20 octubre, 2014
Elogio de la lealtad
Por Ulises Bosia. El peronismo asoció a la lealtad con la que quizás es la movilización de masas más importante del siglo XX. Es decir que en la Argentina la lealtad es una creación popular. Sin embargo, en el sólido ethos liberal-democrático hegemónico desde 1983, no siempre goza de una buena imagen.

Por Ulises Bosia. El peronismo asoció a la lealtad con la que quizás es la movilización de masas más importante del siglo XX, subversiva -en la brutal polisemia histórica de la palabra-, partera de una nueva etapa histórica. Es decir que en la Argentina la lealtad es una creación popular. Sin embargo, en el sólido ethos liberal-democrático hegemónico desde 1983, causa y consecuencia del perfil de nuestra clase media, no siempre goza de una buena imagen.
Forma baja de la lealtad
Podría decirse que existen dos formas de la lealtad. Una primera podemos llamarla la forma baja, o pobre. Es la que asocia a la lealtad con la sumisión al otro, con las estructuras rígidamente jerárquicas, con la disciplina impuesta. Es la “lealtad de los cuarteles”.
Desde este punto de vista, la lealtad conlleva autoritarismo y obediencia, y se ejerce a través del miedo. Para la persona subordinada, la lealtad es una forma de negación de su voluntad y su deseo, en definitiva una forma de eclipsamiento de su individualidad. Viceversa, para la persona dominante, es la extensión absoluta de su voluntad, que no acepta ni tolera límites en el otro. Es la pura individualidad y, en consecuencia, también la más pura soledad.
La primavera democrática del 83 instaló culturalmente un rechazo total hacia las manifestaciones de autoritarismo, cualquiera sea su fuente, y un espíritu todavía muy presente que alimenta algunas de las principales conquistas legales de estos 30 años, con epicentro en la clase media pero que la trasciende largamente.
Sin ese espíritu, es difícil explicar los juicios a los genocidas, la sanción de normas de avanzada como las leyes de identidad de género y de matrimonio igualitario e incluso el distintivo activismo masivo en nuestro país detrás del derecho al aborto, en un continente cuya población es mayoritariamente cristiana y hasta con un papa argentino.
Al mismo tiempo, estos rasgos de la cultura democrática nacional también se conjugan con un sentido común liberal que combate el intervencionismo estatal en la economía, refuerza los violentos discursos de la demagogia punitiva para proteger la propiedad privada y sostiene todas las formas del individualismo cultural: “Que cada uno viva como quiera pero que a mí no me jodan”.
Nadie tiene derecho a decirme nada, no hay maestros ni jefaturas, toda autoridad, organización o jerarquía es un atentado contra la libertad. En esta bacanal del “yo”, de excesos narcisistas y pequeño burgueses, encabezada por las usinas del consumismo y del esnobismo cultural pero que también está presente en la cultura progresista y de las izquierdas, el día de la lealtad y en general la tradición histórica del peronismo no encajan bien.
Tanto en su versión menemista neoliberal de los noventa como en su etapa progresista de la década kirchnerista puede notarse cómo el peronismo logró con grandes dificultades adaptarse -de maneras opuestas- a esta realidad para lograr ser hegemónico.
La misma experiencia de La Cámpora es encuadrada en esta forma de la lealtad entendida como sumisión: no hay crítico que no mencione que son los “aplaudidores de Cristina”, seguramente con una cuota de injusticia e incomprensión, aunque sin duda sus referentes refuerzan esta identidad al buscar distinguirse al interior del kirchnerismo por una suerte de voto de obediencia a la conductora, como San Ignacio y sus jesuitas lo hicieron al interior del catolicismo.
Pero no es sólo un fenómeno relacionado con la cultura generada por la clase media. Difícil no relacionar el carácter autoritario y antidemocrático de una parte importante de las estructuras sindicales, cuya cultura política es altamente refractaria a las tendencias democratizantes de estos últimos treinta años, con sus raíces de clase. Lo mismo puede decirse de las entidades patronales, en las que rige el traslado de las dictaduras fabriles, agrarias o financieras al ámbito público: ellos no aceptan otra lealtad del personal político que la sumisión total. Ambos casos representan otras expresiones de esta forma baja de la lealtad.
Forma alta de la lealtad
Sin embargo existe también otra forma de la lealtad, que podemos llamar alta, o enriquecida. Si la sacralización e institucionalización del 17 de octubre y la estatización del movimiento obrero llevan a asumir la lealtad en su forma baja, burocrática e instrumental, volver a la fuerza y el desborde incontenible de aquellas jornadas puede abrir también el camino hacia formas superadoras.
Fue la clase trabajadora la que eligió a Perón, la que atravesó las periferias obreras y la frontera del Riachuelo hasta llegar al corazón ilustrado de la política nacional y meter las patas en sus fuentes. Se configuró a sí misma eligiendo a su conductor, se ubicó en el centro de la política nacional a partir de su propia movilización.
Es decir que el 17 de octubre muestra una forma de la lealtad en la que quien elige a su propio referente lo hace mediante un acto de libertad y hasta de ruptura. Lejos de perder su identidad, la completa al reconocer al otro como dirigente. Y el líder se entrega también a su pueblo, transformando su individualidad de manera irreversible. Podría ser llamada una “lealtad del amor”. Imposible no pensar en este siglo XXI en el ejemplo cabal de Hugo Chávez, quien entregó su último tiempo de vida en una campaña electoral que agravaría inevitablemente su vida.
Esta forma de la lealtad implica siempre salir por fuera del yo, escuchar y reconocer al otro, aprender a encontrar los referentes y maestros, saber dejarse guiar. Tener confianza en el otro, capacidad de escuchar para procesar y asumir con cabeza propia lo mejor que el otro puede dar, así como también predisponerse a entregar al otro lo mejor que uno tiene. Hablar de manera directa y clara, saber discutir con franqueza y sin maniobras. Saber cambiar de opinión.
Es la argamasa del compañerismo y la solidaridad, la base de cualquier organización. Es la lealtad también hacia los ideales, los proyectos colectivos y hacia el propio pueblo, incluso en los contextos más difíciles: la lealtad de Darío Santillán permaneciendo junto a Maximiliano Kosteki en el suelo de la estación de Avellaneda, la de Luciano Arruga no aceptando salir a robar para la bonaerense.
Algo está cambiando
A lo largo de los últimos quince años pasamos de la experiencia del año 2001, cuando el “qué se vayan todos” expresaba el rechazo de toda autoridad y la bronca, el escepticismo y la desilusión por las promesas incumplidas, a la construcción de un liderazgo político muy fuerte en las personas de Néstor y Cristina, y ahora también en la de Francisco, todas capaces de congregar multitudes.
Algo está cambiando, especialmente en una parte de la juventud que ya no creció en un clima de desolación y escepticismo sino que se anima a creer y expresa su lealtad a diferentes proyectos políticos, no solamente al interior del kirchnerismo sino también en amplios sectores de las izquierdas. Aun en medio de las grandes desigualdades e injusticias de nuestras realidad, es un saldo positivo de esta última década, y es esperanzador que así sea.
@ulibosia
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