29 diciembre, 2014
Gallardo: entre la propuesta de buen fútbol y una moral de acero
Marcelo Gallardo a sus apenas 38 años fue el elegido de Enzo Francescoli para hacerse cargo de la era post-Ramón Díaz. Plantel corto, sólo un refuerzo “importante” como Pisculichi y tres competencias a la vista en el segundo semestre del año. Al tomar la decisión, tenía en claro cuán pesada era la mochila.

Al tomar la decisión, tenía en claro cuán pesada era la mochila. El técnico más ganador de la historia de River se había bajado del barco con la marea alta, con un nuevo título en su haber, el primero tras la página más negra del club, ése con el cual el planteo de “River vuelve a ser River” se instaló como consigna.
A él le tocaba la responsabilidad de encarnar una especie de transición en una institución que necesitaba terminar de acomodarse en el plano económico tras el desastre de las últimas dos gestiones y en la cual lo futbolístico no tenía la misma preponderancia en términos de inversiones que en otras épocas. Eso sí, la misma exigencia de una de las dos camisetas más grandes del país.
Marcelo Gallardo a sus apenas 38 años fue el elegido de Enzo Francescoli para hacerse cargo de la era post-Ramón Díaz. Plantel corto, sólo un refuerzo “importante” como Pisculichi y tres competencias a la vista en el segundo semestre del año. La experiencia en el banco de Nacional de Uruguay, luego de retirarse con los cortos allí, era tan interesante como insuficiente para asumir el desafío. Sus recuerdos con la Banda como jugador eran contradictorios: mucho talento, goles claves y títulos de todos los colores mezclados con polémicas tales como la del “arañazo” a Abbondanzieri o el “golpe de Estado” a Mostaza Merlo.
El comienzo del semestre fue muy auspicioso para el conjunto Millonario. Tras un empate en 1 ante Gimnasia en La Plata, el equipo del Muñeco enarboló una serie de seis victorias consecutivas con partidos de muy alto vuelo y empezando a marcar una clara diferencia con el resto. Un mediocampo de ensueño, mas alla de que desde los nombres parecía menos que otros, con Kranevitter, Sanchez, Rojas y Pisculichi (que de a poco desandaba el camino a convertirse en héroe), poder de fuego arriba con el indomable Teo y el recuperado Mora y la continuidad de una de las características del último modelo de Ramón Díaz: solidez defensiva más respuestas de Barovero cuando se lo precisaba.
En el medio de esos éxitos locales, River empezó también a avanzar en la Sudamericana y con un equipo muletto en la Copa Argentina. En éste último, todo giró alrededor del cero. Tres empates con ese mismo resultado finalizaron con diversos desenlaces en los penales. Victorias contra Ferro y Colón y eliminación en cuartos de final versus Rosario Central. Pero lo más importante seguía en marcha.
Y cuando a River se le empezó a complicar con el juego, porque le agarraron la mano o porque fue perdiendo algunos de sus recursos más valiosos entre esa escasez que lo rodeaba, apareció uno de los aspectos que más resaltaron del modelo Gallardo: la capacidad de superar todas las adversidades, un espíritu siempre predispuesto a doblegarse en pos del objetivo, una moral a prueba de derrotas parciales.
Empezó a cundir a partir de una racha de empates -tres al hilo por el torneo: Arsenal, Lanús y Boca- la sensación de que River se caía, de que no iba a aguantar. Pero la diferencia en el torneo se mantenía, no aparecía un enemigo claro para pelearle arriba y en la Copa sin demasiadas pretensiones pasaba a Libertad para ubicarse entre los mejores ocho.
Un triunfo con Newell’s en Rosario en la fecha 11 generó el efecto contrario al recién mencionado: el Torneo de Transición ya tenía dueño, no había con qué darle, era irreversible. Pero el equipo Millonario siguió, por un lado, caminando por la cornisa con ese asunto de arrancar perdiendo y al mismo tiempo acumulando partidos sin conocer la derrota hasta llegar a un récord en la historia del club: nada más ni nada menos que 31 partidos invicto.
Una noche con Estudiantes en el Monumental se terminó esa racha y se abrió la tercera parte de la historia, la que ponía a Gallardo cerca de una gloria inesperada unos meses atrás. Después del inicio a todo trapo y luego de pilotear obstáculos en el camino a esa infernal racha, llegaba el momento de la definición. ¿Se quedaba sin el pan y sin la torta? ¿Se quedaba con algo? ¿Revivía aquel diciembre de 1997 con torneo y Supercopa?
Como en el 2004, River tenía enfrente a Boca en una semifinal de una Copa mientras encabezaba el campeonato. En aquella oportunidad, los Xeneizes silenciaron el Monumental cien por ciento vestido de rojo y blanco y se metieron en la final de la Libertadores. Los dirigidos en ese entonces por Leonardo Astrada tuvieron premio consuelo y pudieron quedarse con el torneo local, aunque el golpe de la caída fue grande. En esta ocasión, la historia sería distinta.
Tras 17 largos años, el conjunto de Nuñez volvería a festejar un trofeo internacional con el ingrediente extra de haber vencido a su archirrival en la instancia previa al máximo duelo. Mientras que en lo que parecía más fácil, una serie de tropezones combinado con el crecimiento de Racing desembocó en un subcampeonato sin mayores broncas.
Marcelo Gallardo ya era parte de la historia grande de River. Un jugador talentosísimo que se lució, quizás no en el plano principal de los Francescoli, los Ortega o los Salas, en los dorados 90 y que después volvió en un par de ocasiones más con la magia intacta en su pegada y en la conducción de los hilos del equipo. Aunque una serie de capítulos extra-futbolísticos erosionaron una dosis del cariño conseguido. Pero este logro como técnico lo elevó a un pedestal destinado para muy pocos. De hecho, se convirtió en el único hombre de la historia millonaria en ganar un título internacional como jugador y como técnico.
Pero lo más importante del Muñeco fue lo que inculcó a sus jugadores, al margen del festejo histórico. Ese River de la primera mitad del semestre fue la mejor expresión futbolística de un 2014 con bastante buen fútbol respecto a lo que veníamos viendo en años anteriores. Y el convencimiento de que no había imposibles terminó siendo clave para motorizar esos (varios) momentos donde River no la pasó bien y, frente a todo eso, consiguió celebrar.
Sebastián Tafuro – @tafurel
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.