Fútbol internacional

21 enero, 2015

Revolución en Marsella: la nueva apuesta de Bielsa

Una revolución. Eso es lo que viene generando desde hace apenas un semestre Marcelo Bielsa en Marsella. Tal como sucediera en sus últimas experiencias en Chile y en el País Vasco con el Athletic de Bilbao, la receta del “Loco” parece tener un efecto casi inmediato de adoración. Última entrega del especial sobre los cinco directores técnicos argentinos destacados del 2014.

Una revolución. Eso es lo que viene generando desde hace apenas un semestre Marcelo Bielsa en Marsella. Tal como sucediera en sus últimas experiencias en Chile y en el País Vasco con el Athletic de Bilbao, la receta del “Loco” parece tener un efecto casi inmediato de adoración, al margen de peores o mejores resultados (aunque estos sean habitualmente los que mandan).

Es importante una aclaración: este cronista no es imparcial en su análisis sobre la figura de uno de los pocos hombres vivos ligados con el fútbol cuyo nombre ha sido colocado en un estadio argentino (Maradona y Kempes son los otros), pero a lo largo de este artículo es de esperar que también los críticos o quienes tienen menor simpatía por el personaje en cuestión vislumbren cuán necesario es Bielsa para el fútbol y cuán merecido es su lugar en este Top 5 de entrenadores argentinos a lo largo del año pasado.

El Olympique de Marsella es un grande de Francia. Es el segundo con más títulos de Liga detrás del Saint-Ettiene, aunque sus últimos 20 años han sido bastante duros tras aquel escandaloso 93/94, en el que la gloria se transformó en bochorno. Fue el año del pico más alto de la historia consiguiendo el título de la UEFA Champions League frente al Milan, pero también el año en que se descubrió que había comprado un partido contra el Valenciennes. Un descubrimiento que le costó caro: la pérdida de lo que era su cuarto título local consecutivo, la prohibición de disputar competiciones europeas por un buen tiempo -aunque el logro de la Champions quedó intacto- y lo más duro, el descenso a la Segunda División.

En estas dos décadas, algo del lustre perdido se recuperó en 2010 cuando, tras 18 años, consiguió el noveno título de su historia con Didier Deschamps en el banco. Pero en líneas generales, entre la tremenda hegemonía del Lyon a comienzos del siglo XXI -siete títulos consecutivos entre 2001 y 2008- y las millonadas invertidas en distintos momentos por parte del Monaco y el PSG quedó en un lugar un tanto más relegado.

En ese contexto, con las pretensiones de volver a ser, llegó el turno de Bielsa. Un técnico que se va acostumbrando a estos desafíos «raros», a agarrar equipos con identidades fuertes y bien definidas, que supieron generar hegemonías pero que han ido cayendo a lo largo del tiempo.

El comienzo fue sencillamente extraordinario. Aunque empató el primer duelo 3 a 3 y luego cayó en el segundo encuentro, a partir de entonces enarboló una serie de ocho victorias consecutivas que lo colocaron en la cima de la Ligue 1 convirtiéndose, para los medios deportivos franceses y para los propios marselleses, en un verdadero fenómeno. Un fenómeno que incluso llegó a rozar lo bizarro con la noticia del incremento de ventas de las heladeritas que suele usar el Loco para sentarse al costado del campo de juego.

Pero lo esencial estaba dentro de la cancha y en otro aspecto que ya le conocíamos, aunque en esta oportunidad las barreras idiomáticas lo volvieron extraordinario: la comunicación con los jugadores, la transmisión a pura convicción de unas ideas determinadas. Algo que replicó en las ya famosas conferencias de prensa que, de cualquier modo, no poseen ese elemento interesante que está dado por la relación, por el intercambio entre dos que apuntan a un mismo objetivo, independientemente de las funciones que cada uno cumple.

