29 septiembre, 2014
Safaris humanos
Los jarawas viven en la isla Andamán, Asia, y son una población indígena aislada que conservan tradiciones de miles años, pero son cautivos de los abusos del turismo, cazadores y el hoyo negro de las regulaciones del Estado para preservar sus condiciones de vida.

Los jarawas viven en la isla Andamán, Asia, y son una población indígena aislada que conservan tradiciones de miles años, pero son cautivos de los abusos del turismo, cazadores y el hoyo negro de las regulaciones del Estado para preservar sus condiciones de vida.
“No fotografíe ni contagie sus problemas a los nativos”. Al emprender el safari humano irrumpe el recuerdo del docu-reality “Perdidos en la tribu”, formato español adaptado a la pantalla televisiva argentina en el que “tres familias, tres tribus primitivas y tres destinos desconocidos se convertirían en la aventura de sus vidas”, según la consigna de cabecera para el show presentado por Mariano Peluffo. La situación de la población jarawa, ubicada en un paraje exótico como pueden serlo las islas Andamán en India, con selvas y playas con vista directa al Oceáno Índico, no deja de ser parte de otro show al que asistimos como audiencia sin necesidad de una emisión por canales de aire o cable.
Los jarawas, junto con otras tribus como los granandamaneses, los onges y los sentineleses, pueblan la región desde hace aproximadamente 55.000 años y proceden del oriente de África, teniendo un componente étnico que los diferencia del resto de la población asiática. Actualmente los jarawas son 400 y mantienen una economía autosuficiente basada en caza y recoleccción nómade. Sin embargo, las carreteras de información se vuelven inevitables, concretos andamios que conquistan en forma de unión las tierras. En el caso de los jarawas, una carretera cruza la isla pasando a través de la reserva natural donde viven, a pesar de que el tribunal indio dictaminó hace 12 años su clausura y la creación de una carretera alternativa para evitar el tránsito por su comunidad.
Esta realidad lleva a que diariamente un promedio de 400 personas -entre cazadores, turistas, y colonos- atraviesen la carretera y hagan una parada para avistar miembros de la tribu jarawa, como si se tratase de un tentempié a mitad de camino. Entre las actividades de explotación turística, se reproduce la organización de safaris humanos en el que numerosos turistas acuden a la reserva atraídos por esos negros delgados que marchan desnudos.
Según dicta el mandamiento de las organizaciones proindígenas, como las que trabajan para preservar comunidades como estas –Survival International-, deben ser “ellos” quienes se acerquen y tomen contacto con el exterior, ese espacio sideral habitado por “nosotros”. Esa decisión tomaron los jarawas en 1998, cuando comenzaron a mantener contacto con los colonos indios asentados en las islas en las últimas décadas.
A pesar de la campaña emprendida por Survival International para acabar con los safaris humanos, la prohibición y el cierre de la carretera ordenado en 2002 por el Tribunal Supremo de la India para evitar el tránsito de turistas en la reserva tribal aún no tiene efecto. Los gestores turísticos y empresarios de la violación cultural continúan sus actividades ramificadas en el negocio de la explotación sexual y venta de servicios varios del cual surgen abusos como el registrado por un video donde obligan a mujeres jarawas a bailar a cambio de comida, actividades que incentivan enfrentamientos más frecuentes entre jarawas y colonos.
Una de las medidas preventivas tomada por los guías turísticos ante los escándalos que tomaron forma internacional, fue disponer carteles que prohíban fotografiar o darle de comer a la tribu, o advertir a través de megáfonos a los turistas que no se acerquen a los jarawas. De este modo los guías podrán evitar un escándalo por muerte por asfixia por la ingestión de una bolsa de polietileno, como aconteció con la jirafa Pintón en 1991 en el zoológico de La Plata de Argentina.
Sin embargo, otra interrupción necesaria antes de concluir el safari o perderse definitivamente en alguna tribu, sería mencionar el peligro al cual están más expuestos los jarawas: la transmisión de enfermedades a las cuales no son inmunes y podrían convertirse eventualmente en epidemias.
Ese destino tuvieron las otras tribus de la región como los granandamaneses y los onges, extintos por enfermedades importadas por colonizadores británicos en el siglo XIX y deberían funcionar como recordatorio para el turismo, la población de la isla y funcionarios políticos, aquellos que ejercen presión para integrar a loa jarawas a la sociedad y convertirlos en ciudadanos con derechos muy diferentes a los que reclaman desde el seno de sus tierras: ser reconocidos y poder controlar quién entra a su territorio; tomar decisiones propias sobre el destino de su comunidad sin la intervención de los agentes del ocio y las regulaciones inoperantes de los gobiernos.
Fernando Ghersini
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