6 agosto, 2014
A 69 años del lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima
El 6 de agosto de 1945 se lanza la primer bomba atómica de la historia sobre objetivos militares. A las 8.15 de la mañana el bombardero norteamericano Enola Gay deja caer sobre la ciudad de Hiroshima a Little boy, la bomba nuclear responsable de acabar con cientos de miles de vidas y de abrir la época de la amenaza nuclear sobre la humanidad.

El 6 de agosto de 1945 se lanzó la primer bomba atómica de la historia sobre objetivos militares. A las 8.15 de la mañana el bombardero norteamericano Enola Gay deja caer sobre la ciudad de Hiroshima a Little boy, la bomba nuclear responsable de acabar con cientos de miles de vidas y de abrir la época de la amenaza nuclear sobre la humanidad.
La Segunda Guerra mundial ya se encontraba en sus postrimerías. El Imperio del Japón ya estaba virtualmente derrotado, sin capacidad siquiera para amenazar a los temibles aviones bombarderos norteamericanos que hace semanas venían sembrando la muerte en la isla. Pero el presidente estadounidense Harry Truman dio luz verde al bombardeo con la última joya científica norteamericana, fruto del “Proyecto Manhatan” dirigido por Robert Oppenheimer.
Así, el 6 de agosto de 1945, a las 8.15 hora local, el Enola Gay soltaba sobre la ciudad japonesa de Hiroshima (un centro industrial y militar de relativa importancia, habitado por 225 mil personas y hasta el momento no tocado por los ataques con bombas tradicionales) a Little Boy, una bomba nuclear de uranio-235 de 4.400 kilos de peso. La explosión, de una potencia estimada cercana a los 16 kilotones (16 mil toneladas de TNT) destruyó buena parte de la ciudad, causando la muerte instantánea de 80 mil ciudadanos japoneses, a los que se agregarían otros 60 mil en el corto plazo, víctimas de la radiación.
Algunas horas más tarde, el presidente Truman anunciaba en EEUU: “Los japoneses comenzaron la guerra desde el aire en Pearl Harbor. Ahora les hemos devuelto el golpe multiplicado. Con esta bomba hemos añadido un nuevo y revolucionario incremento en destrucción a fin de aumentar el creciente poder de nuestras fuerzas armadas. En su forma actual, estas bombas se están produciendo. Incluso están en desarrollo otras más potentes. Ahora estamos preparados para arrasar más rápida y completamente toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad. Vamos a destruir sus muelles, sus fábricas y sus comunicaciones. No nos engañemos, vamos a destruir completamente el poder de Japón para hacer la guerra. Si no aceptan nuestras condiciones pueden esperar una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra”.
Tres días después, la Fuerza Aérea estadounidense lanzaría sobre la ciudad de Nagasaki otra bomba atómica. Esta vez la elegida fue Fat Man, un modelo diferente, basado en plutonio-239, dos veces más poderosa que su antecesora. Sin embargo, gracias a la topografía de la ciudad, su balance personal de víctimas fue más bajo: apenas 40 muertos instantáneos.
La devastación absoluta de dos ciudades con escasa importancia militar, en los que la población civil se encontraba en una proporción de 5 a 1 respecto de los efectivos militares, mostró al mundo hasta dónde estaba dispuesto a llegar Estados Unidos en la vorágine belicista y, al tiempo, se constituyó en una clara advertencia para cualquiera que osara enfrentarlo en el futuro.
Pocos días después el Imperio del Japón presentaba su rendición incondicional. En su mensaje de capitulación, el emperador Hirohito decía: “El enemigo ha empezado a utilizar una bomba nueva y sumamente cruel, con un poder de destrucción incalculable y que acaba con la vida de muchos inocentes. Si continuásemos la lucha, sólo conseguiríamos el arrasamiento y el colapso de la nación japonesa, y eso conduciría a la total extinción de la civilización humana”.
En el día de la fecha, los habitantes de la ciudad de Hiroshima recordaron a las 292.325 víctimas del ataque, terrible cifra que incluye a los miles que siguieron muriendo en años posteriores, víctimas de la radiación.
El artillero de cola del Enola Gay, Bob Caron, quien tuvo una visión privilegiada del trágico evento que marcaría un antes y un después de la historia del Siglo XX, lo recordó así al regresar a tierra firme luego de su misión devastadora: “Una columna de humo asciende rápidamente. Su centro muestra un terrible color rojo. Todo es pura turbulencia. Es una masa burbujeante gris violácea, con un núcleo rojo. Todo es pura turbulencia. Los incendios se extienden por todas partes como llamas que surgiesen de un enorme lecho de brasas. Comienzo a contar los incendios. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis… catorce, quince… es imposible. Son demasiados para poder contarlos. Aquí llega la forma de hongo de la que nos habló el capitán Parsons. Viene hacia aquí. Es como una masa de melaza burbujeante. El hongo se extiende. Puede que tenga mil quinientos o quizá tres mil metros de anchura y unos ochocientos de altura. Crece más y más. Está casi a nuestro nivel y sigue ascendiendo. Es muy negro, pero muestra cierto tinte violáceo muy extraño. La base del hongo se parece a una densa niebla atravesada con un lanzallamas. La ciudad debe estar abajo de todo eso”.
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