10 diciembre, 2014
Rocanroles sin destino
Cuando Cromañón ya era escombros y 194 pibes no volvieron a sus casas, los sobrevivientes, familiares y amigos comprendieron la magnitud de la tragedia no natural más grande del país, e hicieron falta respuestas. Respuestas y, también, inocentes o culpables que no serían los mismos para todos. Acorde pasaban los meses, la responsabilidad penal de Callejeros dividió los reclamos y el pedido de justicia.

Es jueves y falta un día para que empiece el 2005. Plaza Once es un infierno. El boliche República Cromañón se está quemando a causa de una bengala con 4500 personas adentro. Las puertas de emergencia están cerradas con candados y el lugar no cumple casi ninguna de las normas mínimas de seguridad. Pero los pibes que fueron a ver a Callejeros y los integrantes mismos de la banda todavía no lo saben. Ahora corren desesperados y tratan de sacar gente, ya ni siquiera a sus amigos o familiares, a quien sea. Las madres ven hileras de cuerpos amontonandose en la vereda, el gerenciador del lugar se invisibiliza, encerrándose en una habitación y el jefe de Gobierno sabe que se le vienen días difíciles.
Cuando Cromañón ya era escombros y 194 pibes no volvieron a sus casas, los sobrevivientes, familiares y amigos comprendieron la magnitud de la tragedia no natural más grande del país, e hicieron falta respuestas. Respuestas y, también, inocentes o culpables que no serían los mismos para todos. Acorde pasaban los meses, la responsabilidad penal de Callejeros dividió los reclamos y el pedido de justicia.
“Nosotros somos pibes de barrio que teníamos una banda, estábamos tocando ahi y nos pasó una tragedia”, dice Maximiliano Djerfy, guitarrista de Callejeros, 10 años después.
La banda arrancó en 1997 en Villa Celina. En sus inicios fueron teloneros de bandas como Viejas Locas, Ratones Paranoicos, La Renga y Divididos. Antes de la tragedia, llevaban editados tres discos y habían tocado en lugares como Obras Sanitarias y Excursionistas.
El abogado de más de 350 familias y sobrevivientes, Fernando Soto, explica que para muchos chicos, Callejeros eran sus ídolos y lo único que les reprochaban apenas ocurrió la tragedia era haber tocado en un lugar tan reducido después de haber llenado un estadio. “Por mi parte siempre sostuve que alguna responsabilidad tienen, no la máxima. Si los funcionarios del Gobierno de la Ciudad hubiesen cumplido con su función, Cromañón jamás habría estado abierto”.
El jefe de Gobierno porteño Aníbal Ibarra fue destituido de su cargo en un juicio político en el que se lo consideró responsable político de la tragedia. Ibarra aún sostiene que “la Policía, que estaba ahí y debía controlar tanto el ingreso de bengalas como el exceso de público, miró para el costado porque le dieron plata” y que ningún funcionario del gobierno de la Ciudad fue condenado por corrupción. Sin embargo, estos mismos funcionarios fueron condenados por homicidio, “el cual no fue por una cuestión técnica como lo quiso presentar Ibarra, sino que ellos sabían que el lugar estaba abierto y no hicieron nada”, asegura Soto.
La banda fue procesada y se dio comienzo al juicio oral en 2008. Hasta ese momento, Callejeros siguió tocando bajo la lupa de los medios, la condena de los padres que perdieron a sus hijos y el apoyo de sus fans.
Facundo Dima es sobreviviente de Cromañón nucleado en la ONG Familias por la Vida, la cual se manifestó públicamente en contra de Callejeros. “Este movimiento hay que resaltar que está quebrantado y dividido. Por supuesto que los músicos no se levantaron con ganas de incendiar Cromañón, ni de matar a sus familiares. Pero duele mucho que se desliguen completamente de responsabilidad porque eso es culpabilizar a la juventud, es vender el relato y ser funcional a todo el sistema podrido al que denunciaban”, explica Dima.
Durante el juicio, hubo más de 300 testigos e incalculables horas de testimonios. “Cuando empezó el juicio miré los 15 que estábamos ahì y éramos 15 boludos”, asegura Djerfy. Además de ellos, fueron procesados Miguel Ángel Belay y Carlos Díaz de la Policía Federal, Fabiana Fiszbin y Ana Fernández, funcionarias del gobierno, Raúl Villarreal, encargado de seguridad del local y Omár Chabán, encargado de Cromañón. En 2009 se establecieron condenas para todos los imputados, menos para los integrantes de Callejeros, que fueron absueltos.
Pablo Pettinaroli, sobreviviente y militante de No Nos Cuenten Cromañón lamenta que mucha gente usó a la banda como chivo expiatorio para mitigar su dolor: “Yo no quiero que esté preso un tipo que a mi no me hizo nada, quiero que esté ahí el verdadero culpable o que no haya nadie. No se puede dejar que el odio ciegue el pedido de justicia real”.
