23 diciembre, 2014
Lo cortés no quita lo valiente
Algo más de una hora había transcurrido del pitazo final cuando Edgardo Bauza se sentó en la sala de prensa. ¿La derrota fue digna? “No, para mí no hay derrotas dignas”, responde Bauza. Pero sí, las hay. Y este no es el caso.

Algo más de una hora había transcurrido del pitazo final cuando Edgardo Bauza se sentó en la sala de prensa. Hay una pregunta que cae de maduro, que se presenta ineludible, quizás, como la consumada victoria del equipo español. Esa que no necesita pedir permiso cuando el resultado no es el esperado y un velo de gratitud lo cubre: ¿La derrota fue digna? “No, para mí no hay derrotas dignas”, responde Bauza. Pero sí, las hay. Y este no es el caso.
Hay derrotas dignas cuando aún ante diferencias estructurales, presupuestarias, de talento línea por línea, el equipo derrotado ha tratado de jugar lo más cercano a todo su potencial o, por lo menos, ha intentado disputar con sus nobles y modestas armas, el balón, los espacios en el terreno de juego. Hacer prevalecer, aunque sea de a ratos, su idea del partido. Impregnarle su sello, lograr protagonismo.
La derrota digna existe, porque es una posibilidad del juego. No es digna cuando el juego no se quiere jugar. Y San Lorenzo, desde que el árbitro guatemalteco Walter López Castellanos hizo sonar el silbato para dar inicio al encuentro (¡la final del Mundial de Clubes!), evidenció que su cortesía, esa que puede significar reconocer la superioridad del otro, carecería de valentía.
Pero la valentía está lejos de ser la que nos presentan los discursos que pululan desde algunas redacciones y cabinas de transmisión. Valentía no es jugar con línea de tres si no lo prácticas jamás. Valentía no es pegarle una patada al crack a los cinco minutos para ver si se la aguanta o no. Valentía no es desconocer la supremacía del rival. Eso es necedad. Valentía es, incluso en la inferioridad, intentar imponer alguna condición en el juego. Valentía es tratar de parar la pelota y dársela a un compañero.
Pero lo cortés no quita lo valiente, y por ello no debería extrañar que un hincha (o miles) de San Lorenzo le agradezcan a los jugadores y cuerpo técnico la obtención de “su obsesión”. Ese hueso duro de roer que fue la Copa Libertadores para el pueblo azulgrana. Pero, al mismo tiempo, les pregunté por qué. Por qué si soñaron con estar en Marruecos y lo lograron, decidieron no jugar. ¿Para no pasar vergüenza? ¿Vergüenza ante quién, ante quienes? ¿Ante aquellos que si perdes 5 a 0 hablan de papelón sin dar cuenta de las razones? ¿Ante esos mismos que si perdes 2 a 0 hablan de dignidad?
Sería valiente y cortés al mismo tiempo, aquel que afirme que con Bauza en el banco de suplentes San Lorenzo tuvo escasos momentos de buen fútbol, de protagonismo. Ese que lleva a un equipo a llevar las riendas del partido. Pueden ser contados con los dedos de la mano, como excepciones, el partido frente al Botafogo, último de la fase de grupos de la copa y que le permitió un pase agónico a los octavos de final. El partido de local por las semis frente al Bolívar, al que despachó con un 5 a 0 inobjetable. Quizás el ya lejano primer tiempo frente a Gremio, también por la copa y algún que otro partido por el torneo local.
La gratitud no debe presentarse como ajena a la crítica. Ni está última como un gesto de alienado triunfalismo ante un subcampeonato mundial de clubes. San Lorenzo tuvo una cita con la historia y por razones, en gran medida tácticas, careció de valentía. Fue extremadamente cortés.
¿Digno? Para nada. Pero no porque, como dijo Bauza, no existen derrotas de tal índole, sino porque la dignidad, como dijo Marcelo Bielsa, está en la nobleza de los recursos utilizados. Y patearla contra los carteles, eso no lo hacemos ni en la canchita de la plaza. Y saben por qué. Por dignidad.
Federico Coguzza – @Ellanzallama
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