Cultura

24 julio, 2014

Donde el barro se subleva

La maquila nos transporta a un espacio en el que se yuxtaponen el trabajo semiesclavo de una fábrica textil latinoamericana produciendo para una multinacional y el glamour de una pasarela de alta costura donde las modelos lucen indolentemente esos vestidos cosidos entre lágrimas.

La maquila, obra escrita por Valeria Medina y dirigida por Paula Etchebehere, nos transporta a un espacio en el que se yuxtaponen el trabajo semiesclavo de una fábrica textil latinoamericana produciendo para una multinacional y el glamour de una pasarela de alta costura donde las modelos lucen indolentemente esos vestidos cosidos entre lágrimas.

Sólo sabremos que se trata de América latina, como si deliberadamente se quisiera unificar en la ambigüedad a esa Patria Grande que comparte dolores y esperanzas en proporciones similares. La maquila está allí en algún lugar de América, porque a las multinacionales les conviene “deslocalizar” su producción, porque aquí es más fácil conseguir mano de obra barata, semiesclava, descartable. Suponemos que es nuestra América por el idioma predominante, pero se sabe que condiciones igualmente terribles se pueden encontrar en Camboya, Malasia, Bangladesh, Indonesia. La lógica de la maximización de la ganancia a cualquier costo es universal.

Lo que vemos al entrar a la sala es un espacio de trabajo, pobre, mal iluminado, insalubre. Hombres y mujeres, muchas más mujeres, se afanan allí entre telas que cuelgan del techo, retazos, tijeras y botones en un laborioso infierno textil. Producen vestidos que inmediatamente, gracias a un acertado juego de luces, vemos recorrer una pasarela de alta moda en un desfile a beneficio de las víctimas del terremoto de Haití. Los espacios se superponen, mostrando claramente “que lo que el árbol tiene de florido / vive de lo que tiene sepultado” (como supo decir poéticamente Francisco Luis Bernárdez), es decir, que los brillos de la beneficencia y de la haute couture muchas veces se alimentan de las lágrimas de las maquilas.

La palabra maquila proviene originalmente del Medioevo español y tiene que ver con la práctica de moler trigo en un molino ajeno, pagando con el producto. De los molinos de las Antillas, la idea pasó a las actuales fábricas que empresas multinacionales subcontratan en países empobrecidos para generar una producción con mínimas inversiones y máximas ganancias. Estas maquilas o maquiladoras se ubican generalmente en zonas francas donde no pagan impuestos y, habitualmente con la complicidad gubernamental, de hecho son controlantes absolutas del territorio, ejerciendo poder de policía sobre los trabajadores y trabajadoras (no es extraño que los empleados “rebeldes” sean golpeados, asesinados o desaparecidos por fuerzas paramilitares al servicio de las empresas).

Cuando las luces abandonan al presentador del desfile, que habla en francés, y vuelven al degradado ambiente productor de tanta belleza para gustos refinados, nos encontramos con tres trabajadores de la maquila: Esteya, una paraguaya que va desgranando sus tristezas pero sin renunciar a la posibilidad de la huída de ese infierno (una gran labor de Coral Gabaglio), Rosa María (un excelente contrapunto de María Forni), que ya perdió hasta sus sueños y sólo busca las formas de pasarla menos mal, y Yakes, un maquilador chino al que la miseria, los golpes y una intervención cerebral le confunde la realidad, los idiomas, los nombres, los recuerdos (una sutil interpretación de Ignacio Huang, el chino de Un cuento chino). Los tres hablan mientras trabajan, discuten, tratan de convencerse para no aflojar, se pelean, se sostienen, solidarios en su carencia de todo.

Cuenta Naomi Klein en No logo: “Durante mi última noche en Cavite (Filipinas) me reuní en las barracas con un grupo de seis muchachas que compartían una habitación de cemento de seis pies por ocho: cuatro dormían en literas improvisadas (dos en cada una) y las otras dos en alfombrillas, en el suelo. Las chicas que fabricaban unidades de CD-ROM para ordenadores Aztek, Apple e IBM compartían la litera superior; las que cosían las ropas de Gap, la inferior”. Dice Gap, pero podría decir Nike, Adidas o, para traerlo al plano local, Cheeky, Kosiuko, Portsaid.

Los contrastes no se dan sólo entre la maquila y la pasarela sino también al interior mismo de la fábrica. Allí los capataces Apo y Cutó (muy sólidos roles de Vicente Santos y Carlos Lombardi), que aún compartiendo orígenes con los hiperexplotados trabajadores aprovechan su miserable cuota de poder para maltratarlos, canjear pequeños beneficios laborales por favores sexuales y abusar de ellos (pero sobre todo de ellas) de todas las formas imaginables. Pero incluso en este tema de la violencia de género hay una conexión con la pasarela. Allí también las mujeres son objetualizadas, cosificadas y maltratadas, aunque vistan seda, aunque no sea lo mismo, claro.

Valeria Medina, la autora de la obra (ganadora del tercer premio del concurso “Estampas de la Argentina Actual”, organizado por el teatro El Popular, en el que hoy se está presentando), cuenta que la idea surgió de su trabajo con un grupo de inmigrantes en la ciudad de Córdoba, hombres y mujeres de Haití, República Dominicana y otros países de América. La maquila conserva de aquella experiencia original la multiplicidad de acentos de castellano, las contaminaciones del creole haitiano, la dulzura punzante del guaraní.

La maquila no sólo denuncia las terribles condiciones laborales que pueden imponerse cuando el Estado se lava las manos y se le deja vía libre a la voracidad de las multinacionales (que lo hace y está muy bien que lo haga) sino que también muestra, a pesar de toda la crudeza y violencia de la propuesta, que aún en esas terribles condiciones vitales existe lucha, solidaridad y dignidad. En lo profundo, en ese bajo fondo donde a veces el barro aún tiene el tupé de sublevarse, se resiste en mil idiomas, los acentos se mezclan en los gritos de dolor, en las puteadas, en los susurros de consuelo, en los gemidos de éxtasis. El mundo está aquí. Al lado. Abajo. Resistiendo. Oponiéndose tenazmente a la desesperanza deshumanizante de la maquila. Sólo hay que abrir los ojos y los oídos para percibirlo.

Pedro Perucca – @PedroP71

Ficha Artístico/Técnica
Autora: Valeria Medina
Actúan: Julián Eduardo Duffy, María Forni, Coral Gabaglio, Ignacio Huang, Adriana Julio, Carlos Lombardi, Vicente Santos
Bailarines: Emiliano Ramos, Camila Santillán, Lucila Tolis
Vestuario: Julia Moretti
Iluminación: Magali Acha
Música original: Lautaro Cottet
Producción ejecutiva: Anabella Valencia
Coreografía: Paula Etchebehere, Marina Svartzman
Puesta en escena: Paula Etchebehere
Dirección de actores: Raquel Albeniz
Dirección: Paula Etchebehere

Teatro El Popular
Chile 2076 – Capital Federal
Teléfonos: 2051-8438
Web: http://www.teatroelpopular.com.ar
Entrada: $ 100,00 / $ 50,00
Sábado 22:30 hs

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