Derechos Humanos

22 septiembre, 2014

Hasta la victoria siempre camarada Herminia Severini

Por Painé Nocetti. Tras diez días de internación en el Pami II de Rosario falleció un símbolo de la lucha de la ciudad: la madre de Plaza de Mayo Herminia Severini. A los 88 años dejo de latir su corazón, dejando un repique eterno en miles de otros corazones convencidos, por su enseñanza constante, de que la única lucha que se pierde es la que se abandona.

Por Painé Nocetti. Tras diez días de internación en el Pami II de Rosario falleció un símbolo de la lucha de la ciudad: la madre de Plaza de Mayo Herminia Severini. A los 88 años dejo de latir su corazón, dejando un repique eterno en miles de otros corazones convencidos, por su enseñanza constante, de que la única lucha que se pierde es la que se abandona.

El pasado viernes por la mañana falleció una luchadora sin precedentes, una mujer de fuerza incansable, una madre de búsqueda eterna de su Adriana, una guerrera de pañuelo blanco y puño en alto, una comunista desde las tripas: Herminia Severini. De esas personas necesarias del poeta Hamlet Lima Quintana, militante de toda una larga vida, enfermera por vocación de solidaridad, madre de dos hijos, de la plaza y de muchos otros hijos más, abuela y bisabuela: maestra de alma y vida.

En su hermosa sonrisa y su puño compañero caben todos los sueños, llevando a la práctica la idea de que los únicos vencidos son los que no luchan, pero además que quien no lucha por los derechos humanos de ayer y de hoy es cobarde y mezquino, además de cómplice.

Herminia no nació a la militancia con la desaparición de su hija Adriana Bianchi, ella venia de una historia de lucha anterior al terrorismo de Estado que se llevó a su hija, como militante orgánica del Partido Comunista, del cual se alejó luego, aunque nunca abandonó su ideología y se reivindicaba como tal en cada ocasión posible. Paralelamente participaba gremialmente como enfermera y asi fue como la echaron de más de cinco sanatorios de la ciudad «por ser revolucionaria», como decía.

Con el tiempo adoptó su pañuelo blanco como partido y como espada, se creía invencible cuando se lo anudaba a la cabeza, se ponía la remera del che, un poco de pachuli y salía a la pelea. En cada marcha, en cada corte de ruta, en cada toma de fábrica, en cada asamblea, en cada rincón de la ciudad en que ocurriera algo injusto allí estaba para apoyar, acompañar y encender el fueguito necesario para jugarse hasta conseguir la victoria.

De esas personas que jamas se rinden y que tampoco permiten que los demás se rindan, “no se llora delante de la patronal” supo decirle a alguna maestra, entre una orden y una caricia. O eufórica ante un numeroso grupo de estudiantes: «Yo les cuento estas cosas chicas y chicos porque ustedes tienen que saber que cuando algo es injusto hay que pelearlo y exigirlo, y no, no te van a matar por eso y si te matan, bueno, peleaste por tu causa, yo si me muero me muero peleando por lo que me pertenece. Estamos en este democracia chiquita, pero vamos a hacer valer esta pequeña democracia, lo podemos hacer, lo debemos hacer, por el futuro, por la libertad, por los derechos humanos que nos corresponden como personas».

Herminia no perdió el tiempo, en los últimos años recorría las escuelas de la ciudad y alrededores hablando de la dictadura, del dolor, de la esperanza, de la lucha constante, de la perseverancia cuando se cree en algo justo ante miles y miles de pibes y pibas. Probablemente haya leído pocos libros en su vida, pero tenía muchas más cosas claras que varios intelectuales y era capaz de explicarle los horrores más terribles hasta a niños y niñas de jardín y que pudieran comprenderla.

Ese es el legado mas importante que deja Herminia en esta tierra en donde aun quedan muchos dolores, su enamoramiento de la juventud, en la cual depositó toda su energía, convencida de que desde allí se darán los cambios mas importantes para alcanzar una sociedad mas justa para todos y todas.

 

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