Cultura

3 septiembre, 2014

Mirada de mujer

A casi 30 años de las primeras películas de la mítica directora feminista Maria Luisa Bemberg, el cine ha tenido diversas transformaciones. Una de las más importantes tiene que ver con el rol de la mujer en la industria. Repaso, perspectivas y el panorama de lo femenino en el cine argentino actual.

A casi 30 años de las primeras películas de la mítica directora feminista Maria Luisa Bemberg, el cine ha tenido diversas transformaciones. Una de las más importantes tiene que ver con el rol de la mujer en la industria. Repaso, perspectivas y el panorama de lo femenino en el cine argentino actual.

El cine argentino mostró una constante durante gran parte de su historia. Se tratara de cine político, historias costumbristas, teatro de revista en pantalla o alguna que otra obra de culto, una continuidad se mantenía detrás de las cámaras: todas y cada una de las películas estaban dirigidas por un ojo masculino. Esto no era un hecho exclusivo del cine vernáculo, hasta mediados de los ochenta la historia grande del séptimo arte fue escrita por hombres: Coppolla, De Palma, Scorsese, Godard, Truffaut, Resnais, Rossellini. De este o el otro lado del Atlántico un gran falo atravesaba las lentes. Lejos de deberse esto a una deficiencia creativa por parte de las mujeres, la razón concreta es la poca democratización de la industria y los altos costos de producción sumado al rol social a la que se veía atada la mujer en ese entonces.

La cámara, la peor de todas

Abordar el feminismo en un arte total como es el cine puede resultar desbordante en numerosos aspectos. No obstante ello, a la hora de revisar la histografía de esta industria en el país, aparece un nombre ineludible desde cualquier punto de vista en cuanto a la reivindicación del rol de la mujer en la sociedad y en el cine se refiere: María Luisa Bemberg. Nacida el 14 de abril de 1922 en el seno de un poderoso linaje patriarcal, el bagaje temático de su obra se vio marcado a fuego por este origen de clase. Luego de incursionar en el teatro y verse influenciada por la nouvelle vague francesa, el cine de Ingmar Bergman y la obra de Julio Cortázar, y tras convertirse en una de las fundadoras de la mítica Unión Feminista Argentina, Bemberg se mete de lleno en el séptimo arte filmando dos cortometrajes: El mundo de la mujer (1972) y Juguetes (1978), ambos encarnizadamente repudiados por la derecha conservadora. Tres años después, cansada de que el ojo falocéntrico de los directores le imprimiera un sesgo patriarcala sus guiones, dirige su primer largo. Momentos (1981) marcaría el inicio de un largo camino de historias que retratan la constante incomodidad a la que se ven sometidas mujeres de clase alta, que al tomar conciencia de la opresión impuesta por Iglesia, Estado y Familia inician un largo camino de liberación. En 1995, con un enorme prestigio alrededor de su obra y una nominación (de las seis que tiene el cine argentino) a mejor película extranjera en los Oscar por Camila (1984), María Luisa Bemberg pasó a la inmortalidad.

La hora de las hornas

El surgimiento de mujeres tomando las cámaras por asalto en la década de los 90, en la llamada Nueva Ola de cineastas argentinos, encuentra su origen en varios factores. Por un lado, hay que considerar el abaratamiento de costos de producción por el uno a uno, los fondos de apoyo de fundaciones como HubertBals y la reforma de la Ley de Cine de 1994; por otro, la proliferación de escuelas y universidades de cine. A diferencia de décadas anteriores, quien quisiera involucrarse con la industria desde la dirección no debería pasar por una trayectoria jerárquica comenzando desde limpialentes hasta llegar a dirigir una película, camino que podría llevar años. La democratización que supone un aula le dio la posibilidad a la mujer de sentarse no sólo en el sillón de dirección sino en los muchísimos departamentos existentes a la hora de emprender un rodaje: asistencia de dirección, sonido, cámara, iluminación, etc. En décadas anteriores las mujeres se veían relegadas solamente a tareas de maquillaje y vestuario.

Esto supuso un estallido de enfoques a la hora de contar las muchísimas historias que dejó la multipolarización del mundo tras la caída del muro: pobreza, desempleo, homosexualidad, indigenismo, racismo, globalización, política, jóvenes sin destino, emigración, amor, prostitución. Y habría muchas mujeres para recoger esos pedazos.

La mujer con cabeza

Si bien los primeros nombres femeninos que hicieron ruido en el ambiente fueron Julia Solomoff y Vanessa Ragone al ganar uno de los primeros concursos de cine en 1994, no fue hasta 2001 cuando la salteña Lucrecia Martel, con su largometraje La Ciénaga, logró llevar al ámbito internacional un cine con perspectiva de género hecho por una mujer. La película, producida en plena debacle económica y social, puso de relieve a una clase alta en una patética decadencia, encarnada en la figura que interpreta una excelsa Graciela Borges que observa toda esa caída en picada desde una posición de total ostracismo y aislamiento.

Algo que no debe dejarse pasar por alto es la cuestión de qué decimos cuando hablamos de jóvenes directoras argentinas. Lucía Cedrón, Lucía Puenzo, Lucrecia Martel, Celina Murga, Vera Fogwill. Sólo algunas directoras de renombre en la industria, nacieron todas entre 1970 y 1980, es decir, en un mundo situado entre la dictadura y la democracia donde los grandes pilares erigidos por una ideología patriarcal comenzaban a resquebrajarse. Palabras como divorcio, patria potestad y aborto resonaron en sus oídos y las llevaron a resignificar el lugar que ocupan las hijas, madres y esposas en la sociedad.

Queda fuera de nuestro análisis ver cómo resintió el estallido del 2001 la manera de contar historias por parte de las hoy no tan nuevas (con lo positivo que esto conlleva) cineastas argentinas. La forma en la que resignifican la funcionalidad familiar tanto Martel como Carri o Puenzo es decididamente rupturista. Sin embargo hay algo que no debe pasarse por alto: en una industria abiertamente machista, estas películas, en su constante búsqueda estética, han podido delimitarse de un cine castrador. A partir del sobresaliente cuestionamiento a la funcionalidad familiar de Los Rubios de Carri, a la denuncia del silencio castrista en La mujer sin cabeza de Martel o el llamado a la rebelión biológico-sexual de Puenzo en XXY; la mirada femenina ha sabido sortear el sectarismo con una apuesta cinematográfica de relevancia tanto en las taquillas como en la crítica.

Entre la primera película argentina (el documental La bandera argentina, 1897) y la primera película dirigida por una mujer hay 74 años. Ya han pasado 30 años desde la nominación de la Camila de Bemberg a los Oscars. Aún queda mucho por hacer.

Ivan Soler – @vansoler

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