23 diciembre, 2014
2014: agotamiento del modelo y desafíos
Por Ulises Bosia. Estamos llegando al final de este 2014. Y, en consecuencia, también al final por este año de esta columna semanal que trató de acompañar al lector a través de las vicisitudes de la vida política nacional.

Por Ulises Bosia. Estamos llegando al final de este 2014. Y, en consecuencia, también al final por este año de esta columna semanal que trató de acompañar al lector a través de las vicisitudes de la vida política nacional.
Se trató antes que nada de esto: acompañar, interpretar, proponer una reflexión sobre los principales hechos políticos del país. No de “operar”, “bajar línea” o explicar; mucho menos de pronosticar. Si hubo algo difícil en estos años fue prever las tendencias futuras: el kirchnerismo nos acostumbró a un ritmo vertiginosamente cambiante, así como también lo hizo la sociedad argentina, móvil, inconformista y dinámica como pocas.
Naturalmente, ello no significa que no haya ideología y puntos de vista políticos en cada uno de los artículos escritos, más bien todo lo contrario. Pero la propuesta es ofrecer un camino de lectura y una lógica para interpretar lo que va pasando. Para ello es necesario un pacto tácito con el lector, una entrega de confianza, y dejarse llevar.
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Posiblemente este año que termina haya sido el peor de la última década desde el punto de vista del poder adquisitivo del salario, de los niveles de actividad y de consumo, del desempleo puntual pero muy relevante. Se reeditó el principal cuello de botella histórico del capitalismo argentino que es la llamada “restricción externa”, es decir, la ausencia de las divisas suficientes para financiar el deficitario desarrollo industrial.
El contexto mundial ayuda, lógicamente: la caída del precio internacional de la soja, las dificultades brasileñas para retomar un ritmo de crecimiento que genere mayor demanda para nuestras exportaciones, el “piquete” de Griesa y los buitres. Pero en esta línea se corre el riesgo de proclamar una explicación unilateral que atribuye todos los problemas al mundo y exculpa las dificultades locales, sin las cuales es imposible entender el impacto de los problemas externos en nuestra economía.
¿Cómo entender la falta de dólares sin asumir el déficit energético que resultó de una década de entrega de YPF a Repsol? ¿Cómo pensarla sin tener en cuenta que la industria automotriz “nacional” es en verdad una armaduría de piezas importadas, solamente un eslabón en una cadena productiva digitada de acuerdo a los intereses multinacionales? ¿Cómo comprender la llegada y la salida de los capitales transnacionales sin tomar nota de que la Ley de Inversiones Extranjeras modificada por el menemismo para terminar de equiparar al capital nacional con el extranjero sigue vigente?
De hecho, es muy probable que estemos asistiendo a un agotamiento del esquema de acumulación de capital parido tras el final de la Convertibilidad. Lo que en los primeros años prometía combinar altas rentabilidades empresariales con mejoras concretas de las condiciones de vida populares, se fue convirtiendo progresivamente en una pelea dura entre estas dos grandes clases sociales para ver quien se apropia el excedente. Lucha de clases, en la jerga de un marxismo que parece haber vuelto a escena.
Inflación, fuga de capitales, corridas cambiarias, despidos, por un lado; huelgas, movilizaciones, negociaciones paritarias, luchas populares, por otro lado: esas son las caras de esta lucha.
Lo que se agotó fue la ilusión de que un capitalismo virtuoso pudiera conducir a una vida digna para todos y todas por sus propios mecanismos. Que la alquimia moderna de la ciencia económica finalmente había dado con un resultado: dentro de ciertas regulaciones y a partir de determinados estímulos el mercado podía asignar los recursos de una manera tal que garantizaría el crecimiento de la competitividad de nuestra economía y al mismo tiempo mejoraría el bienestar de la población.
No se puede decir que el kirchnerismo haya hecho poco por defender sus convicciones. Buena parte de la década estuvo cruzada por enfrentamientos parciales entre el gobierno y distintos sectores del poder económico, con resultados dispares. El problema está en otro lado: no hay regulación que valga de forma duradera para un sistema estructuralmente injusto.
Más temprano que tarde se afronta la disyuntiva entre resistir e intentar transformar las reglas de juego del capitalismo globalizado, a la manera de Bolivia, Venezuela y, desde hace décadas, Cuba; o adaptarse a un ajuste frente al que la única discusión es si aplicarlo de forma gradual o intempestiva, en el mejor de los casos resistirse momentáneamente.
El poder económico lo sabe y está dispuesto a avanzar. Desde las elecciones de 2013, y devaluación mediante, ganó terreno. No sólo pretende condicionar el resultado de las elecciones presidenciales y redactar el programa del futuro gobierno, sino que aspira a que sea la propia Cristina la que haga una buena parte del trabajo sucio para dejarle más libre el camino a su sucesor.
A mediados de año parecía que la pulseada la ganaría el poder económico, sin embargo el gobierno logró llegar a uno de los diciembres más tranquilos de los últimos años. Desactivó una nueva corrida cambiaria contra el peso, disuadió las acciones gremiales más contundentes que se veían venir y desplegó un alto nivel de iniciativa política.
El kirchnerismo recuperó terreno enfrentando la adversidad, como está escrito en su ADN. Su objetivo ahora será proyectar este clima hacia las elecciones presidenciales. Incluso de lograrlo, sin embargo, en la agenda seguirán estando las limitaciones de un modelo que hoy está derivando en una salida derechista. Y lo único que parece poder generarle una sobrevida es un regreso al circuito grande del endeudamiento externo.
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Mientras tanto, nuestro pueblo hace fila en los cajeros automáticos, en los shoppings y en los centros comerciales y las ferias de los barrios. La Navidad y el Año Nuevo son probablemente las dos fiestas más sentidas del calendario nacional, y cada uno espera poder celebrar la importancia de estar junto a su familia, a sus amigos, compañeros o vecinos. No es el mismo consumo desenfrenado de años anteriores, pero hay ánimo de brindar.
@ulibosia
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