Cultura

14 octubre, 2014

Un Rejtman perfecto y un estreno secreto

A Dos disparos, la última película de Martín Rejtman, le sobran condiciones para ser uno de los grandes estrenos argentinos de finales de año, pero un limitadísimo estreno en dos salas la condenó casi al boca a boca. Pero la buena nueva merece ser difundida.

Uno podría asumir que la nueva película de Martín Rejtman, el director de Rapado (1992), Silvia Prieto (1999) y Los guantes mágicos (2003) e ícono del llamado Nuevo Cine Argentino, iba a generar más impacto, que alguien iba a darle más manija, que un producto tan digno como éste merecía más apoyo propagandístico. Pero no. A pesar de que Dos disparos viene de ganar premios en varios festivales internacionales en las últimas semanas (Locarno, Toronto, Nueva York) y de ser ovacionado en San Sebastián, se exhibe en apenas dos salas de la ciudad (con sólo dos funciones diarias) y en el día de su estreno ni siquiera fue reseñada en algunos de los matutinos más importantes del país.

Y es una verdadera lástima, porque se trata de una gran película. Es un Rejtman en muchos sentidos clásico, aunque en otros hay elementos de ruptura. A poco de comenzar la película, el joven Mariano (Rafael Federman), en una madrugada post boliche y después de nadar e intentar cortar el césped, se autoinflige los dos disparos de título. Una bala le roza la cabeza y la otra parece quedar perdida en su abdomen, aunque, increíblemente, sin afectar órganos vitales. A la semana ya está de vuelta del hospital para encontrarse en el mismo lugar, sólo que con una madre que le esconde los cuchillos, un hermano asignado a vigilarlo y una secuela inexplicable que le hace desafinar en su cuarteto de flautas dulces. Cuando un analista más bien ridículo intenta asistirlo en terapia, Mariano responde meursaultianamente que se disparó “porque hacía calor” y que no va a tomar los medicamentos recetados porque no está ni deprimido ni ansioso.

En verdad podría decirse que, más allá del presunto drama inicial, ninguno de los personajes parece estar deprimido. Ni angustiado, ni particularmente feliz, ni desesperado, ni exasperado. En un registro antitético al de la constante pérdida de control de Relatos Salvajes, el film de Rejtman presenta personajes que no son capaces de exaltarse ante un intento de suicidio, un auto corriendo a 140 kilómetros por hora en la playa entre La Lucila y Aguas Claras o una complicada relación de pareja que ha prolongado la “separación” por dos años. Casi se podría decir que ni siquiera hay personajes sino apenas brillantes líneas de diálogo en ese tono monocorde tan rejtmaniano, descripciones morosas que increíblemente bastan para pintar con preciosismo de miniaturista un universo clasemediero porteño reconocible en cada uno de sus detalles, desde los lugares comunes en las conversaciones hasta cada adornito de las estanterías. En un sentido, además,  se trata de una película antipsicoanalítica, en la que no hay inconsciente y los personajes no sufren, no sospechan, no necesitan mentir, no sienten (esto también queda claro con el ridículo rol al que son confinados los psicólogos en el filme). Se limitan a estar, a ser y a describir.

De esta manera Dos disparos avanza libre y tranquilamente, sin ningún sentido aparente, en una dinámica de “vacaciones permanentes” absolutamente jarmuschiana. En la película apenas se estudia o se trabaja (dos de las jóvenes lo hacen en una casa de comidas rápidas, pero casi como en otra cosa) y el problema fundamental que parecen enfrentar la mayoría de los personajes es qué hacer con su tiempo cuando no se tienen muchas ganas de hacer nada. La madre de Mariano, una gran Susana Pampín, ya habitué de las cintas de Rejtman, llega a dormir empastillada 72 horas de un tirón sin que casi nadie se entere. Pero en Rejtman hay mucho más humor que en Jarmusch. Tal vez también más amor.

Impulsada sutilmente por ese sentido del humor amoroso y ácido, la película ni siquiera intenta sostener el drama inicial de Mariano y empieza a correr atrás de los otros personajes que van apareciendo, que bien mirados son tan raros y delirantes como ese adolescente que acaba de pegarse dos tiros porque tiene calor. Así, acompañaremos a Ezequiel, hermano de Mariano, en su desganado intento de levante de una empleada de McDonalds, al seleccionado de freaks que tocan la flauta dulce en sus complicados ensayos, a Susana y su delirantes vacaciones con desconocidos en la costa atlántica y hasta al perro de la familia que se escapó de la casa al oír esos tiros que ponen en marcha el film . La historia, con una libertad y un placer por la digresión más parecida a la de la obra literaria de Rejtman –Rapado (1992), Velcro y yo (1996), Literatura y otros cuentos (2005), Tres cuentos (2012)- que a sus películas anteriores, va y viene, como si, con una mirada absolutamente maravillada respecto de los inverosímiles vericuetos de lo humano, se decidiera stalkear a cada una de las rarezas que se le cruza por delante.

Pero lo maravilloso de Rejtman es que esto parece hacerse desde el amor y la empatía absolutos. Su agudeza hace creer que podría lograr lo mismo apuntando su cámara hacia cualquier lado, que su impecable conocimiento íntimo del universo de la clase media podría encontrar situaciones delirantes y monstruos perfectos siguiendo a todos y cada uno de los personajes, así como a sus novios y novias, sus vecinos, amigos y amigos de los amigos. Todos son raros porque todos somos raros. Sólo hay que saber mirar de cerca.

Mucho más libre argumentalmente que las películas anteriores de Martín Rejtman pero tan impecable técnicamente como ellas y, posiblemente, aún más disfrutable, está claro que Dos disparos merecía un lanzamiento con más salas y un despliegue publicitario mucho mayor que el que obtuvo para este estreno casi clandestino.

Pedro Perucca – @PedroP71

 

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