20 diciembre, 2014
Acordarse: 19 y 20 de diciembre
Por Mariel Martínez. Axel cumplió 15 años hace poquito. Cuando las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 sacudieron a nuestro país, él tenía apenas un año. Si uno se acerca y le pregunta qué se acuerda, seguramente dirá que nada. Algunos otros no éramos tan jóvenes en el 2001 y sí nos acordamos. Hay que acordarse, para no perder de vista el camino.

Por Mariel Martínez. Axel cumplió 15 años hace poquito. Cuando las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 sacudieron a nuestro país, él tenía apenas un año, vivido en donde vivió su poca pero intensa siguiente vida: una barriada pobre del sur de la provincia de Buenos Aires. Si uno se acerca y le pregunta qué se acuerda, seguramente dirá que nada.
Algunos otros no éramos tan jóvenes en el 2001 y sí nos acordamos. Nos acordamos de antes, de nuestra adolescencia también desvalida, de la década del individualismo y la mentira pero además de aprendizajes en resistencia y organización. Nos acordamos de las changas de nuestros viejos, de la fiesta en la que no participábamos. De la farandulización de la política, de la política manejada desde la farándula. Nos acordamos tantas cosas que hasta nos resulta extraño ahora no acordarnos si podíamos haberlo anticipado. Si habíamos podido pensar que el final de una época que se había alimentado con nuestra sangre, iba a terminar derramandola. Si hacía falta jugar varias vidas para clausurar tanta muerte y tanta miseria. Si los 90 encerraban en sí los 2001.
Y hasta nos resulta necesario, cada diciembre, recordarnos. ¿Qué estábamos haciendo esos dos días, en esas jornadas históricas? ¿presenciábamos en nuestros barrios a la gente organizándose para ir a pedir comida a los supermercados? ¿cortábamos calles? ¿estábamos yendo a la plaza? ¿o pasmados desde nuestra casa recorríamos una y otra vez los canales de televisión, y llamábamos a nuestra gente, qué si estaban bien, qué donde estaban? O todo eso junto. Porque la fuerza de aquél diciembre radicó en que fuimos uno. Fuimos los pibes quemando gomas, nuestras madres y nuestros padres pidiendo comida en los supermercados. Fuimos nosotros mismos yendo a la plaza. Fuimos la rabia, el odio, la bronca. Y después fuimos las ganas, las asambleas, la organización.
¿Qué faltó para que las ganas empezaran a construir la utopía? ¿en qué paso nos perdimos? ¿cuánta de la fuerza asamblearia, cultural, política que después de diciembre del 2001 se reconoció rápidamente de este lado para poder juntarse, se nos fue escurriendo entre los dedos?
Muchos de nosotros nos concebimos como hijos del 2001, porque hemos nacido a la política y a la conciencia en ese ebullir espontáneo del pueblo argentino, en ese grito de dignidad y bronca, en ese poner el cuerpo en la calle y la sangre en las ideas y todo donde hiciera falta. Nos toca ahora entonces, si somos hijos, completar la tarea de aquello que nos antecedió. Tenemos que acordarnos, para poder ganar, que la bronca se organiza y que los sueños se construyen con paciencia pero con firmeza y debate.
Tenemos que acordarnos que fuimos uno y que tenemos que volver a serlo. Que sólo la unidad del campo popular puede transformar, encauzar, potenciar, hacer que lo espontáneo sea también parte fundamental de un orden, de otro orden posible; del orden que queremos construir los que seguimos estando de este lado y los que se sumaron. Los que más allá del signo político en el que nos alineemos, estamos convencidos de que nada bueno se va a construir recomponiendo, reforzando, emparchando este sistema en que la constante es dejarnos afuera. Meternos bala. Meternos paco. Mandarnos a chorear o a resignarnos. Tenemos que acordarnos que somos pequeñas experiencias, que somos asambleas, pero que si podemos esta vez ser audaces en la unión, podemos construir otra patria.
Axel, de 15 años, esta semana se fue a vivir a una granja. Necesita salir de ese círculo en el que vivió siempre en donde todas las opciones -el paco, el robo, la exposición cruda de su cuerpo- lo llevan inevitablemente a la muerte. Un año tenía en el 2001. No pudimos hacer demasiado para que tuviera otras opciones. No pudimos organizarle las condiciones para otra vida. Y él no se acuerda del 2001, y no conseguimos todavía que sienta que lo posible en algún momento, fue otra cosa.
El 19 lo mataron en Rosario al Pocho. Él organizaba a pibes como a Axel, los hacía comer, los hacía jugar, los hacía escribir. Hacían juntos una revista que se llamaba El Ángel de Lata, y eran un grupo de ángeles que delataban, que denunciaban, que señalaban con su pluma las miserias y las complicidades del poder, y ponían su cuerpo en la experiencia cotidiana de organizarse, de quererse. Pocho murió también poniendo el cuerpo. Murió frenando a la muerte. Murió ese 19 de diciembre por la convicción entera de otro mundo. Es nuestra ahora la tarea, y es urgente. Necesitamos unirnos para construir otra sociedad.
Tenemos que juntar rápido los ladrillos para hacerle otro mundo a Axel. Tenemos que apurarnos para que no nos vuelvan a ganar, para enseñarles a nuestros pibes que a la patria no la vamos a hacer con ladrillos de mierda. Seguimos siendo muchos los que estamos comprometidos en esta construcción. Sólo hace falta volver a reconocerse, pala al hombro, para mezclar el mismo cemento. Sólo hace falta volverse a acordar para no perder de vista los cimientos. Sólo hace falta que seamos más Pocho, que sumemos más Axel. Que la semilla de rabia y de sueño se siembre en los mismos surcos. Es como siempre, una tarea titánica. Es como siempre, necesaria. Somos, como siempre, los responsables de que suceda. Hay que acordarse, para no perder de vista el camino.
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