Batalla de Ideas

9 febrero, 2015

Acuerdos con China: entre la geopolítica y el desarrollo

Por Ulises Bosia. El status de “asociación estratégica integral” con el gigante asiático abre debates de fondo. Nuestra realidad política doméstica, sin embargo, no parece haber tomado nota de ello.

Por Ulises Bosia. El status de “asociación estratégica integral” con el gigante asiático abre debates de fondo. Nuestra realidad política doméstica, sin embargo, no parece haber tomado nota de ello.

En el país un grupo de fiscales convoca a una marcha de silencio para pedir justicia por la muerte de Nisman. No importa que algunos de ellos estén involucrados en el encubrimiento de la causa AMIA, que sean abiertamente opositores al gobierno nacional y que la convocatoria se enmarque en la previa de las elecciones presidenciales. Buscan golpear al gobierno, no por sus responsabilidades en la causa AMIA sino en función de la larga batalla que vienen protagonizando los sectores más reaccionarios del Poder Judicial en defensa de sus intereses corporativos.

Mientras tanto, en China, la presidenta llevó adelante una gira del mayor nivel internacional que fue notablemente subestimada, a juzgar por la cobertura mediática que recibió. Se trató de consolidar la “asociación estratégica integral” que se había planteado en la visita del presidente chino Xi Jingping en julio de 2014.

Los acuerdos plantean dos niveles de debate. Uno respecto de la orientación geopolítica de nuestra política exterior, el otro sobre el camino hacia el desarrollo económico y social de nuestro país.

Integración regional congelada: salida individual

El final del Consenso de Washington abrió un periodo en el que entró en debate en América Latina la relación de los distintos países con los Estados Unidos, la inserción en un mundo crecientemente multipolar y en particular el proyecto de integración regional. Sin embargo, tras un primer revés fuerte de los intereses norteamericanos con el rechazo del ALCA y la fundación de la CELAC, los principales canales de la integración quedaron congelados y los Estados Unidos recuperaron terreno.

El resultado más concreto es que lejos de la consolidación de un bloque regional, la situación retrocedió y cada país pasó a negociar por separado su inserción en el mercado mundial y sus alianzas internacionales, lo que perjudica a cada nación.

Algunos lo hacen desde la Alianza del Pacífico, otros desde el Mercosur, otros finalmente de manera individual, en varios casos mediante tratados de libre comercio con distintas potencias. En este contexto se da la decisión argentina de profundizar la relación con China, que ya es nuestro segundo socio comercial.

La decisión supone un distanciamiento de los intereses norteamericanos que siguen siendo hegemónicos en la región, pero dista mucho de expresar una política exterior soberana, es decir, antiimperialista y latinoamericanista. Se trata más bien de intentar aprovechar los márgenes de autonomía que brinda el mundo multipolar.

Así lo prueba la política tomada ante la escasez de divisas de nuestro país, en la que el gobierno apostó a explorar todas las posibilidades. Primero intentó acceder al mercado de capitales mediante un acercamiento con los Estados Unidos pero esa vía se frustró porque los fondos buitre ganaron el pleito judicial. En segundo lugar buscó también un acercamiento con Rusia, con la que se avanzó en el área de hidrocarburos e infraestructura, pero los problemas actuales de la economía rusa impiden por el momento la llegada de nuevos capitales de esa proveniencia. Finalmente los acuerdos con China probaron ser en este momento los más efectivos.

El debate sobre el desarrollo

El otro elemento de debate es cómo lograr que esta alianza estratégica sea funcional al desarrollo de nuestro país y no acentúe la dependencia actual y las tendencias a una primarización de la economía, recreando un esquema “complementario” entre una potencia industrial y una suerte de colonia que aporte materias primas agrarias y minerales. No es una hipótesis descabellada sino la regla en América Latina, cuyas economías tendieron a reprimarizarse desde inicios del siglo XXI, con la notable excepción de nuestro país.

Pero aquí no se trata de voluntarismo ni de ingenuidades sino de las condiciones legales concretas en las que llega -y se va- la inversión extranjera a nuestro país. En gran medida continúa vigente todo el esquema neoliberal en este terreno, que genera niveles desproporcionados de apertura de la economía, por lo que para discutir seriamente cómo la llegada de inversiones extranjeras podría favorecer el desarrollo nacional habría que proponerse todo un programa de nacionalización de la economía.

El control público y estatal de los principales recursos que continúan en manos de capitales extranjeros, la recuperación de los puertos actualmente concesionados, la nacionalización del comercio exterior hoy controlado por unas pocas decenas de empresas, la sanción de una nueva ley de inversiones extranjeras para reemplazar al actual texto neoliberal y la derogación de los más de cincuenta tratados bilaterales de inversión vigentes.

Este tipo de propuestas, que suponen un alto nivel de conflicto justamente con los países que exportan capitales, le darían al Estado un rol destacado como orientador y planificador del desarrollo económico nacional, muy diferente del actual, mal que le pese a las voces que despotrican contra el supuesto “intervencionismo estatal”.

Pero sin ese rol estatal sólo cabe pensar en que las posibles transferencias de tecnologías, capacitación del personal, asociaciones mixtas, venta de insumos industriales nacionales u otros beneficios que pueden traer las inversiones extranjeras quedarán en manos de un empresariado nacional que ya demostró con creces su incapacidad para reinvertir las ganancias, su comportamiento rentista y su hábito de fugar capitales.

 

@ulibosia

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