Batalla de Ideas

28 octubre, 2014

Yo derogo, tú derogas, nosotros derogamos

Por Andrés Scharager. Los grandes empresarios procuran garantizarse candidatos afines y éstos se preocupan por aclarar en qué medida representan una ruptura y hasta qué punto una continuidad con el kirchnerismo.

Por Andrés Scharager. El kirchnerismo se desarrolló desde sus inicios en un marco de equilibrio institucional y económico, pero los últimos años de su mandato se dan en un contexto de rispideces e incertidumbres. Mientras tanto, los grandes empresarios procuran garantizarse candidatos afines y éstos se preocupan por aclarar en qué medida representan una ruptura y hasta qué punto una continuidad.

En nuestra última entrega, decíamos que la Argentina está habituada a la inestabilidad política. Entre 1930 y 1983 gran parte de los conflictos de intereses se saldaron mediante golpes de Estado que, gracias a su poder de fuego –y una siempre necesaria pizca de consenso–, instauraron tanto regímenes dictatoriales como democracias proscriptivas. Y aunque desde la victoria de Alfonsín nunca se interrumpieron las elecciones libres, esto no significó que los fines precipitados de los mandatos presidenciales fueran cosa del pasado. Más bien, hasta el inicio de un nuevo ciclo político en 2003, la caída de gobiernos estuvo lejos de ser la excepción.

En el plano económico, las crisis también han sido recurrentes. La crónica incapacidad del país de generar divisas suficientes para sostener los procesos de acumulación (la famosa “restricción externa”) ha producido reiteradas caídas en recesión (como en 1975, 1982, 1989, 1995 y 2001) que, tras una serie de medidas de ajuste, dieron lugar a nuevos ciclos de crecimiento. Pero estos ciclos de auge siempre estuvieron condenados a terminarse más pronto que tarde por el hecho de hallarse atados a las mismas limitaciones que los anteriores (“stop and go”).

Ninguno de estos elementos –ni la inestabilidad política ni las crisis económicas– tuvo un rol protagónico en el primer mandato del kirchnerismo. El período 2003-2007 se caracterizó por una reformulación del modelo económico que, en conjunción con un rebote pos recesivo, dio lugar a muy altos niveles de crecimiento que beneficiaron a amplios actores sociales: industriales, agroindustriales, sectores populares y clases medias, todos disfrutaron de la bonanza de las “tasas chinas”.

Por otro lado, en el plano político, Kirchner reconstruyó la autoridad del Estado ganando una gran legitimidad social que le hizo sostener durante sus cuatro años en la Casa Rosada niveles de aceptación sumamente elevados (nunca menores al 60%). El país no estuvo en absoluto exento de conflictividad (las tensiones con los movimientos piqueteros y el reinicio de los juicios a militares son ejemplo de ello), pero esto fue tramitado dentro de razonables márgenes de equilibrio institucional.

El período 2007-2011 dejó entrever desde un comienzo la emergencia de disputas entre distintos sectores del poder económico y el gobierno; la Presidenta misma lo anticipaba poniendo en agenda la cuestión de la “redistribución del ingreso”. Así, su mandato se inauguró con un conflicto con las patronales agropecuarias que trajo a colación el debate por los alcances de la potestad del Estado de hacerse de recursos a instancias de uno de los actores económicos más poderosos del país.

Si bien en lo inmediato el kirchnerismo sufrió una derrota, a los pocos meses arremetió con audacia contra otros poderes (Grupo Clarín, AFJP, Marsans) demostrando que su iniciativa estaba más vigente que nunca. En un contexto de gran debilidad, habiendo sido derrotado en las elecciones legislativas, el gobierno dio pruebas de que la idea de las “correlaciones de fuerza” es una variable esquiva para el análisis político. Sufrió momentos de desestabilización y se especuló con su renuncia, pero salió airoso, mostrando que había llegado para quedarse. La recesión de 2009 pareció no ser más que un coletazo de la crisis internacional, porque el año siguiente vio al país crecer nuevamente y se generaron las condiciones para la relegitimación social y la reelección en octubre de 2011.

El mandato actual de Cristina, a diferencia del anterior, coincidió con la eclosión de una serie de contradicciones que el modelo económico había estado cultivando. Un gran déficit energético, elevados vencimientos de deuda y una alta demanda de divisas de las industrias “estrella” (como la automotriz o la electrónica) fueron algunos de los principales elementos que trajeron de regreso el fantasma del “estrangulamiento externo”. Esta situación de las cuentas públicas, sumada a la improbabilidad de que en 2015 un candidato del “riñón” kirchnerista dispute la presidencia, ha venido generando un sinnúmero de incertidumbres y tensiones en torno al futuro próximo del país.

Los sectores dominantes tienen su propio modo de reiniciar el ciclo de crecimiento económico; múltiples experiencias se lo han enseñado: devaluación, ajuste fiscal, contención salarial y endeudamiento externo forman parte de la fórmula que han hecho aplicar tantas veces en el pasado. Y es la misma que exigen ahora, a pesar de que el gobierno se niega a implementarla al pie de la letra: si bien cedió a las presiones por la depreciación del tipo de cambio, resiste el ajuste fiscal y buscó menguar los efectos de la degradación salarial (Precios Cuidados, Plan Progresar, aumento de la AUH), mientras que la emisión de deuda fue obstaculizada por el fallo a favor de los fondos buitre.

El gobierno, que se ve atrapado entre dificultades económicas (cómo reactivar sin un ajuste salvaje) y políticas (qué hacer de cara a 2015), es tildado de irracional por los grandes empresarios. A la par del presidente de la UIA, afirman que “acá no hay modelo económico sino una administración de la ideología”. Se ofuscan ante el hecho de que, a un año de terminar su mandato, el kirchnerismo se niegue a acatar sus dictados. Por eso, también se preocupan por presionar a los principales precandidatos para que adopten un discurso público lo más semejante posible a su agenda económica, como hicieron hace pocos días en el 50º Coloquio Anual de IDEA, cuando les exigieron firmar un documento conjunto a modo de pacto a futuro.

En este contexto, durante las últimas semanas se extendió un debate entre algunas de las principales figuras políticas acerca de qué se “cambiaría” y qué se “mantendría” en caso de llegar a ser gobierno. Así, Massa expresó sus deseos de ser un derogador serial, Macri dijo que mantendrá la Asignación Universal por Hijo y la YPF bajo control del Estado, Pinedo criticó a Massa por no ser propositivo, Scioli dijo que la oposición quiere volver al pasado, y Randazzo, luego de que el ex motonauta inaugurase el Coloquio de IDEA, afirmó que aquel “es permeable al poder económico y mediático”.

¿Se flexibilizará la Ley de Medios? ¿Se reprivatizará YPF? ¿Se pondrá fin a la Asignación Universal por Hijo? No olvidemos que la derecha aprende y suele actuar con una astucia muchas veces ausente en los actores económicos. Como afirmó ayer el mismísimo Macri en relación a su negativa a suscribir el documento conjunto de IDEA: “Un presidente debe gobernar para todos los argentinos, no tener compromisos con ningún sector en particular. Mi compromiso profundo es con los que no forman parte de ningún grupo de poder”.

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