno militar hubo de intuir que de esta forma también extirpaba la alegría, que cuando es fuerte y consecuente, es portadora fecunda de la semilla de cambio.

Por Mariel Martínez. Hace poco tiempo, un puñadito de años, recuperamos otra de las tantas cosas que la última dictadura nos había arrancado: los feriados de carnaval. Seguramente el ilegítimo gobierno militar hubo de intuir que de esta forma también extirpaba la alegría, que cuando es fuerte y consecuente, es portadora fecunda de la semilla de cambio.

Habrá sido por eso quizás que los militares fueron profundos y persistentes en su intento: se quisieron llevar la murga y quisieron también llevarse a los murgueros; Julio Cesar Abruzzese es uno de los bailarines porteños desaparecido en pleno carnaval de su vida. Su pecado de subversión fue ser parte del alma de Los chiflados del Abasto, seguramente temibles por su desfachatez murguera y terrorista. Y cuántos Julios hubo, desprendidos del baile en el medio de febrero.

Podríamos pensar que lo que asusta es la mucha gente junta. O la mucha gente en la calle. O ambas. Y también podríamos pensar que aquello no hace justicia del todo a la realidad del carnaval. En el norte de nuestro país, el diablo se suelta por nueve días y pone a la gente a su servicio: entonces casi no se trabaja, las casas están abiertas a socializar la bebida y los bebedores, y los casamientos paganos se suceden sin cesar.

En Buenos Aires, el baile frenético de los murgueros corta la calle y el piberío disfrazado ensaya acrobacias mientras un coro eternamente desafinado le canta las verdades corrosivas del barrio al que las quiera y las sepa escuchar. En carnaval se anda con el diablo en el cuerpo, brindando contra tanto santo falso y almidonado. En carnaval damos vuelta el mundo, porque así como está nos resulta indigno de nuestra alegría.

Y claro que asusta a algunos la algarabía organizada en el desborde. Nuestro carnaval no es aquel encerradito prolijamente en un corsodromo. No es el del negocio de la entrada mas o menos cara. No es el del deleite en las mujeres de figura perfecta, perfectamente desnudas, exhibidas en carrozas de ostentación. No. Ese no es el carnaval nuestro, porque nuestra felicidad no es mercancía ni moneda de cambio. El carnaval que es nuestro nos hace iguales bailando la desigualdad que sufrimos, haciendo de la calle fiesta, de la amistad familia, del barrio una bacanal. Nuestro carnaval es gratuito y perfectamente improductivo.

Julius Fucik fue un militante y combatiente antinazi asesinado por la Gestapo alemana. Sus últimas palabras, recogidas en un reportaje que se dio a conocer con el nombre de Al pie del patíbulo han marcado por décadas a la militancia argentina: «Y lo repito una vez más: hemos vivido por la alegría, por la alegría hemos ido al combate y por la alegría morimos. Que la tristeza no sea unida nunca a nuestros nombres».

Los detalles de su vida han trascendido poco, quizás por la fuerza poderosa de verdad que encierra esta, una de sus últimas frases. Defendemos la alegría porque cuando es sincera y legítima, es también profundamente desestabilizadora y subversiva.

En un poco más de un día, el 18 de febrero, muchas de las gentes que se quejan del ruido de los bombos carnavaleros, de las cuadras cortadas por las murgas, del pobrerío sacudiendo el cuerpo en cada rincón de las ciudades, va a salir también de sus casas reclamando un orden que nos es hostil y ajeno.

No vamos a quejarnos porque corten la calle. Ni porque sean muchos. Ni porque estén juntos. Les señalamos ahora que su ausencia de baile, de barrio y de alegría sólo puede alojar un odio elitista y un aburrimiento conservador. Nuestro carnaval siempre va a quedarles grande y su quietismo interrumpido de a ratos siempre va a resultarnos débil y artificial. A otro febrero con ese anticarnaval. A otro diablo con ese credo. A otro poeta con ese verso.

Este febrero como los que pasaron y los que vienen sigue siendo el envase temporal de la inversión carnavalera. En donde vale casarse, bailarse, cantarse desaforadamente hasta quedarse sin voz. En donde vale la fiesta en cualquier calle. En donde la denuncia es canto y baile. Este febrero como los que pasaron y los que vienen, sigue siendo nuestro. De los que defendemos la alegría como una trinchera contra el odio aburrido que no sabe bailar. Sigue siendo nuestro este febrero, por más 18 que quieran arrogarse. Febrero sigue siendo para nosotros, meta meta carnaval.

 

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