En 2011, el fallo de 2009 fue apelado y la Cámara de Casación Penal, luego de revisar el caso, dispuso nuevas penas para los imputados. Entre ellos todos los músicos de Callejeros: Patricio Santos Fontanet, Maximiliano Djerfy, Elio Delgado, Eduardo Vázquez, Juan Carbone y Christian Torrejón. Un año después, se pidió la detención de todos ellos y fueron encarcelados. Para que una condena sea efectiva, la ley establece que se necesitan dos instancias en las cuales los imputados sean declarados culpables. Callejeros sólo tenía una. Dicha situación llevó a que en 2013 se le exigiera a la justicia rever nuevamente el caso. Los músicos fueron liberados en agosto de este año, aunque la causa será tratada nuevamente en la Cámara de Casación, donde decidirán si son absueltos o si es firme la condena y vuelven a la cárcel. Hasta entonces, con los músicos en libertad, una vez más se plantea la polémica sobre su responsabilidad en la tragedia por parte de los familiares de las víctimas.
“Yo no tengo problema de que pidan justicia, pero de ahí a gritarme asesino me parece una locura. ¿Cambió algo? ¿Los hijos volvieron? No. Mi familia tampoco volvió. Entonces ¿por qué tanta saña contra nosotros?”, se pregunta Maxi Djerfy. Él salió de la cárcel, como todos los pibes de Callejeros, hace unos meses. Sus tíos y sus amigos, también murieron en la tragedia. Ahora se dedica a su nueva banda Esas Cosas y a su estudio de grabación en Valentín Alsina. “Me parece que dejamos una marca en el rock nacional, sacando la tragedia. Una marca terrible e influenciamos a un montón de bandas y eso es bueno”, dijo con orgullo sobre el legado musical de la Callejeros.
El Pato Fontanet, cara visible del grupo -y también el más cuestionado- salió del Penal de Ezeiza y se fue a Córdoba, donde toca con su nueva banda, Don Osvaldo, que también se presentó y presentará en Mendoza, Tucumán y Santa Fe a lo largo de noviembre y diciembre. Que tanto el Pato como el resto de los músicos de Callejeros sigan sobre los escenarios, es motivo para reiterar el cuestionamiento sobre si deberían o no hacerlo.
Juano Falcone es percusionista de Don Osvaldo, nieto de Estela de Carlotto y un luchador de la causa en la agrupación No Nos Cuenten Cromañón. Según él, después de la tragedia, “la vida sigue en la lucha, en el respeto hacia el dolor genuino, en el recuerdo por parte de todos los sobrevivientes y en el convencimiento de que a través de las canciones también se pueden sembrar un montón de cosas que ese día se fueron con esos chicos. Tienen que tocar, por supuesto, porque la música es vida y no mata”.
El 30 de diciembre de este año, el ex jefe de Gobierno quizás se excuse una vez más, y afirme que no tuvo nada que ver. El gerenciador, Omar Chabán, recientemente fallecido, tal vez se lamentaría del candado en las salidas de emergencia y de la puerta que le impidió salir de su casa, en la que prestó arresto domiciliario hasta su muerte. Los policías se preguntarán si ese dinero sucio valió la pena. Los músicos recordarán a sus amigos, recordarán el contrato que firmaron para tocar en un lugar inseguro y verán en un segundo los incontables días en prisión. Los padres, sabrán que desde hace 10 años, sus hijos ya no vuelven a casa.
Ahogados de razón
Muchas veces desde los medios se habló sobre la “futbolización del rock”, es decir el folclore del aguante, las banderas y las bengalas, como causa exclusiva de la tragedia. Sin embargo el análisis debería ser mucho más vasto. “En Cromañón se da una suerte de conspiración de todos cabos sueltos que tiene el sistema. Pero claro, ¿por qué no cambió esto de manera drástica? Porque los únicos que revisamos las conductas fuimos los que no teníamos responsabilidades penales: las bandas y el público”, asegura Juano Falcone.
Esa noche la policía recibió coimas para hacer la vista gorda en el ingreso de bengalas y en la cantidad de público permitido. El gerenciador del local no reparó sobre estas cuestiones, ya que todo el ambiente de la nocturnidad funcionaba de esta manera. Los inspectores del Gobierno de la Ciudad fueron a controlar el local un día de semana por la tarde, sabiendo que era imposible que un lugar de esas características este abierto a esa hora. Además, inmediatamente después de la tragedia clausuraron más de 200 boliches por irregularidades.Todos estos factores, ¿cambiaron después de la tragedia?
En agosto tocó Kapanga en El Teatro de Flores. Después del show, se supo que el lugar estaba inhabilitado y que se burló la clausura para que la banda toque igual. En este lugar, Callejeros hizo su primera aparición pública luego de Cromañón, como invitados de Jóvenes Pordioseros.
El año pasado la ONG Familias por la Vida propuso articularse con el Gobierno de la Ciudad para recibir las denuncias por irregularidades en boliches. Desde que lo lograron, en un año se recibieron 725 denuncias por este medio, de las cuales el 28% terminaron en clausura por iniciativa de la ONG.
Diez años después, los sobrevivientes se mantienen en la lucha para que no vuelva a ocurrir otra tragedia, y el público y las bandas comprendan la responsabilidad que les toca. Mientras tanto, los aparatos del Estado y los gerenciadores todavía le deben a 194 pibes, y a sus familias, una respuesta.
Luna Brailovsky – @LunaBrailovsky
Si llegaste hasta acá es porque te interesa la información rigurosa, porque valorás tener otra mirada más allá del bombardeo cotidiano de la gran mayoría de los medios. NOTAS Periodismo Popular cuenta con vos para renovarse cada día. Defendé la otra mirada.