Cultura

24 agosto, 2014

Ayer nomás

Durante las distintas dictaduras que gobernaron la Argentina, los artistas locales debieron encontrar la manera de hacerse oír sin ser escuchados. Desde las letras, el rock y la música popular camuflaron sus referencias con guiños y metáforas para poder expresarse a pesar de la situación del país.

Durante las distintas dictaduras que gobernaron la Argentina, los artistas locales debieron encontrar la manera de hacerse oír sin ser escuchados.  Desde las letras, el rock y la música popular camuflaron sus referencias con guiños y metáforas para poder expresarse a pesar de la situación del país.

“Rebelde me llama la gente / rebelde es mi corazón / soy libre y quieren hacerme / esclavo de una tradición…”. Así empezaba, justamente, “Rebelde”, la canción que Los Beatniks, grupo compuesto por Pajarito Zaguri y Moris, grabó el 4 de junio de 1966.  Casi 10 años después, cuando las Fuerzas Armadas toman el poder el 24 de marzo,el rock nacional cumplía diez años pero tenía poco para festejar, ya que conocía bastante de censuras y de prohibiciones.

Desde la muerte de Juan Domingo Perón, y con la aparición de la Triple A (Alianza Aticomunista Argentina) y el posicionamiento de José López Rega como el hombre fuerte del gobierno, las listas negras, la censura y la persecución se volvieron una. Sin embargo, ni el rock ni otros géneros musicales eran el objetivo principal del aniquilamiento genocida perpetrado por los militares.

En 1977 la SIDE realizaba extensos informes en los que detallaba qué músicos eran peligrosos y debían ser silenciados. Como bien lo indica Darío Marchini en su libro “No Toquen”, uno de esos documentos detallaba procedimientos en disquerías donde se indicaban cuántos “discos subversivos” existían y quiénes eran los “comunicadores llave”. “De no adoptarse medidas que tiendan a impedir la producción y/o distribución de lo que bien puede denominarse ‘disco guerrilla’, se aprecia que este medio de comunicación masivo continuará siendo utilizado por la subversión para lograr sus objetivos en el área psicosocial”, se podía leer en el texto.

Pero en 1976, el rock era apenas un enemigo menor, aunque existieron boicots a algunos recitales y razzias a la salida de los shows, una práctica muy común desde la década del 60 que con la muerte de Walter Bulacio, como caso emblemático en tiempos democráticos, demuestra ser una práctica repetida en la tensa relación entre rock y orden policial, aunque existían, sí, listas de artistas y discos que no debían difundirse. A principios de los 80 trascendió -extraoficialmente- una lista de 242 temas prohibidos que el Comfer jamás desmintió ni confirmó. El primero de este Index sonoro era «Ayer nomás» del pionero Moris y Pipo Lernoud. Más abajo, figuraba León Gieco con tres títulos, entre ellos «Canción de amor para Francisca», dedicada a una prostituta de pueblo. A nivel internacional algunas sancionadas fueron «Cocaine» de Eric Clapton y «Another Brick in the wall» de Pink Floyd.

Entre las composiciones argentinas, una que pasó milagrosamente desapercibida fue “Canción de Alicia en el país”, de Serú Girán. El tema de Charly García jugaba con las imágenes de libro de Lewis Carrol y fue escrito en 1976 para una película que nunca se filmó. En esos años se convirtió en uno de los títulos más emblemático dedicado al régimen militar. Era una metáfora del gobierno, pero no había que analizarla demasiado para encontrar el verdadero sentido de los versos. La canción se publicó en el tercer disco de Serú Girán, Bicicleta, editado en 1980. Además la difusión se potenció con el gran momento que vivía la agrupación. De todas maneras, Charly García y Serú Girán tenían su lugar en el listado del Comfer, de la mano de “Viernes 3 AM”, incluido en La Grasa de las capitales, aunque la más recordada es “Los Dinosauruios”, editada en 1983.

Al momento del Golpe, al rock en Argentina se lo podía considerar apolítico y se había mantenido al margen de la radicalización política de fines de los 60 y principio de los 70.  En ese sentido Sergio Pujol, autor de Rock y Dictadura, afirmó que la izquierda argentina siempre tuvo un discurso antiimperialista, y al “rock se lo veía como una avanzada cultural del imperialismo”. Javier Martínez, líder del grupo Manal, alguna vez declaró que, para la izquierda, “el rock era música decadente, burguesa, capitalista, norteamericana, que intentaba que la juventud socialista del mundo no tomara conciencia de clase mientras que la derecha decía que el rock era un invento de las ideologías ateas para destruir el espíritu de la juventud cristiana de Occidente”.

Los conciertos de rock, los partidos de fútbol y las peregrinaciones a Luján fueron de los pocos eventos de masas tolerados por el gobierno. Claro que asistir a un recital podía significar terminar en cualquier comisaría por “averiguación de antecedentes”. Ser joven era ser sospechoso y subversivo. Usar el pelo largo o vestirse con ropa colorida y extravagante era un viaje directo a una dependencia policial. No se podía andar en la vía pública en grupos de más de dos personas y ni hablar de salir sin documento. A partir de 1980 empieza a crecer la convocatoria e importancia del rock nacional. Fue en ese época cuando surgió el célebre ¡se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar! Todo un clásico entonado en cada ritual en torno a un escenario de rock. Un verdadero slogan tribunero, signo de esos tiempos. De todas formas y minimizando el tinte heroico del rock 76-83, León Gieco cierta vez declaró que “Resistencia fue la de Rodolfo Walsh”. Y eso que el santafesino fue uno de los más perjudicados con la censura. Pero más allá de posturas y actitudes, el rock no tuvo ningún mártir en esos años de terrorismo de estado.

La guerra de Malvinas, en 1982, extrañamente legitimó el rock desde el poder. El propio gobierno prohibió la música en inglés en los medios, fomentando el rock en castellano. El movimiento entonces, padeció el dilema de apoyar una guerra y también -indirectamente- a la sangrienta dictadura. Por primera vez se mordió la cola y vivió en carne propia las contradicciones de ser parte de ese «sistema» tan temido.

En los primeros años de la dictadura la mayoría de los fundadores del movimiento estaban en el exterior, pero ya en 1979, con el regreso de varios de los músicos exiliados y con cierta merma en los controles represivos, el rock comienza a fortalecerse hasta que, en 1982, con un Gobierno Militar desgastado, la guerra de Malvinas actúa como una impensada catapulta que instala finalmente al rock local. Para aquel entonces se organizó el  “Festival de la Solidaridad Latinoamericana”, en la cual los músicos pusieron en escena su mensaje de paz.

Manuel Soifer – @tampocoestanasi

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