22 septiembre, 2014
No tan distintos
Por Ulises Bosia. En Santa Marta se repitió el encuentro entre los dos jefes de Estado peronistas del mundo. Aunque parezca extraño, Francisco y el kirchnerismo tienen más de un punto en común.

Por Ulises Bosia. En Santa Marta se repitió el encuentro entre los dos jefes de Estado peronistas del mundo. Aunque parezca extraño, Francisco y el kirchnerismo tienen más de un punto en común.
El reciente encuentro entre la comitiva presidencial argentina y el Papa Francisco, en la residencia de Santa Marta, confirma la confluencia entre la política del kirchnerismo y la del gobierno vaticano que, si en un primer momento causó sorpresa, ahora ya fue naturalizada, con total beneplácito por unos, y a regañadientes por otros.
Cristina y Francisco
Es indiscutible que hasta ser electo Papa el entonces cardenal Bergoglio era un activo opositor al gobierno nacional como jefe político de la Iglesia Católica argentina. De manera simétrica opuesta, también Néstor y Cristina rechazaron la participación institucional en las ceremonias religiosas tradicionales e impulsaron medidas duramente criticadas por la jerarquía católica como la ley de matrimonio igualitario. Sin embargo, a partir de la elección del Papa, la relación se transformó a tal punto que hoy Francisco y Cristina actúan prácticamente como aliados.
Toda esa rivalidad quedó en la nada. Y algo más, el cambio de política fue instantáneo. A diferencia de Santo Tomás, que precisó ver para creer, tanto el Papa como Cristina pusieron en juego una decisión que no tenía garantías de éxito, mezclando apuesta y fe, descubriendo así el lado más incierto, y por eso más humano, de la política.
Néstor y Francisco
La trayectoria de Bergoglio, marcada por esta suerte de reinvención o metamorfosis de su figura al pasar a ser “Francisco”, recuerda la de Néstor Kirchner.
En primer lugar porque también Kirchner se reinventó al ser electo presidente, construyendo de nuevo su propia biografía política, que la usina intelectual antipolítica devalúa del rango del discurso político al del vendedor de baratijas en el tren bajo el nombre del “relato”.
En esa línea, estos cambios suelen ser interpretados mediante una forma mezquina de oportunismo, como una suerte de concesión o utilización mentirosa y demagógica conducida a la conquista y el mantenimiento del poder. Como un “doble discurso”. Es decir, se apela a la mentira y la ambición como explicación de los proyectos políticos, expresando una comprensión superficial de la política, en términos individuales y morales, es decir liberales, sea desde las izquierdas o las derechas.
Lo que nos lleva al segundo de los sentidos que emparentan a Néstor con Francisco. Una lectura más profunda, materialista y por lo tanto social de esa metamorfosis, es que ambos realizaron una interpretación de una crisis institucional y pusieron su persona al servicio de un proyecto de rescate.
En el caso de Kirchner, la comprensión de que la rebelión popular de 2001 no era solamente el resultado de una crisis económica y social sino que ponía en cuestión al funcionamiento mismo de las principales instituciones del capitalismo argentino, empezando por su Estado. Por esa razón, en función de reconstruir el orden perdido, fue necesario perfilar un proyecto político opuesto al de los años noventa, apelar al “capitalismo en serio”, terminar con las leyes de impunidad, etc. Y su lugar como individuo en la historia sería la de ser el hombre que encarnaría ese proyecto, hasta las últimas consecuencias.
En el caso de Bergoglio, la crisis de la Iglesia Católica excede el alcance de este columnista, pero su existencia y hondura es de juicio unánime, como dejó en claro Benedicto al renunciar al papado. Darle a un jesuita latinoamericano las llaves de San Pedro, traer a un nuevo Papa “desde el fin del mundo” -algo que curiosamente también remite a la Patagonia-, fue un signo inequívoco de la necesidad de renovación que el Vaticano enfrenta, acosado por la pérdida de credibilidad de las jerarquías ante los recurrentes escándalos, la falta de carisma de sus principales pastores, el crecimiento de otras religiones cristianas, etc.
Por lo que se puede comprender hasta ahora, la política de Francisco apunta a atacar los focos de crisis de la Iglesia Católica, en función de revitalizarla.
Doctrina Social de la Iglesia y buitres
Las sucesivas formas que fue adoptando la doctrina social de la Iglesia fueron el modo parcialmente crítico con que el Vaticano decidió ubicarse ante la moderna sociedad capitalista, tras el avance de la secularización en Europa, y sobre todo ante el surgimiento del ideal socialista. El discurso de Francisco, crítico de la idolatría del “Dios Dinero” y de la hegemonía del capital financiero, se enmarca en esa tradición y, es necesario remarcarlo, no lo hace en sus márgenes más radicalizados, a los que la lucha de los pueblos de nuestro continente le debe heroicos mártires.
Sin embargo, ante la ausencia de referencias políticas e ideológicas más radicalizadas, aparece en la realidad actual como un discurso con aspectos subversivos, como dejan en claro los ataques de los sectores más ultramontanos de las estructuras eclesiásticas y de los grandes medios de comunicación que responden al capital financiero. En otras palabras, ante la falta de una alternativa socialista de peso a nivel mundial, el discurso del Papa aparece como la izquierda posible. En esto también se emparenta con el kirchnerismo, cuyo proyecto de un capitalismo en serio termina por ser la alternativa posible al neoliberalismo para amplios sectores de nuestro pueblo, ante la falta de referencias superadoras.
De manera que el enfrentamiento con los fondos buitres les ofrece a ambos un sólido punto de encuentro. A fin de cuentas, como ya estableció el General, “el peronismo es una doctrina de contenido profundamente cristiano”.
@ulibosia
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