8 agosto, 2014
No nos cuenten Cromañon
Por Santiago Mayor. El miércoles la justicia ordenó liberar a los músicos de Callejeros. La reacción no se hizo esperar y distintos medios de comunicación se hicieron eco, la mayoría indignados con la noticia. Cuando se busca camuflar de información la criminalización de una generación.

Por Santiago Mayor. El miércoles la justicia ordenó liberar a los músicos de Callejeros. La reacción no se hizo esperar y distintos medios de comunicación se hicieron eco, la mayoría indignados con la noticia. Cuando se busca camuflar de información la criminalización de una generación.
Nadie pudo obviar el tema. La noche del 30 de diciembre de 2004 cambió para siempre al rock nacional, a una cultura, a toda una generación de pibes y pibas.
Yo no fui a Cromañon, me enteré por la tele. Vi una y otra vez las imágenes y, sobre todo, me acuerdo de los nombres pasando uno por uno en el zócalo de los canales de noticias. Fue una noche, una mañana y todo el 31 que un montón de personas recordamos exactamente dónde estábamos y qué estábamos haciendo.
De alguna forma todos y todas estuvimos ahí. Éramos adolescentes o jóvenes que nacimos y nos criamos con la democracia. Esa donde el neoliberalismo nos pasaba por encima. Que empezamos a escuchar rock como uno de los pocos actos de rebeldía que podíamos asumir en ese momento; que nos calzamos las topper de lona para ir a un recital, tomar birra con amigos, enamorarnos, desenamorarnos, alegrarnos, llorar, putear, empezar a caminar nuestra vida.
Quizás a algunos el 2001 les había significado un cambio, empezaron a militar, a interesarse por la política, o tal vez no. Pero Callejeros era la marca de una época que condensaba esos años tumultuosos y a esa generación que quería poder jugar en otro juego.
Pero aquella noche calurosa nos dio una piña en la cara. Como dijo una colega, se nos dividió “la adolescencia en dos: cuando, por jóvenes, nos creíamos inmortales, y cuando aprendimos de un hondazo que no lo éramos”.
Después vino toda la mierda junta. El dolor por la muerte, por los que siguieron vivos sufriendo esa noche cada noche. Las boludeces que hubo que escuchar en los medios sobre las conjeturas respecto a una cultura que no conocían, no conocen y no van a conocer jamás pero que, por joven, por rebelde, por rockera, buscaron condenar. Lo mismo siguen haciendo hoy, casi diez años después.
Qué quién tiró las bengalas, que por qué hacían esa estupidez, qué como tocaban en un lugar que era inseguro para tanta gente. Cromañon hizo saltar la mugre y la vergüenza. Nadie se quiso hacer cargo que durante años estuvimos condenados a ir a recitales en antros de mala muerte, sótanos y sucuchos mucho más peligrosos que Cromañon. Que la cultura de la pirotecnia viene de la cancha y que en los años ’90 explotó en los recitales de rock. Alcanza con ver los videos del recital de Los Redondos en Racing o el Ojo del Huracán de La Renga (apenas unos meses antes).
Y nadie dijo nada, ni nosotros, ni los músicos, ni los medios, ni el poder político. Nadie controló.
La bomba pasó de mano en mano y le explotó a Callejeros. Pero ese día no fue ni la bengala, ni el rocanrol. No fueron los pibes. No fueron las pibas. Fue la corrupción de años. De los que vendieron al país y de los progresistas que decían que cambiaban para que nada cambie. Todas esas lacras que dejaron tirados a esos pibes. 194 chicos y chicas que ya no están. Que querían, parafraseando al Indio, estar abrazados con sus novias, bailar, ver un espectáculo de rock y escuchar las cosas que los conmueven.
La caza de brujas fue fácil, ataquemos a la banda, al rock, a la juventud irresponsable. Feinman se atrevió a decir el mismo miércoles que los liberaron (de nuevo, diez años después) que por suerte Chabán sigue preso, pero que Chabán no entró las bengalas. Los responsables, según el periodista de C5N, fueron los músicos y los familiares de la banda que entraban la pirotecnia. Quizás el señor Feinman no sabe que muchos de esos familiares hoy no están porque aquella noche no pudieron salir de Cromañon.
Y esa noche también perdió el rocanrol. Desde entonces condenado a venderse al mejor postor y pensar, como el cantante de Tan Biónica, que los seguidores de su banda representan “una generación que se manifiesta con la palabra, la inteligencia y el pensamiento sin encender bengalas». Cayendo así en la misma estupidez que reproducen una y otra vez los que no tienen ninguna afinidad con lo que pasó el 30 de diciembre.
Ninguna gran banda de rock emergió después de Cromañon. Hoy siguen llenando estadios grupos que nacieron en los ’90 y los ’80. Los pequeños, que los hay y muy buenos, están condenados al ostracismo de los pequeños lugares que, además, ahora son perseguidos y clausurados.
No hay dudas que, legalmente, a Callejeros le cabe alguna responsabilidad en tanto eran los organizadores del evento. Pero bajo ningún punto de vista pueden ser señalados como los principales responsables. Ese es el chivo expiatorio fácil. ¿Qué pasó con el poder político? ¿Con los empresarios inescrupulosos y los funcionarios corruptos?
Pero no, mejor culpar a la música y a esos jóvenes. Fue la vuelta que le encontró un sistema de mierda que excluye, que margina y que estigmatiza a la juventud, al rock y a los que sueñan algo distinto. Como siempre lo hizo y como lo va a seguir haciendo a menos que nos atrevamos a cambiarlo. Porque nosotros, nosotras, no necesitamos que nos cuenten Cromañon. Sabemos que la riqueza de este viaje es el cambio a esta realidad, tan necesaria para poder dejar de llorar a nuestros pibes y hacer justicia.
@SantiMayor
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