Cultura

8 septiembre, 2014

Álbum Familiar: Tomás Nine

El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

El vendedor de humo. Nueva entrega de esta columna en la que el dibujante Lucas Nine se propone “garantizar una provisión de teorías escandalosas para discutir en la sobremesa y munir al pastenaca de un material que le permita impresionar a sus amistades”.

Llega en la vida de todo hombre un momento en el cual, fatigado por la absurda sucesión de tareas que no parecen tener sentido aparente, el tipo debe reclinar la cabeza sobre sus hombros, repantigarse en su otomana y revolver con la punta de los dedos (pero evitando mirar el piso) entre el cúmulo de deshechos que el Pasado ha depositado en torno a su existencia. Quizás entre ese montón de basura que le rodea, el tipo encuentre la pequeña pieza que, sumada al rompecabezas monstruoso de su devenir, le haga murmurar “rosebud” antes de expirar.

Quizás no tenga tanta suerte y apenas se corte un dedo. En mi caso el objeto recuperado se llama “Arte Flamenco y Holandés”, y es un libro original redactado de puño y letra por Tomás Nine: mi querido hermano Tomás.

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“Arte Flamenco y Holandés” está rigurosamente encuadernado en cartón de caja de ravioles de la fábrica de pastas Montefideo y quizás hubiera algún ingrediente secreto en esos ravioles, a juzgar por la calidad de los trabajos que lo componen.

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Estudiando el volumen con atención, puedo advertir que la meta del artista no era tanto la de lograr una copia literal de los originales (pretensión imposible, por otro lado) sino más bien la de llegar a una reinterpretación de esas obras. Síntesis, concentración, ese tipo de cosas.

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Por ejemplo, esa solución geometrizante en la figura superior de la izquierda no puede venir del original.

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Si mal no recuerdo, Tomás tenía ocho años en el momento de realizar estos trabajos. Evidentemente, se trataba de un niño muy especial.

2

Ya de pequeño mostraba ciertas tendencias inquietantes que le apartaban un poco del resto de los Hermanos Nine (un conjunto bastante saludable, en términos generales).

3

Por ejemplo, era notable su tendencia a caer desde lo alto. Caía de las escaleras, de las sillas, de lo alto de una medianera. Caía con naturalidad y gracia, y se pudiera decir que hasta con elegancia. El recuerdo más vivo que tengo de esa época es el de Tomás cayendo.

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Caía con la exactitud de un teorema matemático, con la inexorabilidad del destino, con la regularidad del cometa Halley. Y ni un lamento, ni una lágrima, turbaban la gravedad de su semblante.

5

Tomás era entonces un sujeto reservado. Casi severo en ocasiones, sin que con ello merezca ser llamado sombrío. Por el contrario, era de buen natural, aunque a veces resultara presa de terribles rabietas.

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Cierta vez, enfurecido con el mundo a la edad de cinco o seis años, tomó un marcador indeleble y escribió una maldición en el costado de un ropero: «UT MORZU»

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Durante días contemplamos la inscripción. No estábamos seguros de lo que quisiera decir, pero, fuese lo que fuese, sonaba terrible. Quizás una especie de conjuro a Moloch, quizás una maldición sumeria. Quién sabe.

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Hasta el dia de hoy resuenan en mi mente esas palaras: UT MORZU.

Actualmente el armario tiene un bonito almanaque que cubre una de sus caras y los visitantes incautos que deambulan a su sombra ignoran que debajo de ese apacible gauchito de Molina Campos se esconde lo Innombrable.

 

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