En cuanto a lo que se vio adentro de la cancha, nada nuevo para lo que es Bielsa y, al mismo tiempo, idéntica capacidad de asombro al observar cómo un grupo de jugadores -y eso que desde la dirigencia no le trajeron nada de lo que había pedido- puede transformarse tanto si están convencidos de una propuesta. Equipo con salida limpia, esas dosis exactas de precisión, verticalidad y velocidad (¿algún equipo ingles ya habrá pensado lo bien que encajaría Marcelo en la Premier?), una intensidad por momentos furiosa y el poder goleador concentrado fundamentalmente en Gignac que lleva 13 tantos en las 21 fechas disputadas hasta ahora. Tras su última victoria, el conjunto de Bielsa marcha segundo a un punto del Lyon y tres por encima del Paris Saint Germain.

Ha tenido dos frustraciones en cuanto a los resultados obtenidos que lo han dejado sólo con el horizonte del torneo local: eliminaciones en la Copa de la Liga y en la Copa de Francia. Sin embargo, los números por ahora responden a los objetivos planteados desde la dirigencia que no pasan por campeonar sino por terminar en los primeros tres lugares para entrar a la Champions. Por supuesto, con Bielsa en el banco siempre se puede soñar un poco más, aunque es cierto que los presupuestos abultados de otros equipos lo colocan en una pelea desigual (muy similar, por caso, a la que da el Atlético de Madrid en España contra el Barcelona y el Real Madrid).

Finalmente lo más interesante que hemos vivenciado de Bielsa en esta etapa marsellesa es esa comunión afectiva que ha desarrollado con sus jugadores.

Como mencionábamos antes, es un rasgo característico del rosarino (hagan la prueba y busquen testimonios de algunos de sus dirigidos en los diversos clubes o selecciones que condujo; admiración queda corto para describir lo que sienten) pero el hecho de hacerlo mediado por un traductor da la pauta de que esa identificación es tremendamente genuina, que hay un mensaje universal que trasciende las fronteras lingüísticas, de un DT apasionado por lo que hace y que quiere lograr lo mismo entre quienes dirige.

La experiencia en la Selección Argentina entre 1999 y 2004 ha generado que Bielsa tenga muchos detractores, esencialmente por aquel rotundo fracaso en el Mundial 2002 donde el conjunto albiceleste se despidió en la primera ronda. Muchos sólo sostienen su bronca o incluso odio por ese resultado oprobioso. Al Loco le tocó ser el máximo responsable de una de las páginas más negras del Seleccionado y evidentemente con eso alcanza para tenerlo marcado para siempre.

Otros le suman a ese señalamiento “objetivo” argumentos futbolísticos como esa tensión sobre si tenían que jugar Batistuta y Crespo juntos, por qué la fórmula de tirar centros contra Suecia fue llevada al límite de una repetición exasperante o, quizás un error que no muchos mencionan de su paso por el “equipo de todos”, que fue no haber llevado a la cita de Corea-Japón a un Juan Román Riquelme en uno de sus momentos de máximo esplendor.

Pero a ese doloroso adiós se había llegado con altas expectativas producto de unas Eliminatorias brillantes. Además, los años posteriores al 2002 -con una renovación increíble si uno evalúa los parámetros habituales del fútbol mundial- se escribieron importantes logros, como el primer título olímpico de la historia en Atenas y la llegada a una final de Copa América tras 11 años. Acompañados por un fútbol de alto vuelo.

Posiblemente nada de eso alcance para quienes siempre lo van a tener entre ceja y ceja al Loco. “El tiempo te dará la razón”, decía una bandera que lució en el primer partido de Eliminatorias en el Monumental camino a Alemania 2006, partido que Bielsa tuvo la oportunidad de dirigir. No creemos que sea para tanto, que haya que hablar de razón en la performance de un DT que, desde entonces, no hizo otra cosa que revolucionar equipos inesperados, pero sí hacer una recomendación general: no se lo pierdan a Bielsa, le hace demasiado bien al mundo del fútbol.

Sebastián Tafuro – @tafurel

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