14 julio, 2014
Esta Selección cambió la historia
Después de diez años caóticos, el equipo de Sabella permitió recuperar la identidad argentina en base al trabajo y a un proceso ordenado, como lo hiciera Menotti en 1974. Con el dolor de la final perdida muy fresco, hay que valorar el piso que queda para construir.

Después de diez años caóticos, el equipo de Sabella permitió recuperar la identidad argentina en base al trabajo y a un proceso ordenado, como lo hiciera Menotti en 1974. Con el dolor de la final perdida muy fresco, hay que valorar el piso que queda para construir.
Cuando César Luis Menotti tomó la Selección Argentina en 1974, luego de décadas de desorden y fracasos, modificó la historia de la albiceleste. Le dio un orden, una forma de juego y, sobretodo, una identidad colectiva que, además, supo sostenerse durante ocho años, permitiendo la aparición del tan mentado concepto “proceso”. A pesar de la aparente ruptura, los ocho años posteriores de Carlos Salvador Bilardo siguieron la misma tónica. Igual la primera etapa de Alfio Basile, la de Daniel Passarella y Marcelo Bielsa.
Fueron 30 años prolijos, hasta la salida del Loco en 2004. Luego se sucedieron José Pekerman, otra etapa del Coco, Diego Maradona y Sergio Batista. Ninguno duró más de dos años. La llegada de Alejandro Sabella tiene, hoy, después de diez años caóticos, cabaretescos, el mismo valor que hace cuarenta tuvo la del Flaco. Argentina no pudo ser campeón del mundo. Pero jugó siete partidos como un equipo y perdió como tal. No tuvo en ningún momento un juego brillante, pero sí mostró sacrificio, trabajo, orden, concepto táctico. Mucho más que aquello a lo que estábamos acostumbrados.
No lo fue, pero no cabe duda, por primera vez en mucho tiempo, que esta selección podría haber sido campeona. Este último partido fue otra prueba. Alemania, sin dudas, fue mejor a lo largo de todo el torneo. No en la final. Argentina jugó un partido brillante tácticamente por momentos, algo que solo se puede lograr cuando un equipo está convencido del rumbo qué se toma.
Del equipo que empezó el torneo, aquel de los cuatro fantásticos y la defensa desastrosa, quedó poco y nada. Fue una combinación de factores. El más importante, la necesidad. Las lesiones de Agüero primero y Di María después, sumadas al bajo nivel de Higuaín, llevaron a la aparición de futbolistas de otras características, más dados al sacrificio en la contención, como Ezequiel Lavezzi y Enzo Pérez. Además, algunos de los puntos más altos, sorprendentemente, estuvieron atrás: Sergio Romero y Marcos Rojo, los más criticados en la previa, junto con Ezequiel Garay, destacaron. Pablo Zabaleta fue de menor a mayor, Martín Demichelis apareció en el momento justo, al igual que Lucas Biglia. Javier Mascherano fue la gran figura del equipo.
Sin embargo, el concepto trilladísimo de la “sabana corta” es tan cierto como siempre. Argentina se convirtió en un equipo firme, pero con poco peso en ataque. Lionel Messi quedó muy solo en ofensiva y es conocido que el crack no se siente cómodo liderando una ofensiva despoblada. Frente a Bélgica y Holanda el equipo generó muy poco en el área rival. No así con Alemania. Justo en el partido definitivo, encontró el equilibrio justo.
Tuvo situaciones la Selección para ganar el partido. Chances muy claras que fueron desaprovechadas. En el primer tiempo, se paró muy atrás y le entregó la pelota a Alemania, con dos líneas de cuatro (Lavezzi jugó claramente de 8) bien juntas detrás de media cancha. Pero tuvo la explosión para aprovechar los espacios que deja una defensa en línea y muy adelantada como la del rival, en especial a la espalda del lateral izquierdo Höwedes.
En la segunda etapa, probablemente perdido el respeto por el monstruo en que se habían convertido los europeos después de la goleada a Brasil, se soltó más todavía. Pudo ganarlo desde el vestuario, faltaron centímetros para que el tiro de Messi se convirtiera en el 1-0. También pudo ser, ya en la prórroga, de Palacio tras un pase largo de Rojo, pero el ex Boca la bajó mal y definió peor.
Pudo haberlo ganado de penal, también. Debió haberlo hecho. La falta del arquero Neuer a Gonzalo Higuaín es clarísima, aunque es necesario matizar. Es una jugada que impresiona, que parece más violenta de lo que es y, a primera vista, parece una agresión. No lo es. Sí, es una imprudencia del mejor golero del Mundial, que debió haber sido sancionada, sin lugar a dudas. El árbitro italiano Nicola Rizzoli manejó bien el partido, administró correctamente las tarjetas, pero cometió un error imperdonable.
El alargue es una historia aparte. El corazón ocupó el lugar de las piernas y Argentina aguantó muy bien los primeros 20 minutos, pero Alemania, con un día más de descanso y 60 minutos de una semifinal jugados al trote, sumados a la natural capacidad física de los teutones les dieron la ventaja. Los errores defensivos del gol responden más a problemas del cansancio que a cuestiones tácticas. La velocidad en el desborde de Schürrle, y en el pique al vacío de Götze, fueron demasiado para los centrales argentinos, que habían hecho un partido perfecto.
Recuperarse de un gol en el minuto 113 es casi imposible. No importa la reserva anímica cuando las piernas ya no responden. Fue demasiado. El sueño terminó ahí. Pero la historia será generosa con este equipo y con Alejandro Sabella. Cambiaron la historia. Devolvieron el orgullo. Construyeron una identidad. Ante la muy posible salida de Pachorra, aquel que llegue deberá agradecerle la base que le dejó para construir. Aunque cambien los nombres o los esquemas y la tristeza del Maracaná no desaparezca nunca más.
Nicolás Zyssholtz – @likasisol
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