6 agosto, 2014
Búsquedas y encuentros
Por Erica Porris. Después de casi cuatro décadas de búsqueda, Guido y Estela por fin se encontraron. Una historia de amor, de esperanza y compromiso con la verdad, que nos transformó a quienes crecimos con la lucha inclaudicable de las Abuelas como ejemplo.

Por Erica Porris. Después de casi cuatro décadas de búsqueda, Guido y Estela por fin se encontraron. Una historia de amor, esperanza y compromiso con la verdad que nos transformó a quienes crecimos con la lucha inclaudicable de las Abuelas como ejemplo.
El martes 5 de agosto durante la tarde conocimos la noticia de la recuperación del nieto número 114. Y, si cada restitución de identidad de esos y esas jóvenes que hace 37 años incansablemente buscan las Abuelas es un motivo de alegría y conmoción, esta vez la noticia llegó con un “plus” de felicidad. “Apareció el nieto de Estela” fue el mensaje que recibimos en los celulares, en las redes sociales, a través de llamados emocionados, al borde de las lágrimas. Guido, el nieto que Estela de Carlotto, titular de Abuelas de Plaza de Mayo, buscó incansablemente día tras día, desde hace más de 15.000, había aparecido.
Transformarse en la lucha
Estela vio su vida transformada para siempre en agosto de 1977 cuando las Fuerzas Armadas secuestraron a Guido Carlotto, su esposo. Si bien sería liberado unos meses más tarde, la vida de esta docente platense nunca volvería a ser igual. A fines de ese mismo año los militares secuestraron a Laura, su hija de 23 años, estudiante de Historia de la Universidad Nacional de La Plata y militante de Juventud Universitaria Peronista. Y entonces, Estela comenzó su búsqueda insistente y, como ella misma cuenta, con cierta inocencia en la desesperación, acudiendo autoridades civiles, religiosas e incluso a algunas de las cúpulas militares. En esos primeros meses, de boca de una ex detenida desaparecida, compañera de Laura en cautiverio, la familia Carlotto recibió la noticia de que ya no buscaban sólo a Laura, sino que ésta estaba embarazada. Y buscándolos, Estela se reinventó a sí misma. La docente que había enseñado bailes criollos, a hacer huerta y títeres a estudiantes de nivel primario, dejaría lugar a la luchadora implacable, que recorrería juzgados, cortes internacionales, distintos destinos alrededor del mundo, calles y rondas alrededor de la pirámide de Mayo, por los derechos humanos.
En agosto de 1978, en la Comisaría 9° de la capital bonaerense, recibiría, junto a su familia, la peor de las noticias: Laura había sido cruelmente asesinada, y el cuerpo sin vida sería enterrado en el cementerio municipal de La Plata. A pesar de ese inmenso dolor, Estela había encontrado otro motivo para seguir. A partir de testimonios, había confirmado el nacimiento de su nieto, a quien Laura había nombrado Guido, como su padre.
Y entonces Estela se encontró con Rosa, con Haydée, con Sonia, con Carmen, con Delia, con otras tantas que, como ella, buscaban a sus hijos, a sus hijas, a sus nietos y nietas. Y así fue como Estela se transformó en abuela, ya no sólo de Guido, ni de sus trece nietos y nietas que vio crecer, sino de los cientos de pibes y pibas nacidos en centros clandestinos de detención o en la ilegalidad de clínicas y hospitales bajo control militar, entre 1975 y 1980. Aquellos atendidos en sus primeras horas de vida por médicos y enfermeros cómplices, apropiados por los genocidas como parte de un plan sistemático. Aquellos que crecieron con nombres, apellidos, fechas de cumpleaños que no eran los verdaderos, prisioneros de una identidad que no era la propia, cautivos, como lo habían estado sus padres y sus madres. A los que hoy, aunque la mayoría esté cerca de cumplir los 40, estas abuelas siguen deseando contarles cuentos, cantarles canciones de cuna, regalarles golosinas y ayudar con las tablas de multiplicar. A quienes sueñan con abrazar y decirles esas palabras de amor y esperanza atesoradas por tantos años.
Transformar para la lucha
El martes, entre lágrimas de emoción y micrófonos, Estela contó que Guido es compositor y que participó del festival Música por la Identidad, organizado por las mismísimas Abuelas. Y con el correr de las horas descubrimos que desde las redes sociales hace unos años, celebró la aparición de otros nietos.
Para muchos de nosotros y de nosotras, nacidos en tiempos de dictadura, e incluso para quienes llegaron a la vida con posterioridad a los años signados por el terrorismo como política de Estado, asistir a un festival por la memoria, la verdad y la justicia, no es algo poco frecuente. Como Guido, pertenecemos a una generación que creció en la resistencia y se animó a soñar con mundos mejores, como soñaban Laura y los 30.000. Fuimos creadores de nuevas formas de escrache social cuando la justicia olía a impunidad, para que los perpetradores de tanto horror sistemático no pudieran caminar tranquilos por las calles de nuestros barrios. Asistimos a obras de teatro donde la identidad era la protagonista. En los cortes de nuestros programas favoritos, vemos spots televisivos que nos recuerdan que todavía faltan, que los y las estamos buscando. Marchamos los 24 para que nunca más regresen y celebramos las condenas y la cárcel común mientras seguimos exigiendo que no quede ni uno sin juzgar. Como Guido, somos parte de una generación que aprendió que las luchas se dan hasta el final porque así nos enseñaron ellas, las Abuelas (y las Madres), las que, buscando a sus nietos y nietas, también nos encontraron y transformaron a tantos y tantas miles.
Y sin duda lo seguirán haciendo, porque aún quedan otras abuelas y otros tantos nietos y otras tantas nietas por encontrarse. Y obviamente en eso, como en esta alegría, no estarán solas.
Si naciste entre 1975 y 1980 y tenes dudas sobre tu identidad, contactate con Abuelas: 011-4384-0983 o abuelas @abuelas.org.ar. Te estamos esperando.
@EriPorris
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