Nacionales

30 diciembre, 2014

A diez años de Cromañón: vamos a armar de nuevo

Por María José Filipelli. Apenas subimos al 504 blanco que nos llevó hasta República de Cromañón, los tres (si, tres) pasajeros sentíamos que por alguna extraña razón, esa noche era importante para nosotros. Quizá porque la pequeña de 20 años, (mayores eran los otros dos, el y ella), iba a ver por primera vez a Callejeros.

Por María José Filipelli*. Apenas subimos al 504 blanco que nos llevó hasta República de Cromañón, los tres (si, tres) pasajeros sentíamos que por alguna extraña razón, esa noche era importante para nosotros. Quizá porque la pequeña de 20 años, (mayores eran los otros dos, el y ella), iba a ver por primera vez a Callejeros.

Quizá porque era el último recital del año, último de una serie de recitales en los que vimos a Catupecu Machu, La mancha de Rolando, Divididos y no se cuántas bandas más; esa era nuestra forma de festejar para sobrevivir. Jamás pensamos que un día después de ese día, un par de horas nomas, nuestra vida iba a ser distinta. Como el único tema que sonó en vivo esa noche y que yo no conocía.

En menos de 24 horas, los tres éramos sobrevivientes de Cromañón. Y nos preguntábamos qué significaba eso. Diez años después encontramos algunas ideas que nos ayudaron a entender un poco de qué se trataba.

Hubo quienes creyeron que ser sobreviviente nos dejaba afuera de opinar y luchar por lo que la tragedia nos dejó como enseñanza, porque estamos vivos. Quisieron apagar nuestra música (escuchar Callejeros en los primeros meses de 2005 era casi un delito), como si la belleza pudiera ser culpable de algo de todo lo que nos pasó.

Así, salimos a la calle a gritar que no era la música, que no eran las bengalas, que no era la cultura del rock, ni una banda de pendejos sacados que no saben lo que quieren. La letra de nuestras canciones fue lo que a muchos nos hizo salir a la calle y gritar bien fuerte que cuando duele nunca se olvida. Que queremos un viento mejor, que nos devuelva la voz. Diez años después, esa lucha continúa. Ahora queremos espacios donde las bandas (de las que los sobrevivientes también somos parte) puedan tocar sin venderse al mejor postor como única posibilidad de éxito.

Sobrevivir a Cromañón nos enseñó a luchar en muchos más frentes de los que hubiéramos imaginado. Luchamos contra un sistema que empuja a los músicos jóvenes a pagar cualquier precio por tocar, incluso el de caer preso o perder a la mujer que amás. Que nos dice qué bandas escuchar y qué letras escribir. Que nos valla la legislatura y nos manda la policía cuando nos manifestamos contra las complicidades políticas y empresariales que permitieron la muerte de 194 esa oscura noche.

Hoy, a diez años, volvemos a marchar para exigir justicia, pero ya no solo por Cromañón. También sentimos como nuestra la injusticia cometida contra Luciano Arruga, un pibe como nosotros; las que se cometen todos los días en los barrios, empujando a la juventud a reventarse con las drogas para poder sobrevivir en una sociedad que los excluye; las que se cometen contra las pibas que son secuestradas por las redes de trata y que desaparecen en plena democracia.

En ese tren, transformamos los dolores en alegrías. La muerte, en vida. La tragedia en posibilidad. Y nos reinventamos a nosotros mismos. Conocimos historias nuevas a partir del dolor. Personas que marcaron a fuego nuestra vida en un recital, pero también en la sala de espera de un hospital.

En diez años aprendimos que sobrevivir no significaba tener un ratito más. Que ser sobreviviente no era solo ser un aullido en el espacio o un número en una estadística de catástrofes. Fuimos, somos y seremos sobrevivientes. Eso nos enseñó que todo está por hacerse, que cada chance es importante y que disfrutar es una necesidad. Nadie que haya vivido Cromañón en carne propia, aun habiéndonos cansado muchas veces de mirar por temor a ver a la muerte, siente que su vida es igual después de ese día.

Todo se revolucionó. Nuestros horarios fueron muchas veces los de los turnos médicos o las declaraciones ante la justicia. Volver a trabajar o estudiar (y ni hablar de ir a recitales) fue tema de discusión en grandes asambleas familiares y juntas médicas. Y todas esas situaciones que muchas veces resultaron impedimentos, en estos diez años se transformaron en aprendizajes, en decisiones, en experiencias.

Durante muchos tiempo, hablar de Cromañón era sinónimo de ver caras asombradas, gente en bandos opuestos, discusiones eternas sobre quién tuvo la culpa. A diez años de Cromañón, somos muchos más sobrevivientes que los que empezamos en enero de 2005 a juntarnos para ver qué hacer con tanto dolor.

Muchos nos organizamos en movimientos sociales, partidos políticos, centros culturales, ONGs. Multiplicamos nuestra lucha. La amplificamos porque entendimos que para que deje de haber cromañones, hay que transformar todo, cambiar lo que deba ser cambiado. Y que es imposible apagar tanto fuego, porque cuando duele, nunca se olvida.

 

* @majomjf, sobreviviente de Cromañon

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