Europa

8 enero, 2015

Charlie Hebdo: Monstruos y fantasmas franceses

Doce muertos, once heridos y más de sesenta millones de franceses de luto. El fanatismo religioso manchó a la bandera ‘bleu blanc rouge’ con sangre.

Doce muertos, once heridos y más de sesenta millones de franceses de luto. El fanatismo religioso manchó a la bandera ‘bleu blanc rouge’ con sangre.

El atentado perpetrado el miércoles al mediodía contra el diario satírico Charlie Hebdo, en Paris, quiso terminar con la vida de los que no estaban dispuestos a callarse. Entre ellos, se encontraba el excelso dibujante y director del semanario, Stéphane Charbonnier, más conocido como “Charb”.

“Prefiero morir de pie que vivir de rodillas”, dijo luego de que un bomba incendiaria destruyera la sede del periódico en la noche del 1 de octubre de 2011. Unas horas antes, había sido anunciada la publicación de un número especial “con Mahoma como jefe de redacción”, en la ocasión de la llegada al poder del partido islamista Ennahda en Túnez.

Charlie Hebdo siempre tuvo detractores. Con el tiempo –pasaron más de cuarenta años desde sus inicios– se hizo muchos enemigos también pero, tal vez, ninguno como el fundamentalismo islámico.

Los representantes de la comunidad musulmana de Francia expresaron una condena unánime e implacable al ataque terrorista. Cuando el Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM) quiso cuestionar en 2012 una de las publicaciones de Charlie Hebdo –en la que también se caricaturizaba al profeta Mahoma–, lo hizo por la vía judicial, no con las armas. El teólogo musulmán Ghaleb Bencheikh dijo este miércoles que la comunidad se sentía entre dos fuegos: “Internamente, tenemos que enfrentarnos con fanáticos que pervierten el mensaje y el ideal religioso; externamente, intelectuales y polemistas no paran de decir que los musulmanes son intrusos alógenos en Occidente”.

Hace unos días, el anticipo del libro de Michel Houellebecq, Sumisión, encendió la polémica. La última ficción del ‘enfant terrible’ de la literatura francesa retrata al país galo bajo un régimen islámico en el año 2022, luego de la victoria presidencial de Mohammed Ben Abbes. El ambiente ya estaba viciado y las miradas estaban puestas en la colectividad musulmana.

Los censos religiosos están prohibidos en Francia, no así los sondeos. Según un estudio divulgado en 2011 por el ‘think tank’ estadounidense Pew Research Center, la comunidad musulmana –en el sentido cultural y no estrictamente religioso de la palabra– asciende a 4.710.000 de personas.

El movimiento migratorio desde países del Norte de África –de religión musulmana– se volvió masivo con la Primera Guerra Mundial. Francia necesitaba de mano de obra y de soldados para estar en el frente de batalla. Con la Segunda Guerra Mundial, las autoridades públicas dieron un nuevo impulso a la política migratoria que se sostuvo hasta mediados de los 70 y el fin de los llamados ‘Treinta Gloriosos’.

La imagen siguiente muestra a jóvenes enardecidos en las afueras de Paris. Estamos en 2005. Un par de días después del inicio de los disturbios, los focos de violencia se multiplican en distintos lugares del país caracterizados por un alto nivel de inseguridad y desempleo. Los inmigrantes e hijos de inmigrantes –muchos de religión musulmana– son los que principalmente viven en esos barrios. Durante unas tres semanas, las fotos de vehículos incendiados, escuelas saqueadas y enfrentamientos con la policía se instalan en primera plana de los diarios franceses y trascienden a nivel internacional. Se habla entonces del fracaso de la política de integración.

En realidad, el balance es algo más complejo, como lo explican Jonathan Laurence y Justin Vaïsse en el libro Integrar el islam: Francia y sus musulmanes, retos y éxitos. Por un lado, están los que no pudieron todavía encontrar su lugar. Viven en condiciones precarias, sin vistas a futuro. El abandono escolar y la discriminación laboral los mantienen alejados de una posible integración. Por el otro lado, están los que ya se sienten pertenecer a la población francesa. Confían en las instituciones democráticas y abrazan al pensamiento laico. Ambas miradas, aunque paradójicas, conviven en una misma sociedad y abren perspectivas de desarrollo social inciertas.

La cuestión del Islam en Francia y su compatibilidad con los valores republicanos fue ganando terreno en el debate público a partir de los años 80. Pero recién tomó el protagonismo que hoy se le conoce, con los atentados perpetrados en Nueva York (2001), Madrid (2004) y Londres (2005).

La idea que se arraigó con fuerza es que detrás de cada musulmán puede haber un terrorista. Y el miedo se tradujo en las urnas casi de inmediato. En 2002, el ultraderechista Jean Marie Le Pen logró llegar a la segunda ronda de las Presidenciales. En 2007, el candidato por el Unión por un Movimiento Popular (UMP) Nicolas Sarkozy ganó las elecciones con un discurso de mano dura que sedujo a los votantes de derecha tanto como a la facción moderada –si se puede– de la extrema derecha.

En su discurso televisivo del miércoles, el presidente François Hollande dijo: “Nuestro mejor arma es nuestra unidad. Nada nos puede dividir y nada nos debe separar”. En esa misma línea, dirigentes de todo el arco político expresaron su pesar y apelaron a solidarizarse. Pero no sorprendería que en las próximas semanas, el atentado a Charlie Hebdo empiece a ser utilizado con fines electorales. Tampoco sorprendería que Marine Le Pen, dirigente del partido de ultra derecha Frente Nacional (FN), sea la más beneficiada. Su discurso suele agitar los fantasmas del terrorismo y de cierta inmigración que califica como “indeseable”.

Antes del atentado y según los últimos sondeos, la hija de Jean Marie Le Pen ya tenía una ventaja por sobre sus oponentes y estaría ubicada en el primer puesto para las Presidenciales de 2017.

Apenas atacó un monstruo que los Franceses ya se tienen que cuidar de otro: el de la intolerancia. Que siga la lucha con la libertad y la desfachatez de los que nos mostraron el camino y ayer fueron asesinados. “Je suis Charlie”.

 

Oriane Fléchaire, periodista francesa

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