Fútbol

12 enero, 2015

Carlos Linossi, un árbitro a caballo

En 1925, en una canchita del barrio El Abrojal, Peñarol y Vélez Sarsfield definían el ascenso a la primera de la Liga Cordobesa de Fútbol. Ganó Peñarol pero lo más recordado es que Carlos Linossi, el árbitro, dirigió los últimos minutos montado a su caballo.

Marcelo Torcuato de Alvear conduce los destinos del país. Albert Einsten recién bajado del barco, elige estas palabras para describir a la ciudad de Buenos Aires: “Cómoda, pero aburrida. Gente cariñosa, ojos de gacela, con gracia, pero estereotipados. Lujo, superficialidad”. Es 25 de marzo de 1925.

Habrá que esperar unos meses para que Gardel grabe El bulín de la calle Ayacucho y las vitrolas reproduzcan la belleza. Mientras, en la final del torneo de segunda división cordobesa, el árbitro Carlos Linossi dirige los últimos minutos del partido subido a su caballo.

Peñarol y Vélez Sarsfield definen el ascenso a la primera división de la liga cordobesa. El partido definitorio se disputa en una canchita del barrio El Abrojal. Carlos Libertario Linossi es quien se encarga de impartir justicia. Hace un rato, al llegar al potrero, bajó de su caballo y fue a vestirse para la ocasión. Van 30 minutos del segundo tiempo y todo transcurre en calma. Los vecinos del barrio e hinchas de ambos equipos siguen los movimientos de este empate en uno pegados a la línea de cal.

Peñarol quiebra la paridad y también la tranquilidad de los vecinos que simpatizan con Vélez Sarsfield. Ni bien pestañó y marcó el centro del campo, Linossi vio como los hinchas de Vélez ingresaban al terreno de juego con el único fin de pegarles a los jugadores de Peñarol. La ausencia de alambrado precipitó todo a la velocidad de la luz. Ni el árbitro ni los jugadores tuvieron tiempo de resguardarse en el improvisado vestuario.

Pero Linossi demostró que para la toma de decisiones, sitio donde se marcan las diferencias en el oficio de vestirse de negro y llevar silbato, tenía rapidez y convicción. Quizás ello haya posibilitado que dirija más de 2500 partidos de la Liga Cordobesa de Fútbol entre 1917 y 1965. Y que aquella tarde, mientras los jugadores de Peñarol se defendían, y eran defendidos por sus hinchas, Linossi decida subir a su caballo y desde la montura correr a los enojados hinchas del equipo perdedor. Fueron unos pocos minutos pero suficientes como para acelerar las pulsaciones de los corazones allí presentes.

El partido se reanudó. Y allí estaba Linossi apeado a su cimarrón. Dispuesto a dirigir los minutos restantes, en los que no se modificaría el resultado, y con el que se consagraría, por fin, Peñarol como campeón y nuevo equipo de la primera división de la liga cordobesa.

Aquel año, Huracán se adjudicó la Copa Campeonato luego de que Nueva Chicago no salga a disputar el tiempo suplementario del partido desempate. Boca abandonó su participación en el torneo para irse de gira por Europa cuando apenas se habían disputado siete fechas. Y Argentina se adjudicó el Campeonato Sudamericano del que participaron, además, Brasil y Paraguay.

Tiempo después de su retiro, Linossi relató la escena de otro partido que lo tuvo como protagonista y en la que deja ver que su rapidez y convicción lo acompañaron durante toda su carrera. Fue en una final de Tercera, entre Nacional (hoy Libertad) y Belgrano. Debía resolver una situación conflictiva con los mellizos Cherini, de Nacional.

«Eran idénticos y yo había amonestado a uno de ellos. Por aquellos años los jugadores no llevaban números, y cuando cometió una nueva falta, le dije: ‘Cherini, usted se va afuera’. Este me miró y me dijo sorprendido: ‘Pero Don Carlos, si a mi no me ha llamado la atención, cómo me va a sacar en la primera falta’. Me pareció sincero, y entonces llamé al otro mellizo y le dije: ‘Vos te vas afuera’. Me respondió igual que el otro, así que los junté a los dos y sacando una moneda, les dije: ‘Elijan, porque el que pierde se va’. Así lo hice y sólo uno de los Cherini quedó en cancha».

Ni Castrilli, al que Maradona lo consultó sobre la vida y la muerte con la gente de Boca rompiendo todo un alambrado, y devolvió silencio. Ni Lamolina con su eterno gesto del “siga-siga” con las dos palmas de las manos hacia arriba y flexionando los dedos. Ni Guillermo Nimo, que además de no ver la mano de Gallo, se dedicó a asignar perlas negras y blancas y errar vaticinios. Ni Elizondo, que en la final de una copa del mundo echó al mejor jugador, el francés Zidane, luego de un cabezazo tristemente célebre. Ninguno. Ni uno de ellos sabe ni sabrá lo que es cobrar un lateral desde el lomo de un caballo. Como lo hizo Linossi cuando el fútbol era otro.

 

Federico Coguzza – @Ellanzallama

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